lunes, 9 de marzo de 2020

Oscar Emilio Bustos, cronista de overol y botas todoterreno


El cronista Óscar Bustos en 'La Puerta de los Vientos', su terraza natural, donde se inspira para narrar la capital con todas sus luces, sombras y miserias. 
Reside en las goteras de Bogota y desde allá se inspira para narrar la ciudad, hoy al frente del servicio informativo de Canal Capital

Ricardo Rondón Ch.

Fotos: David Rondón Arévalo y archivo particular

Camino a la Puerta de los vientos, a campo traviesa entre el potrero aledaño del acueducto de donde brotan maltrechos cambuches de desadaptados y la cancha de fútbol hace muchos soles abandonada, con marcado paso de trochero, franca y altiva la mirada, el cronista Óscar Emilio Bustos recita como si en su garganta crepitaran leños los versos del payador uruguayo Juan Pablo López en su poema insigne, La Leyenda del Horcón:

Llovía torrencialmente, y en la estancia del Horcón, / como adornando el fogón, / estaba toda la gente. / Dijo un viejo de repente: / “Les voy a contar un cuento, aura que el agua y el viento / traían a la memoria mía / cosas que naide sabía / y que yo diré al momento… /

La puerta de los vientos, como Bustos la bautizó, no es otro asunto que la monumental terraza natural de donde se divisa Bogotá con sus luces y miserias, reverberante a esta hora de un atardecer de domingo, bajo un sol patagónico que hiere la retina y carbura el Eros, como en Luna caliente, la novela despiadada del argentino Mempo Giardinelli.

En este mirador, donde confluyen ráfagas heladas en las madrugadas, y vientos alisios que escocen frágiles pieles, el narrador, bien de mañana, se reconforta de aire puro, estira miembros, se soslaya, medita sobre la ciudad de la que ha escrito kilómetros de páginas, y organiza su jornada esté en activo o vacante.

Es el entorno del cronista de marras, en el sector de La Y, en las goteras del suroriente capitalino, San Vicente Parte Alta, localidad de San Cristóbal, equidistante con barrios como Alpes, Macarena, Futuro, Bellavista, Altamira, Altos del Poblado y Nueva España, entre otros territorios circundados por una espléndida gama de verdes de bosques y montañas, caminos agrestes y empinados por donde trepan y bajan, desde que despunta el alba, vehículos atestados de estudiantes y trabajadores mil oficios, desafiantes a los precipicios y a los cráteres de pavimento, con ese trajín sin remedio de maquinarias vetustas y desgastadas que rugen y traquean como fieras del mesozoico.

Cronista de leguas

Para llegar a la parcela de Óscar Emilio hemos cruzado media ciudad en articulado, con sus respectivos trasbordos de estaciones y alimentadores. Una parada obligada fue en el tradicional barrio 20 de Julio. Quien escribe estas líneas no podía dejar pasar por alto la experiencia en vivo y en directo de Radiografía del Divino Niño, crónica maestra de Bustos alrededor de la imagen icónica de peregrinaje y devoción, de brazos abiertos a clamores lacrimógenos de feligreses de todas las estirpes.

Radiografía del Divino Niño, publicada por primera vez en la desaparecida revista Número, a órdenes del escritor, editor y gestor cultural Guillermo González Uribe, ha sido replicada en la Antología de Grandes Crónicas Colombianas, selección y prólogo de Daniel Samper Pizano, en una edición hace tiempo agotada de la serie Libro al Viento, de la Alcaldía Mayor de Bogotá, y en la antología de Óscar Bustos, Colombia Crónica, que él sacó a la luz de su bolsillo. Leerla, vivirla, releerla y compartirla, debería ser un ejercicio obligado en las facultades de periodismo, a propósito de la preocupante debacle que atraviesa el oficio.

El Divino Niño huele a chocolate. No está batido, mezclado en leche o hervido en agua. Está en pastillas y guardado en grandes cantidades. El olor viene de la multitud congregada que de pie o sentada escucha el oficio religioso, la misa pronunciada por el sacerdote de turno, cuya voz golpea poderosamente al ser distribuida por altoparlantes, reza el introito del gran relato que está dedicado a Maxelenda.

Maxelenda Bustos es la madre del inagotable contador de historias de overol y botas todoterreno. Enfermera de profesión y jubilada de la Clínica San Pedro Claver, adscrita al antiguo Instituto de Seguros Sociales (que precedió a la Clínica Méderi), cruza olímpica la edad nonagenaria en una finca de Apulo, Cundinamarca, con una memoria y locuacidad admirables; lectora infatigable y declamadora, con un repertorio de más de cien poemas del parnaso universal.

Unida en matrimonio con Rodulfo Bustos (su primo hermano), sastre de oficio, Maxelenda trajo al mundo cinco hijos, entre ellos una niña, la única mujer de la prole, que falleció a la edad de trece años víctima de una extraña e irremediable fiebre. Los otros cuatro, Ricardo, sastre como su padre, y visionario del tarot; César, mellizo de Óscar, que se desempeña como archivista; y Omar, ingeniero todero, creativo de la construcción en guadua, y piscicultor.

El hombre de las letras, Óscar Emilio, heredó de su señora madre la afición por la lectura y el gusto por la poesía, por la música y el arte en general. Fue ella quien le inspiró la crónica Memorias de una niña llamada Maxelenda, que alterno a su virtud de declamadora, escribió el bambuco Río Bunque, remembranza y homenaje del afluente que cruza su pueblo natal, El Peñón, Cundinamarca, de donde también era oriundo su esposo.

Y de don Rodulfo, el legado de innato contador de historias, con una sorprendente capacidad histriónica, como de actor de radionovelas, para relatar con lujo de detalles y onomatopeyas cruentos episodios de la violencia bipartidista, y de la sangrienta guerra verde representada en el conflicto esmeraldífero en regiones boyacenses como Otanche, donde el curtido sastre vio morir a cuatro hermanos.

Hombre de barriada

Bustos, en el umbral de la biblioteca comunitaria de la que él y su esposa Anadelina Amado son cofundadores.
Bustos, el cronista, la tenía clara desde la juventud con sus quimeras de teatrero, periodista y escritor, y de tiempo atrás, por presiones emergentes de la economía de bolsillo, cuando oficiaba de payaso bajo el remoquete de Pinochín, megáfono en mano como impulsador de corrientazos en restaurantes de San Victorino, igual que alertando chisgas de ropa de cargazón en el mismo sector para lograr algo de provisiones de alacena, y el infaltable tarro de leche en polvo de su hija recién nacida, fruto de su unión de hace treinta y cinco años con Anadelina Amado, trabajadora social, gestora cultural, promotora de lectura, y confundadora con Bustos y la Corporación Cívico Cultural Zuro Riente de la Biblioteca Simón el Bolívar, en un local abandonado de la comunidad, que fue expendio de cocinol, antaño el riesgoso combustible de las clases menos favorecidas.

Reside Óscar Emilio en una casa de tres pisos levantada bloque a bloque con su mujer, en un lote, herencia de sus padres, donde también edificaron sus hermanos para compartir con sus familias.

El inmueble dista apenas un par de cuadras de la cancha de fútbol, escenario que resume un surtido manojo de recuerdos de la infancia de Bustos cuando soñaba  las gambetas brujas de su majestad Pelé, con el número 10 estampado en la camiseta del equipo del barrio, el Puro Pueblo, que ante la frustración de perder por goleada todos los partidos, retomó su nombre para el grupo de teatro de calle y de sala abonado de entusiastas acróbatas, zanqueros y malabaristas que armaban retenes en los semáforos en pos de recursos para dar largas a sus gestas lúdicas.

En la terraza de la vivienda, donde se trenzan urdiembres de cables eléctricos y colgaderos de ropas aseguradas con pinzas que se mecen al ritmo de los ventarrones, Bustos acomete una copla cantarina que una mañana, frente al espejo, brotó como una Venus de la espuma de la afeitada:

Mi barrio es un mirador / y en la distancia resalta /. Mi barrio es mi gran amor, / San Vicente Parte Alta.

Es el feeling del hombre de barriada, del reportero acucioso, del cuenta cosas, aliado en su amor y su forja cultural por la comuna, el contacto fraternal del vecindario, la cancha de fútbol, su puerta de los vientos siempre abierta al vuelo de cometas, el expendio de líchigo, el almacén de abarrotes, la bicicletería, el quiosco del zapatero remendón, el ventorrillo de empanadas, la biblioteca, la satelital de la chismografía en la tienda esquinera donde los viejos apuran frascos de lúpulo y copas de anís, mientras cuecen las últimas noticias de la comuna: la captura del malandro que intentó jalarle desde su patineta el celular a don Joaquín; la primicia de la boda de la profesora Gladys -pasada de casorio a los 43 años- con José del Carmen, el maestro de obra; los rumores del nuevo paro nacional; el estado de salud del joven Freddy, apuñaleado en la espalda por llevar una camiseta del glorioso Santa Fe, etc., etc.

Todero de la información

En la azotea de su casa, levantada ladrillo a ladrillo, hombro a hombro, con su compañera sentimental. 
Como un Altas de calicanto, Bustos lleva a cuestas la memoria de su barrio, y la de los circunvecinos de La Y, donde vivió en cuartos de inquilinato con su familia en los albores de la infancia. En la piel tiene la impronta generacional del vecindario: esas batallas emprendidas por desplazados de lejanas tierras, que a pundonor sobrevivieron a las penurias y calamidades del éxodo de la violencia, y se asentaron en estos territorios heridos de los extramuros de la capital para ponerle el pecho a desafíos quijotescos, y a un cúmulo de adversidades en aras de levantar un rancho y probar nuevas suertes en arrabales desconocidos.

Son las historias que Bustos ha narrado para prensa, radio y televisión en diferentes períodos de su quehacer reporteril con distintos medios de comunicación, desde Radio Santa Fe, que fue su primer nicho como profesional en activo, cuando salía al aire con la bocina pegada a la quijada de un teléfono de monedero para reportar el crimen del día en Bogotá, y donde inauguró la serie Historias de barrio; pasando por Colprensa, Noticiero 7:30 Caracol, Séptimo Día, Panorama, Hora Cero, Noticiero Nacional, Tv Hoy, Noticiero CM&, RCN Televisión (El mundo según Pirry), City Tv (con sus relatos underground de Ciudad X), y Canal Capital, su casa periodística de los últimos años, a donde ahora retorna como director general del servicio informativo, después de una experiencia significativa.

En Canal Capital, Bustos estuvo primero a órdenes de Hollman Morris (con quien ya había compartido lides periodísticas desde el Noticiero Nacional), célebre etapa por la consecución de los más de 150 capítulos de Hagamos memoria, suerte de crónica-documental de los personajes y las historias que, no obstante el paso del tiempo, recobraron hálito en su virtud investigativa y narrativa, de las que más tiene presente el cronista: Los desaparecidos de la cafetería del Palacio de Justicia, un perfil de Juan de la Cruz Varela, el legendario líder guerrillero de las neblinas del Sumapaz; La voz que no se olvida: Jorge Eliécer Gaitán, el escalofriante caso de Rosa Elvira Cely, con el seguimiento del juicio de su depredador; y el vagabundeo ilustrado de Jaime Garzón recién haber desertado de la guerrilla.

Pero en ese tránsito de ires y venires por diferentes medios de comunicación, Óscar Bustos también ha vivido las duras y desoladoras intermitencias que arroja el oficio, como quedar desempleado en cinco ocasiones por circunstancias  inauditas con sus consecuentes descalabros económicos: la inexorable quiebra empresarial de un noticiero, las taras y alucinaciones de un director indescifrable, o por circunstancias que no tienen explicación ni en los sesudos tratados de filosofía.

La Iglesia del 20 de Julio, depositaria de su crónica maestra, 'Radiografía del Divino Niño'. 
Por ejemplo, el cronista refiere el esquizofrénico comportamiento de Manuel Teodoro cuando Bustos desatendía las descabelladas obsesiones amarillistas del director de Séptimo Día:

“Me citaba a su oficina o a la sala de edición, me ponía al frente la nota, y se soltaba con un alarmante discurso de reproches por haberme resistido a sus desquiciantes instrucciones. Me aterrorizaba cuando abría los ojos como un poseso, crispaba los dedos, gimoteaba, soltaba lágrimas, se tiraba al piso y empezaba a convulsionar. Varias veces fui testigo de sus lamentables escenas. La última vez me sacó del canal a empellones”.

Su experiencia con Guillermo Arturo Prieto La Rotta, el reconocido Pirry, también fue otro capítulo desafortunado. Vale la pena destacar que fue Óscar Bustos el gran soporte narrativo de Pirry en el inicio de su aventura ante cámaras con El mundo según Pirry:

“Creo que Pirry tiene problemas de bipolaridad, paranoia y depresión. Cundo trabajé con él sufría delirios de persecución. Presa de sus sin salidas, recorría alborotado los pasillos de RCN como si estuviera en un manicomio. Pirry frente a cámaras fluye como improvisador, pero es nulo como narrador de historias. Si no tiene un soporte como contenido queda en ascuas, indefenso, frente al precipicio. Además que tiene un ego impresionante. A mí me sacó porque no se ganó un premio de periodismo que él daba por hecho: un trabajo de equipo enfocado en cómo recibía Bogotá a una familia desplazada. Se invirtieron cuarenta horas de solo grabación, sin descontar investigación y trabajo de campo. Cuarenta horas reducidas a un programa de una hora. Pirry se fue a la ceremonia con traje de luces convencido de que le iban a entregar el galardón, pero al final quedó con un palmo de narices. Y esa fue la causal de mi salida”.

Otro caso clínico de psiquiatría tuvo que encarar Bustos con María Carolina Hoyos Turbay, cuando trabajó con ella para el Noticiero Nacional:

“María Carolina era la fantasía hecha noticia. En los consejos de redacción no me paraba bolas a los hechos de actualidad que le proponía. Ella se inventaba las notas y me convencía de desarrollarlas con recursos como extraídos de la chistera de un mago: ‘Vete por allá a la calle, al Santa Fe, qué se yo, y pones unas prostitutas a toser, y te escribes una nota sobre el contagio de una gripa originada por un animal extraño, un chupacabras puede ser, que de eso hay muchas imágenes’, ordenaba”.

“Una vez me encargó que consiguiera un detective con experiencia, veterano, para montarle el rollo ficticio de la noticia de un secuestro. Es decir, se trataba de armar un novelón como los del espacio radial La ley contra el hampa, que paralizaba la radioaudiencia en los años 70 y 80. Otro día me encomendó que ubicara una empleada de servicio con una doble vida: la de la doméstica en una casa de familia y la de terrorista incógnita que dormía en un cuarto de un sector popular de Bogotá rodeada de armas de fuego de largo alcance, granadas y otros explosivos. No entiendo por qué María Carolina no se encarriló por la literatura de impacto”.

Escritor y poeta

De sombrero verde al extremo derecho, cuando Óscar Emilio se ganaba el sustento como payaso impulsador de corrientazos en San Victorino. Foto: Archivo particular
En esos períodos de vacancia, de dos y tres meses, Bustos aprovechaba para retomar sus escritos de literatura: cuento, novela, poesía. Encerrado en su estudio, rodeado de libros y libretas de apuntes, con el respaldo moral y económico de Anadelina Amado, su esposa, que se multiplicaba en labores para el sostenimiento del hogar, el cronista de leguas invirtió días y noches en la selección antológica de su libro Colombia Crónica, finiquitó su novela Un grito desde el páramo, derivada de su crónica (nominada al premio de periodismo CPB en 2010) sobre la desaparición de un joven supervisor de puentes, que después de una incisiva búsqueda fue hallado muerto ocho días después. Dicha obra quedó preseleccionada en el concurso de novela Ciudad de Bogotá, y años más tarde, con otro título, El grafitero y la heliconia, participó en la convocatoria de novela de la Cámara de Comercio de Medellín.

En otro receso obligado de sus actividades de reportero, se concentró en la escritura de cinco crónicas (de un trabajo en equipo) que le encargó el editor Guillermo González Uribe para el libro 25 años de una revolución musical, memoria de la Fundación Batuta. Y le sobró tiempo para perfilar su poemario Suroriente (Los versos del sastre), poemas musicalizados, homenaje a Rodulfo, su padre.

De condición humilde hasta en su forma de vestir (en su ropero no aparece un traje formal, menos una corbata ni para amarrar un joto de periódicos), Bustos, curado en la virtud y la perseverancia de su trabajo a fondo, liado a la vocación y el criterio que lo ha catapultado como uno de los grandes narradores de Colombia, sintetiza su quehacer  en una frase: “Nací en un país que es sinónimo de crónica y de ella me he nutrido todos los días de mi vida”. Una experiencia también compartida en las facultades de periodismo, la Universidad Central, donde más ha dictado cátedra.

En esas estaba a mediados de febrero del año en curso, recapitulando historias y desempolvando recortes amarillentos de periódicos que registran crónicas del pasado como la de su intrépido y memorable viaje por el Amazonas: Tras las huellas del Curupira, publicada en Colprensa, cuando el timbre del celular lo rescató a la cruda realidad. Era una llamada de Ana María Ruiz, politóloga y experta en diseño y montaje de medios de comunicación, nombrada por la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, como nueva gerente de Canal Capital:

-Óscar, necesito verte en mi oficina cuanto antes. Quiero que seas el director de noticias de Canal Capital.

Y el llamado no se hizo esperar. Bustos, con su conocimiento y amplia trayectoria como periodista y narrador en prensa, radio y televisión, de la escuela de Germán Castro Caycedo, su primer maestro en activo (cuando trabajó bajo sus órdenes en Radio Santa Fe), Javier Darío Restrepo, Germán Pinzón, Germán Santamaría, además de discípulo aventajado en las lecturas y análisis de íconos del periodismo literario como Ryszard Kapuściński, Truman Capote, y Gay Talese; y sazonado en las fecundas aguas del lenguaje cinematográfico, gracias a su interés y estudio en profundidad de realizadores de la talla de Werner Herzog, Rainer Werner Fassbinder, Vitorio de Sica, Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, Ruy Guerra, Miguel Littin, Luis Buñuel, Arturo Ripstein y Carlos Saura, entre otros, de extensas pero provechosas jornadas de cineclubismo orientadas por maestros como Hernando Salcedo Silva, Hernando Martínez Pardo y Orlando Pulido, hace su retorno triunfal a Canal Capital, su casa.

El responsable cargo de director de noticias no cambiará en nada su forma de ser, su rutina, sus ejercicios matinales de aire puro en la Puerta de los Vientos, menos su ropero de sacos de lana (salvo una chaqueta de paño para un acontecimiento que lo amerite), camisas normales, pantalones de dril y botas todoterreno.  Continuará siendo el vecino saludero de barrio, el de San Vicente parte Alta en las cumbres brumosas del populoso sector de La Y, presto a primera mañana a tomar el alimentador que lo lleve a su ruta de transmilenio, con sus respectivos transbordos.

El mismo Óscar Emilio Bustos, visionario de grandes historias, artesano de la crónica, obrero de la información, esta vez en la poltrona de orientador de la sala de redacción, pero siempre con el overol puesto.

Capital con sentido social

Bustos en su estudio, escarbando en sus recortes de antología, como esta crónica de su viaje por el Amazonas, publicada por Colprensa. 
El nuevo esquema informativo de Canal Capital, de lunes a viernes, según Óscar Bustos, su director, tendrá un enfoque social al servicio de la comunidad.

Se emitirán tres informativos diarios, el de la mañana, en los primeros dos meses de 7:00 a.m. a 8:30 a.m., y luego de 5:00 a.m. a 8:00 a.m., con información local, red de corresponsales barriales y de plazas de mercado, enlaces con emisoras comunitarias y universitarias, secciones dedicadas a la mujer, al sector rural de Bogotá, gastronomía, cultura de barrios, agenda deportiva, encuentros y reconciliaciones, y los viernes, remates musicales con una agrupación previamente seleccionada de una localidad. Además de notas de celebraciones y aniversarios, pronósticos metereológicos, seguridad, movilidad, lo anterior en coordinación con la Policía Metropolitana, a través de un mapa interactivo de corresponsales.

El informativo de medio día irá de 12 M a 2:00 p.m., y será conducido por dos presentadoras. Se destacará la nota del día en contexto con las noticias de primera mañana, agregado a información nacional e internacional.

Se dará relevancia al proceso de obras en construcción para servicio comunitario: jardines infantiles, colegios, vías, parques, puentes para automotores, y peatonales, cades, centros de salud, etc., con un invitado especial, experto en el tema o en la noticia central de la jornada.

La última emisión, de 7:00 p.m. a 8:00 p.m., estará proyectada con una línea analítica de los tres noticieros del día. Será como el ABC de la opinión y el análisis. Se ventilarán preguntas ciudadanas con expertos en los temas requeridos. Habrá crónica y reportaje con periodista de cámara.

Óscar Bustos insiste en el rigor periodístico alrededor de lo humano, ético, social y pedagógico de la información: “Siempre pensando en la comunidad. Ese concepto será el alma del noticiero”, concluye su director.
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