viernes, 10 de abril de 2020

Fabio Polanco, el poeta que en medio de la pandemia, lucha contra el mal del olvido

El empresario, poeta y compositor tolimense Fabio Polanco, con unos de sus álbumes, en el estudio donde ofició como pionero del telemercadeo en Colombia. Foto: La Pluma & La Herida
En cuarentena mantiene encendida la llama de la inspiración para que no se crucen por su cerebro las sombras de la desmemoria.

Ricardo Rondón Chamorro

Son las tres de la tarde del día quince  de la cuarentena, y la pantalla en Word del computador portátil del poeta y compositor Fabio Polanco ya da cuenta de una buena porción de versos escritos durante la jornada: escribir para contrarrestar el mal del olvido se le ha convertido en un rigor sin rebaja de su confinamiento preventivo.

(…) Ahora el pecador capítula. / En la voluntad de Dios / el aislamiento sociabiliza. / El silencio declama sonetos / que aquietan las fatigas / del alma que estaba desbocada (…), rubrica a propósito del virus maligno que azota a la humanidad.

Apoltronado en la sala de su apartamento, al norte de Bogotá, con los cuidados y las atenciones que le confiere su señora esposa Rosa Gaona, el bardo de patillas y barbilla como la nieve no da tregua a su inspiración. Si hace más de veinte años que asumió con pasión el oficio de rapsodas y juglares, ahora, en el decretado encierro, multiplica esfuerzos para no permitir que se crucen por su mente las sombras ineluctables de la desmemoria.

El maestro Polanco compartiendo su recital poético-musical en la penitenciaria distrital para mujeres 'El Buen Pastor'. Foto: La Pluma & La Herida
Todo empezó hace dos años en su oficina del centro de la capital, la misma desde donde regentó por más de tres décadas sus prósperas empresas (hace diez años liquidadas): Mercado Mundial del Disco y Discos La Rumbita, con setenta puntos de ventas a lo largo y ancho del país. Ese día, a primera mañana, atendía a su contador con la solicitud de un dinero para cancelar la factura de un proveedor, cuando a Polanco, de repente, se le fueron las luces.

-Él me dijo (refiriéndose a su tesorero de confianza) que bajó a su oficina a atender una llamada urgente, y que cuando regresó al rato, yo no lo reconocí. Dizque le pregunté quién era, quién lo había hecho seguir, y por qué me estaba pidiendo dinero. Manifestó que duré en ese incomprensible estado como quince minutos, hasta que retomé el hilo de la conciencia.

El llamado de alerta no se hizo esperar. De inmediato pidió cita con su médico general, que lo remitió al neurólogo. Después de varios exámenes, el diagnóstico fue el que el paciente y su familia sospechaban: Alzheimer.

El bardo tolimense en la Catedral Primada de Colombia, en un recital protocolario, a propósito de la visita a Colombia del Papa Francisco. Foto: La Pluma & La Herida
Pero Polanco no se derrumbó. Lo asumió con firmeza. En ese entonces contaba con setenta y dos años y no se aventuró a plantear disquisiciones sobre un mal que se ensaña en la edad senil, “cuando las labores que nos ocupan son las de hacer cuadre de caja con la vida”, sostiene el empresario y letrado, curtido de librar sendas batallas en el transcurrir de su existencia.

Del consultorio del especialista salió con las instrucciones que dieron un vuelco total a su rutina: nuevos hábitos, medicamentos a sus horas, dieta especial, ejercicios y terapias en la Fundación Santa Fe, dos veces por semana, que no había fallado hasta cuando se conoció la ordenanza del gobierno que fijaba el aislamiento en casa por protección a los adultos mayores.

Cortar de un tajo la costumbre de toda la vida de cumplir con su estricto horario de oficina, en el pasado, atendiendo sus negocios, y luego como refugio en solitario de su inspiración y de sus largas horas frente al computador, no le ha sido nada fácil, pero en atención a la cita del escritor Charles Dickens, de que “el hombre es un animal de costumbres”, Polanco, en su apartamento, se ha triplicado en faenas de escritura, no sólo por el disfrute que le depara, sino porque según él, es la terapia más efectiva y recomendada para luchar contra el Alzheimer.

Con el retrato tutelar de José Asunción Silva, en la casa de poesía que lleva su nombre. Foto: La Pluma & La Herida
“Cuando me diagnosticaron el mal del olvido -agrega-, y el especialista me ordenó terapias para ejecutar en la clínica, yo le pregunté: Y si me opongo a cumplirlas… ¿qué puede pasar más adelante, doctor? La respuesta fue contundente: ‘El Alzheimer es una enfermedad degenerativa, progresiva, irreversible, y solo del paciente depende que se pueda retardar un poco; estamos hablando de dos, tres años o más… Las terapias tienen su razón de ser. La clave es vivir activo, como si llevara una vida normal. En su caso, no deje de producir sus escritos, cuando no, leyendo, pero trate de mantener el cerebro ocupado”.

Han pasado dos años de aquella cita con el galeno, y don Fabio ha seguido las recomendaciones y los deberes científicos al pie de la letra, las letras, que es lo suyo, escribir, trasmutar sus quimeras y nostalgias en poemas y melodías, de más de un centenar, de mucho tiempo atrás, en ritmos de bambucos, pasillos, guabinas, valses, torbellinos, registradas en Sayco, y compiladas en una veintena de trabajos discográficos, la mayoría con arreglos, producción y dirección musical del maestro al piano Jorge Zapata, hijo del recordado organista Francisco ‘Pacho’ Zapata.

Batallador sin pausas

Acompañado de su señora esposa, doña Rosa Gaona, el día de su condecoración en el Congreso de la República. Foto: La Pluma & La Herida 
Oriundo del municipio de Dolores, en el departamento del Tolima, Polanco sufrió desde niño los derrotes de la violencia bipartidista y fue testigo de cruentos episodios, suficientes para herir la sensibilidad y marcar el destino funesto de un infante, pero ese no fue su caso: 

“Fui un niño campesino mecido en cuna de orfandad y de pobreza. Con todo lo que vi y sufrí, tuve argumentos para decidir convertirme en un hombre bueno o en un hombre malo. Pero la divina providencia y la buena crianza de mi madre me señalaron el camino del bien, el del trabajo honesto y el esfuerzo para ganar el sustento diario con el sudor de la frente”.

“Solo llegué hasta segundo de bachillerato, porque la verdad a mí no me gustaba tanto el estudio como la plata, pero la violencia se puso tan dura e inaguantable, que tuve que emigrar con mi familia a Bogotá. Apenas tenía once años”.

A esa edad, en la capital, dio las primeras luces de su creatividad de negociante: Con las escasas monedas que le regaló una tía, se compró una bolsa de bombas para hacer unos cascos parecidos a los que usaban en esa época las figuras del ciclismo.

El poeta rodeado de la contralto Bibiana, su esposo, el maestro Jorge Zapata, y Monseñor Sergio Pulido Gutiérrez, párroco de la Basílica de Monserrate. Foto: La Pluma & La Herida
Se fue al Parque Santander a inflarlas, pero sus pulmones de crío no fueron suficientes. Un ciclista que lo vio en esos aprietos le prestó la bomba manual para inflar sus globos. El niño no cabía de la dicha. Hizo varios cascos, uno para él, que se chantó orgulloso, y los demás para vender, y aquella tarde los vendió todos. Con el usufructo se fue a comprar más bombas.

Al ver el entusiasmo del chico y su precocidad de emprendedor, el hombre de la bicicleta le regaló su bomba de aire: “Usted es un berraco, muchacho. Va a llegar muy lejos”, le dijo.

Y las palabras del ciclista se cumplieron. El niño aprendiz de negociante se encarriló por esas suertes, con el tiempo, con una labia similar al del culebrero de comarcas como vendedor ambulante de andén y plaza pública, la de San Victorino, cuando no con una paca al hombro de cigarrillos en tiendas y cigarrerías de los barrios populares de Bogotá.

Más adelante, como vendedor estrella de vestidos de la desaparecida cadena de almacenes Valher (Valencia Hermanos), y en esas estaba cuando se le cruzó en su camino el afortunado negocio de la música, que fue su caballito de batalla hasta hace una década, cuando cerró su último almacén, Mercado Mundial del Disco, en la carrera Séptima con calle veinte, su centro de operaciones, allí mismo donde lideró por más de treinta años su pujante empresa discográfica, y de colegas, promotores y competidores se ganó el rótulo del Zar del disco, pionero del telemercadeo en Colombia.

Con la concejala Olga Victoria Rubio, cuando recibió la condecoración del Concejo de Bogotá a su Vida y Obra. Foto: La Pluma & La Herida  
Por estas fechas de confinamiento, el maestro Polanco, de espíritu filántropo y consecuente en sus escritos con el triste panorama del mundo por cuenta de la pandemia, extraña sus amenas tertulias de oficina, reunido con familiares y amigos de época, a quienes narra con voz radiofónica (porque hasta locutor fue) su vida de novela, a la par de los triunfos en su virtud y pulso de empresario, pero también sus aflicciones, desaciertos y quebrantos inherentes a la condición humana.

Entretanto, recapitula y promueve con vídeos de cuarentena su obra de compositor, interpretada  por reconocidas figuras como Ana y Jaime, el cantautor argentino Mario Álvarez Quiroga, El Binomio de Oro, Los Gigantes del Vallenato, el Dueto Cantoral, Los Hermanos Tejada, el tenor tolimense Juan Carlos Villarraga, la contralto manizalita Bibiana, La Gran Rondalla Colombiana, de una extensa y variada lista de composiciones que hacen parte de su discografía, y que en los últimos años lo acompañan en sus correrías de regiones y escenarios del país con su recital poético-musical Colombia, Tierra de las Maravillas.

Fabio Polanco: vivo retrato de la inspiración y la pasión por la vida, el arte y el patrimonio musical colombiano. Foto: La Pluma & La Herida
Fabio Polanco, en la orilla de los setenta y cuatro años (los cumple el 11 de abril de 2020) solo habla de la muerte cuando se dispone a bordar un verso. La finitud inexorable no trasciende en los pensamientos del bardo, que dice haber pasado por varias resurrecciones, y que él define como esos tránsitos del acabose que desembocan en el definitivo: la pérdida de lo que más se quiere, las desilusiones, la ingratitud del ser humano, las traiciones, los males del cuerpo y del alma, y esos golpes tan fuertes de la vida… como de la ira de Dios, que cita en Los Heraldos Negros el poeta peruano César Vallejo.

(Fabio Polanco recibió del Congreso de la República, en octubre de 2016, la Orden de la Democracia ‘Simón Bolívar’ en el grado Gran Cruz Oficial, por su aporte a la paz y a la cultura, y en agosto de 2019 fue condecorado por el Concejo de Bogotá por su Vida y Obra, a través de su recital poético-musical Colombia, Tierra de las Maravillas). De su obra se refirió el escritor, periodista y diplomático tolimense Germán Santamaría: “Fabio Polanco, hijo de la mujer y de la tierra, pasajero del mundo, cazador de pasiones, asume la poesía como quien enfrenta los más alto desafíos de la existencia”.

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