miércoles, 6 de mayo de 2020

Valentina Vera, La Reina del Tapabocas

La rutina de una joven y bella migrante venezolana, que en Bogotá se rebusca con la venta de protectores, en medio de la crisis de la pandemia. Foto: La Pluma & La Herida  
Ricardo Rondón Chamorro

Andrea Valentina Vera es maracucha, tiene dieciocho años y un arlequín en la boca.

Llegó a Bogotá hace ocho meses de su natal Maracaibo en busca de un mejor vivir, y pese a las dificultades que tienen que librar los migrantes venezolanos para sortear el día a día, se siente complacida y gratificada con la hospitalidad y el buen trato que le han brindado los capitalinos.

Mucho antes del simulacro y de la cuarentena, la bella y espigada catira -como le dicen en Venezuela a la mujer rubia- de acentuadas y sugestivas formas, cuenta haber desempeñado varios oficios para ganar el sustento: vendedora de infusiones aromáticas, en un carrito de rodachines, en la Plaza de Bolívar; mesera en un restaurante de La Candelaria, impulsadora de una marca de ropa popular en el Gran San, de San Victorino.

“Yo no sabía qué era una aromática -dice con gracia Valentina-, pero aquí en Bogotá me vine a enterar de las agüitas de toronjil, cidrón, hierbabuena, caléndula, albahaca, limonaria, y muchas de esas plantas que dicen ser buenas para la salud. Las ofrecía con jugo de limón o con miel de abejas”.

Cuando estalló el maligno virus y el rebusque en el centro de la ciudad se fue en picada por el confinamiento obligatorio, Valentina, que tiene el olfato agudo para el negocio, se alió con un grupo de artesanos ecuatorianos para comprarles tapabocas fabricados en tela de garza y material quirúrgico.

Los ofrece de innumerables motivos:  Spiderman, Bob Esponja, Mario Bros, La Pantera Rosa, Hulk, Joker, La Mujer Maravilla,  El Hombre Murciélago (de mayor demanda), entre una cantidad de motivos del amplio catálogo de cómics de ayer, de hoy y de siempre. El precio de uno: $4000, y tres por $10.000.

Sobra decir que el mayor porcentaje de su clientela es masculina. No hay hombre que pase por su ventorrillo ambulante (que pende de un gancho clavado en el tronco de un viejo sauce), y no se rinda a sus encantos.

“Me molestan mucho, pero con respeto. Los señores más aventados le pintan a uno pajaritos y proponen hasta matrimonio. Pero yo acudo al freno de mano más efectivo: les digo que estoy casada, aunque no lo esté, y cuando me preguntan que por qué me deja sola… les contesto que él es policía y debe cumplir con sus obligaciones, pero que pasa seguido por aquí, y al final de la jornada me recoge. Y ahí paran”.

Entre risas manifiesta que algunos mancebos, embobados de tanto cortejarla y echarle piropos, se van muchas veces sin reclamar las vueltas. Y no es porque ella se preste para la pilatuna, sino “porque ni llamándolos voltean a mirar después de que arrancan. Quedan como hipnotizados”.

Narra La Reina del Tapabocas -como ya la conocen en la concurrida  calle comercial del sector de Castilla, localidad de Kennedy- que en lo que queda de este azaroso año tiene proyectado ahorrar un buen dinero para arrendar un local y montar un salón de belleza, porque entre todas sus virtudes, Valentina es estilista, y con el usufructo de sus ganancias, continuar sus estudios de Ingeniería Química, que dejó pendientes en Maracaibo, cuando no aguantó más la crisis.

Por lo pronto y mientras aguante la pandemia, Valentina Vera seguirá vendiendo sus tapabocas multicolores para abonar en su sueño, pagar la renta y ayudar con el sostenimiento de dos tíos con los que comparte vivienda en Villa Javier, cerca al barrio 20 de Julio, suroriente de Bogotá.

"Querer es poder", hermosa catira. Y lo vas a lograr.

Historias de vida, en tiempos del coronavirus.
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