Ricardo Rondón Ch.
A juro me convenció mi sobrino Sergio.
"Tío, es una experiencia bacanísima.
Se la va a 'sollar' y le puede dar para un buen reportaje", me dijo. La
propuesta era acompañar al mucharejo que recién cumplió 18 años a
un bar de rock en pleno centro de Bogotá.
Confieso que sólo había pasado por el
frente de estos establecimientos. Una vez me dejé tentar por uno de ellos:
'As-Fixia', creo que se llama, pero cuando asomé mis narizotas tuve que echar
reversa inmediatamente porque no sólo me atropelló el pavoroso 'tsunami' de la
estridencia sino el asfixiante vaho que se concentraba adentro. Me dije, así
deben oler los mismísimos infiernos.
Esta vez me armé de valor y me dejé
llevar de la mano de mi alucinado sobrino, estudiante de Antropología que a
contracorriente de todos nuestros consejos insiste en llevar su repelente
cresta engominada que lo hace ver como un indio navajo, y en brazos y muñecas,
pulseras y tatuajes que ni el propio Nostradamus sería capaz de descifrar.
Hay que tener los nervios bien templados
para asistir a un bar de rockeros. Por eso, antes de ingresar al local, cubierto
de cortinas negras, me zampé, uno tras otro, dos carajillos con brandy. Mi
sobrino me miraba y se reía:
-Fresco, tío, que tampoco se lo van a comer vivo.
A la entrada del bar me requisó un
jovencito de una palidez cetrina y una delgadez rayana en la anemia, mechudo y
ojeroso como un 'muerto viviente'. Si no hubiera estado en sano juicio a lo
mejor lo hubiera confundido con una artesanía tallada en un enorme palo de
cafeto con peluca incluida.
El sitio, en
penumbra, estaba repleto. Al fondo, en el mostrador, apenas titilaba una luz
mortecina. De las paredes colgaban cuadros y afiches que daban miedo. Entre
tantos, pude reconocer el de Marilyn Manson, con ese ojo 'picho' que le da una
apariencia macabra, y que por segundos me hizo recordar al jovenzuelo de la
entrada.
Dos pantallas de televisión
estratégicamente ubicadas disparaban videos con escenas apocalípticas.
Tienen estos rockeros postmodernos un código
de interpretación de los diferentes ritmos y géneros: 'metal', 'heavy metal',
'acid metal', 'punk', 'hard punk', 'power hardcore', 'death metal' y 'gore metal' (según
ellos, el más pesado); en fin, todo un catálogo para el que hay que hacer un
cursillo previo.
En el interior, el ruido es similar a la
estridencia que pueden producir las monumentales máquinas industriales de una
moderna ensambladora de automóviles en una compañía japonesa.
Recomiendo, para quien se atreva a
medírsele a una aventura de estas, visitar al día siguiente al otorrino de
cabecera, si no al psicólogo de confianza. La furia de los decibeles puede
dejar un tímpano reducido a una horrible nata cubierta de cera.
Nos sentamos. Los vecinos de mesa me
infunden terror con sus miradas perplejas y endemoniadas. Uno de ellos, con un
parecido físico al Malcom McDowel de 'La Naranja Mecánica' observa mi
corbata y hace una broma en un dialecto ininteligible que a sus compinches les
provoca una sonora carcajada. Me
acomplejo. Cómo no reparé en mi adminículo. Sólo se me ocurre ir a un antro de
estos con vestido de paño y corbata. Pienso que es muy tarde para cambiar de
opinión y despojarme de la prenda sería darle gusto al bribón que se ha burlado
de mí.
El dependiente del establecimiento, un
tipo de unos 30 años con el cabello en puntas y pintado de rojo, con una
camiseta negra que dice 'Cannibal Corpse', saluda a mi sobrino con un fuerte apretón
de manos. Le pregunta que si soy un amigo de él. Sergio contesta que soy su tío
querido, el que más le ha comprendido y acolitado su extraña filosofía de vida.
El tipo del
cabello pintado de rojo toma el pedido:
-Dos cervezas, ordeno yo.
-Tío, ¿y por qué no te tomas un
'molotov'?
-¿Qué es eso?, le pregunto.
Un
'coctel' parecido al 'tres patadas' que incluye brandy, ginebra, vodka, tequila
y ron. Y si quieres unas gotas energéticas.
Le digo que todavía no he pensado en
suicidarme e insisto con la cerveza.
El dependiente me dice al oído que las
primeras van por cuenta de la casa.
-Cuando entró creí que usted era un
policía o un agente secreto. ¡Me entró pánico!, agrega el pelirrojo. Sí, no
puedo negar que tengo rasgos de implacable detective chibchombiano. Qué le
vamos a hacer.
Mi sobrino, de paso, le pide el último
video de 'Rammstein', según él, el grupo alemán vanguardista del llamado
movimiento 'ácid metal'.
Mientras nos acercan las espumosas
cervezas servidas en sendos jarros multicolores -para acelerar la ebriedad-,
hace su aparición un grupo de jovencitas con unas pintas estrafalarias y unos
maquillajes dignos de una escenografía del averno. A estas horas del partido
siento que en mi cabeza retumba una pelota de 'cricket' que va y viene, como en
un juego de 'frontón' entre los dos hemisferios.
A fuerza de esos vapores calientes que
nos arropan, vahos de cigarro y otras sustancias más fuertes, y hedores propios
de la pubertad, no tengo otra alternativa que aflojarme al máximo el nudo de la
corbata. Mientras apuro del lúpulo
concentrado del jarro, un grito como el de un hombre que acaba de ser estrangulado
resquebraja en paro el frágil espejo de mi sensibilidad.
-¿Han matado a alguien?!-, le pregunto
desconcertado a mi sobrino.
-No, tío, es Gerock, el líder de
Rammstein. ¡Píllese la nota tan bacana en el video!
Lo que tengo antes mis ojos en pantalla
es el capítulo más degradante de la condición humana que mortal alguno sea
capaz de resistir. Los de Rammstein parecen haberse escapado del anexo
siquiátrico de la más delirante y peligrosa de las prisiones europeas.
De repente, el tal Gerock, corre el
seguro de su bragueta y extrae un falo descomunal, que no es el de verdad sino
una prótesis de látex que sacude como una manguera de máquina de bombero. Lo
que viene no es católico mentar (prefiero llevármelo hasta la tumba). Le digo a
Sergio que no resisto más. Que me siento como uno más de ese manicomio. Que mi
vida puede correr peligro. Pido la cuenta.
Sergio explota en una carcajada y me pone
una mano en el hombro:
-Relajado, tío. Usted está muy nervioso.
Tómese un 'molotov' y verá que le pasa. Ahora prepárese porque lo que viene es
más poderoso: 'Mudvayne', lo más actualizado del 'power
hardcore'.
No me imagino
qué pueda suceder después pero yo ya estoy 'ad portas' de la náusea.
-Y cuál es la gracia de 'Mudvayne'-, le
indago a mi ecléctico sobrino.
-Tío, antes de salir se sangran con
cuchillas. El líder come alacranes vivos y cuando alcanzan el punto máximo de
su esquizofrenia se mean sobre los fanáticos.
Tengo que hablar seriamente con mi
hermana -me digo-. Mi sobrino corre peligro. O
más bien yo corro peligro con mi sobrino.
A punto de darme el soponcio me quedan
algunos rezongos para pedirle al del pelambre rojo que me socorra una soda con
una aspirina.
Las 'muñequitas infernales' se han subido
sobre una mesa y se sacuden y zapatean como si de repente las hubiera invadido
el ébola o la fiebre negra, o como si una tarántula penetrara el delicado
algodón de sus prendas íntimas.
Me doy cuenta que estoy sudando a
chorros. No resisto el dolor de cabeza. Siento un extraño calambre en la
pantorrilla izquierda. Veo borroso. Juro que me han echado algo en la bebida.
De repente, me desconecto.
Al otro día observo a mi sobrino con cara
de arrepentimiento poniéndome pañitos de agua tibia en la frente. Doy gracias a
Dios por estar vivo de milagro. Tengo la lengua reseca y trato de repasar las
aterradoras imágenes de la noche anterior. ¡Me estremezco!
-Tío, tú ya no estás para emociones
fuertes. Quédate con tus tangos y tu música de iglesia-, sentencia el impúber, que me ha hecho conocer el verdadero infierno.
Simplemente Terrorifico!!!!
ResponderEliminar