sábado, 21 de diciembre de 2019

Noel Petro: decembrino, pachanguero y dicharachero a sus 86 años

Vida y obra artística y musical del maestro Noel Petro, el popular 'Burro Mocho', en las bodegas de vinilos del curador y coleccionista Élkin Giraldo Giraldo, en el centro de Bogotá 
Ricardo Rondón Chamorro
Fotos: David Rondón Arévalo y archivo particular

Noel Petro, el popular Burro Mocho, hace tiempo tiene antojos de unos zapatos blancos de época, pero se queja de no haberlos conseguido en el barrio Restrepo donde los estuvo buscando manzanas enteras con su mujer:

-Si no los hallé en el Restrepo, que ha sido la mata de los zapatos buenos de material, donde siempre los he conseguido, doy por finalizada mi búsqueda, porque el Burro aguanta pero ya no está pa’patoniar calle y arriba y calle abajo como un perdido-, dice entre bejuco y desconsolado.

-Yo sé dónde los consigue, maestro, no se preocupe-, le digo para levantarle la moral, en medio de la algarabía de mercachifles de calle en su desesperada y aturdidora retahíla de promociones navideñas, a voz en cuello, por bocinas y megáfonos, que se agolpan en el ombligo capitalino, entre los escombros y los parales de las polisombras de esta avenida Séptima, entre la 17° y la 24°, rota de hace ya cinco años, prueba desoladora de la corruptela, la ineptitud y la lentitud de quienes la administran.

-¿Y a donde me vas a llevar a ver los zapatos?-, pregunta el indestronable rey del requinto sabanero, nacido en Cereté (Córdoba) hace ochenta y seis almanaques, pero como si nos los tuviera… Hay que ver la planta de Noel Petro, el garbo, la lucidez y su vigencia como cantor y torero, porque todavía, asegura, se avienta a presentarles la muleta a los astados en los ruedos.

El 'Burro Mocho' con los éxitos musicales de su enamorada de toda la vida: Claudia de Colombia 
 -Estamos a  unas cinco cuadras, y se va a llevar una sorpresa-, le respondo.

-Es que quiero hacerme ese regalo de Navidad: unos zapatos blancos estilo Panamá, como los que exhibía en los escenarios Alfredo Chocolate Armenteros, el Louis Armstrong cubano, que era la elegancia andante. ¡Qué tipazo, ese!, todo de blanco, con sus finas gafas polarizadas y su  habano a flor de labios...

En el trayecto, alguien entre la muchedumbre reconoce al Burro,  lo ataja como en corraleja y apura con una voz pedregosa para saludarlo y exponerle una memoria, dice, con más de 400 de sus melodías. El hombre, entrado en años, es un vendedor de música en USB, de esos que se parquean en los andenes con un tenderete de lona y un parlante a todo volumen, en una ciudad enloquecida por el ruido ambulante en sus máximos decibeles y sin ningún control.

-¡Eh!, don Burro, qué bendición tenerlo de cuerpo presente. Yo no lo veía desde que usted salía a hombros de la Santamaría, ¡imagínese hace cuánto!, yo puedo tener su edad. Pero mire qué coincidencia, aquí tengo su música. Venga y la escucha.

-No, mijo, de pronto más tarde, es que vamos de afán a hacer una diligencia -dice Noel-, pero yo le compro la memoria. ¿Cuánto vale?

-Honor que me la reciba, don Burro, yo se la obsequio porque lo admiro, y porque ustedes los artistas nos dan de comer. Estas casualidades no se ven todos los días. Vea, recíbala, y le encimo este aguacate pipón, porque también los vendo.

Noel Petro y don Élkin Giraldo, unidos por la mejor música de todos los tiempos.
Petro suelta una sonora carcajada, abraza al comerciante, corresponde a su generosidad  y manifiesta que el mayor tributo que puede recibir un artista no son las medallas y las condecoraciones que se extravían en los trasteos o las carcome la herrumbre, sino el reconocimiento de la gente, de su público cosechado de muchos años. “Todo esto es lo que a uno lo dignifica y engrandece”.

Así llegamos a las puertas del Almacén de Calzado Cosmos (Calle 17#8-40), con su entrada de vitrinas que exhiben zapatos de ayer, de hoy y de siempre, porque su propietario, don Elkin Giraldo Giraldo, es de los pocos en el céntrico sector capitalino que ha persistido en respaldar y promover la industria del zapato nacional, contrario a otras plazas de este renglón comercial que se dejaron absorber por el chagualo chino, sintético, de cargazón que no aguanta dos aguaceros.

Petro queda asombrado con la cantidad y variedad de estilos de calzado, pero también repara en unas canastas repletas de vinilos, muy bien conservados, con sus etiquetas de promoción.

-Siga, maestro, póngase cómodo-,  advierte don Élkin, que invita a sentar al curtido cantautor y requintista en una de sus flamantes poltronas. Dígame no más qué calzado busca…

-Ve, hombre, Rondón tenía razón. Aquí veo los zapatos que estaba buscando-, aprueba el artista señalando un par de mocasines crema en tono mate.

-¿Qué talla es la suya?-, formula Giraldo.

-41.

-Creo que esos que vio son los suyos-, afirma el dependiente.

El eterno enamorado de la legendaria intérprete Claudia de Colombia se chanta los zapatos primorosos de fiesta tropical, los palpa con el índice en las puntas de los dedos, afianza el calcañal varias veces, hace presión en el talón, se incorpora, apura tres pasos y se mira al espejo:

Clásicos del 'Burro', cuando llenaba llenaba al tope la Santamaría con su requinto y sus trastos toricidas
-¡Ah!, estos son los nuevos cascos del Burro. Son puro cuero. ¿Y es que usted aquí también vende música?-, se dirige a don Élkin, que como los comerciantes a la antigua luce impecable traje formal, camisa de cuello sanforizado y corbata.

-Sí señor, de hace más de treinta años. En un principio, por gusto propio, como coleccionista, después para negocio. Y tengo su música, sus discos de antología. Venga subimos y conoce.

Avanzamos al fondo del almacén y accedemos a la segunda planta por unas escaleras de madera. Noel Petro, el Burro Mocho, abre sorprendido los ojos y se le erizan las pestañas al ver la cantidad de discos agrupados en estanterías y clasificados en orden alfabético.

Miegda!-, exclama el juglar asombrado. Usted lo que tiene aquí es un fortín del vinilo. ¡¿Cuántos discos puede tener?!

-Se calcula que más de 100.000. De toda clase, jazz, boleros, instrumental, rancheras, tangos, música clásica, popular, del recuerdo, músicas del mundo, tropical, la pachanguera de diciembre, su melodía maestro, siempre vigente, por aquí está, busquemos por la N.

Claveles reventones y el público aclamándolo a rabiar
Petro, deslumbrado, apunta que desde la noticia hace tres años del desmantelamiento de un matadero de burros en el municipio de Bocas de Girón, Santander, cuando un operativo de la policía rescató 115 asnos viejos y desvalidos que iban a ser sacrificados para vender como carne de molienda sus enjutas y desabridas presas, no sentía una estupefacción semejante.

Mientras el consagrado artista ceretano narra la anécdota de tintes garciamarquianos del frustrado burricidio, don Élkin va extrayendo uno a uno los clásicos originales de la Petromanía de distintas épocas, desde sus inicios, como uno del sello Impacto, La ola dos mil (1974), carátula de fondo verde manzana, donde aparece su estampa veinteañera con el requinto terciado al hombro.

-¡¿Ah?!, usted señor me hizo retroceder sesenta años en el tiempo. Este disco fue de los primeros éxitos que yo grabé. Uno es descuidado con su propia música, pero sí conserva la de los demás-, replica. Seguido recuenta el contenido del precioso álbum: Cereté y la calumera, La gallina java, La reina del Sinú (la misma que en Venezuela fue reina acaudalada), La pelotera, Azucena (el tema más sonado de su discografía), La reina del monte, Cabeza de hacha (temazo de vieja guardia que fue grabado por Carlos Gardel, y muchos años después por Diomedes Díaz), y mire que coincidencia, aclara, Zapato blanco, como los que me voy a estrenar de nochebuena.

-¿Y de dónde es que usted ha conseguido esta música que ya se me estaba escapando de la memoria?-, indaga Petro al señor Giraldo.

-Maestro, todo esto hace parte del comercio, de saber dónde ponen las garzas, como dicen por ahí, del inventario de las emisoras que manejaron la música en acetato por muchos años, hasta que este formato fue desplazado por el CD y a la fecha por la cantidad de plataformas digitales, que es lo que más se consume. Pero mire usted que el vinilo volvió a recobrar su auge, y a despertar notorio interés en las nuevas generaciones-, puntualiza don Élkin mientras extrae de la estantería los tesoros en perfecto estado del Burro.

A Noel Petro se le extravió la cifra de las letras que ha compuesto y de los trabajos musicales publicados
 -Mire este álbum, por ejemplo, que lo remite a su periplo de luces y arenas: De corrida en corrida (1983)-, le extiende Giraldo al torero-cantor.

Petro, cariacontecido,  da cuenta de unos títulos macondianos, cada uno con su propia historia, y en su caudal, como para sentarse a escribir un libro gordo de memorias, porque hay mucho qué contar: La burra de Ventura, Corona de avispas, Cualquier tumba es igual, Tota y Tuta, y atérrense, de su voz y su requinto, y del sinnúmero de músicos que lo han acompañado a lo largo de su aclamada carrera, un mosaico dedicado al grupo Menudo: Súbete a mi moto, Despeinada y Cámbiale las pilas.

Y a ese ritmo, Giraldo va extrayendo de los escaparates otras pastas musicales  de uno de los íconos más aplaudidos de la melodía tropical en Colombia y en países circunvecinos como Ecuador, Venezuela, Panamá, Perú, Argentina, y de Centro América, México, Guatemala y Costa Rica, entre otros, imparable y a petición del público, de innumerables giras en el calendario ferial, ni se diga en temporada decembrina:

Álbumes cuyas carátulas dan cuenta del ingenio y la creatividad de los diseñadores y tituladores, en ese entonces apropiados de una tecnología mecánica, en frío, sistema análogo de impresión, y mano maestra en el momento de definir cada corte, que no podía pasarse de los tres minutos y quince segundos, tiempo reglamentario para cada tema.

En el tránsito de esas recapitulaciones, Noel Petro va desgranando anécdotas a vuelo de jilguero, de los acetatos que le va sorteando don Élkin:

Collage de su fascinante periplo artístico, como el escándalo que protagonizó cuando apareció desnudo en la portada del diario El Espacio.  
 -Se le sacaba jugo a la idiosincrasia nacional, al momento y a las circunstancias, a la hora de pensar y repensar una nueva producción musical. Por ejemplo este, Burrolandia (1979), con un tema que sonó bastante, El dengue, inspirado en un mal endémico que comenzó en la costa por los peligrosos bichos que se crían en las aguas insanas, y que repercutió en gran parte del país; o la versión que hicimos de La mochila azul, de Pedrito Fernández, el éxito más sonado en esa década, cuya película, que lleva el nombre de la letra, tiene el récord en Colombia como la que más tiempo ha permanecido en cartelera, de manera consecutiva: un año largo en el Teatro México.

-¿Y qué dice de este…, maestro?-, interpela Giraldo con sutil sarcasmo, cuando le pone en sus manos el quebranto eterno de sus recónditas quimeras, el álbum La Reina de Las Cruces, dedicado al amor de sus amores, doña Gladys Caldas, la archifamosa Claudia de Colombia, la mejor intérprete en la historia de la balada, con repercusión internacional.

-¡Ja!, don Élkin, me voy pa’l salto mi vida… Es que ese tema de la rompecorazones da para unos tres tomos en la enciclopedia sentimental y musical del Burro-, recalca, y se echa a reír y a imitar entre buches y pitazos el rebuzno del pollino, mamá, estoy triunfando, pero mándeme pa’l pasaje

En ese instante hace su aparición el académico, melómano y narrador Jorge Éric Palacino Zamora, asiduo visitante y consultor de la colección de Almacenes Cosmos, quien se resiste a creer que el ídolo de su infancia, al que veía torear en las ferias de su pueblo, Anolaima, cuando se colaba por entre la empalizada de toriles con otros muchachos, y empinado en un cajón de cerveza ponía su melodía en el tocadiscos de su padre para prender el jolgorio de la clientela de la discoteca El Manantial, negocio familiar, está frente a él, después de tantos años.

Noel Petro versión USB, con más de 400 de sus éxitos de distintas épocas. 
Palacino, embelesado con Petro, rodeado de más de un veintena de sus álbumes, extrae de su chaqueta una libreta anillada y un bolígrafo para tomar apuntes, porque asegura no perderse semejante oportunidad para publicar en su apartado tuitero de Maestro Aguja la riqueza en anécdotas de uno de los cantautores estrella de la música popular en Colombia, el extraordinario Noel Petro,  pachanguero, dicharachero y siempre decembrino, como ha sido su curso en sus 83 años de existencia.

Giraldo pide una pausa para invitar unas infusiones en esta mañana fría y nublosa de un diciembre atípico pasado por marchas y revueltas de una muchedumbre inconforme, jóvenes en su mayoría, con saldos trágicos y luctuosos a la fecha, y un sinsabor de que algo crucial está por suceder en la historia política del país, para bien o para mal.

Y entre tintos y aromáticas agradables, van a saliendo a flote los registros y las acotaciones de una vida dedicada al arte musical de significativos logros personales y artísticos, como es la de Noel Esteban Petro Henríquez, su gracia bautismal, el popular Burro Mocho, o el Torero-Cantor.  

Entre requintos y muletazos

La envidiable vitalidad que irradia el veterano compositor e intérprete da cuenta de una chiquilla de apenas trece años, Noelia Lucía, la menor de su parvada, de los ocho hijos reconocidos que dice tener, dos varones y seis mujeres, dos de ellos músicos, integrantes de su agrupación musical, Noel (veintinueve, guitarrista) y José Noel (veintitrés, bajista).

-Noel Petro, ¿de los Petro del alcalde bogotano?-

-Debe haber un remoto parentesco, porque ese apellido es cordobés. Pero guardo distancias con el ex alcalde bogotano porque con el veto de la plaza (la Santamaría), dejó sin trabajo a los toreros y a muchas familias que dependían de la fiesta.

El Burro decembrino, infaltable en celebraciones y parrandas de fin de año.
 -Usted suena todo el año, pero más en esta época decembrina. ¿Cómo recuerda Noel Petro las navidades de infancia?

-Desafortunadamente no fueron las mejores. Mis padres eran separados. Mi vieja, Catalina Henríquez, pasaba angustias económicas. Yo tenía la costumbre, como todos los pelados, de escribirle la carta al Niño Dios. Le pedía triciclos, patines o esas pistolas que venían con tiritas de pólvora y que toteaban cuando uno las disparaba, pero al siguiente día, cuando despertaba, no había nada. Y mi mamá se agarraba a llorar con el pobre Burro.

-¿Y en el pueblo, en Cereté, cómo se celebraban las fiestas?

-¡Ah!, la costumbre, como en casi todos los pueblos de la Costa, las casas eran de puertas abiertas. Se compartían las viandas, el sancocho de gallina, los tamales de masa y arroz, la natilla, los buñuelos, los dulces, la copita de vino, los abrazos. La gente era muy unida. Todo eso se ha perdido por la maldad humana, la inseguridad, la desconfianza. Ni se diga en las grandes ciudades como Bogotá.

-¿De dónde el apelativo del Burro Mocho?

-Por un burro del pueblo al que le cortaron las orejas y la cola y vivía arrecho buscando burras, y yo me iba detrás a perseguirlo pero tiraba casco que daba miedo, porque cuando ellos están acalorados se ponen muy bravos y arrasan con el que se les atraviesa. Entonces yo cogí el hábito en el colegio de decirles Burro Mocho a los pelados o a los profesores que por cualquier cosa se encabritaban conmigo. Y así me bautizaron Burro Mocho, hasta el sol de hoy.

-El Burro Mocho que ha vivido eternamente enamorado de Claudia de Colombia.

-Ese es un amor de telenovela. Yo estuve muy enamorado de ella. Le escribí muchas canciones. Aún las canto en mis actuaciones. Al principio, cuando la llamaba al teléfono para dedicárselas, me mandaba para la Gran Bretaña Ya después dejé de insistir, pero la seguía nombrando ante micrófonos a donde fuera.

El torero-cantor en una de sus corridas, en la plaza que fue su casa: La Santamaría de Bogotá 

-¿Hasta qué año de estudio hizo usted?

-No me acuerdo, si fue hasta tercero o cuarto de bachillerato…

-¿Se interpuso la música?

 -Y el toro.

-¿Qué se oía en la radio en ese entonces?

-La música tropical de siempre, que de un tiempo a esta parte llaman de Navidad: Guillermo Buitrago, Bovea, José Barros, todo lo de la Sonora Matancera, Daniel Santos, que era el ídolo de masas. Eso se oía en la emisora Fuentes, que era de Cartagena.

¿Quién le enseñó a tocar la guitarra?

-Eso fue por un primo mío materno, Alfredo Henríquez, que me enseñó arpegios y tonalidades. Ya después conocí a Edmundo Arias y a Adel BarónEdmundo fue fundamental en mi carrera. Recuerdo una frase suya que marcó mi vida de artista: “Para ponerle cara al público, tienes que estudiar todos los días”. Y eso lo he cumplido sagradamente hasta la fecha. Ensayo cinco horas diarias de requinto y entreno dos horas diarias toreo de salón.

Desde su juventud y a la fecha, Noel Petro le dedica cinco horas diarias de ensayo a su requinto
 -¿Quién lo llevó al principio en el toro?

-Mira, antes de debutar en el canto, yo ya había matado mi primer toro en Montería, y eso se lo debo a Melanio Murillo, hermano de Anderson Murillo, alma bendita, el mejor picador del mundo. Melanio fue mecenas de Pepe Cáceres, de Vásquez II, de Miguel Cárdenas, de El Guatecano, de muchas figuras. Y de este servidor.

Él me vio varias veces el valor que derrochaba en corralejas, y como el Burro era delgado, tenía estampa de torero y no era tan feo, mi pinta me he gastado, pues me puso al descontado una muleta y un capote, y así me fui mirando después en otros espejos, como el de Litio Espitia, José Madera Maderita, y Martín Varela, de la Escuela de Cali. Porque uno de muchacho, por la fiebre, lo que pega son trapazos, o lo que llamábamos, espantamoscas. Es que esto del toreo, Rondón, tú lo sabes, es cosa seria: Es una ciencia, un doctorado, así se ofendan los que no gustan de este arte.

Noel Petro ha sido el torero popular que más ha llenado plazas en Colombia, con la muleta y el requinto. Doce veces puso tacos en La Santamaría, con público afuera que abarrotaba tascas y cantinas aledañas, seguía las transmisiones radiales, y coreaba al unísono los ¡olés!, a la par de sus letras musicales, en las décadas de los 70 y 80, con la empresa del legendario Rafael Chiquito Pérez.

-En varias plazas llegué a torear hasta dos veces el mismo día. Una por la tarde y otra por la noche. La gente me pedía a gritos. En provincia fui ídolo indiscutible. Yo fui el gestor de implantar el toro de casta en esas plazas, porque antes se toreaban ejemplares criollos. Y eso desluce la fiesta.

A mediados de los 70 llegué a torear al país más antitaurino de Latinoamérica: Argentina, donde el fútbol es la religión que impera. Yo tenía pegado el éxito Azucena y me contrataron para actuar, pero pedí que me dejaran torear. Cumplieron mi solicitud y adaptaron con arena el estadio Ciudad de Lanús. Fue la locura. La empresa que me contrató programó más corridas musicales en Rosario, en Mendoza, en La Plata, pero se vinieron encima las asociaciones protectoras de animales. Cómo sería que la misma Isabel Perón se apersonó de la situación y echó abajo la gira.

Con el sufrimiento amoroso de toda su vida: la legendaria Claudia de Colombia
 -¿Usted observa que la fiesta brava definitivamente tiende a desaparecer?

-Eso está visto, pero es una lástima, porque si se vetan las corridas se está acabando con una de las especies más bellas del reino: el toro de casta, que cuesta mucho criarlo, levantarlo, cuidarlo. Eso no se da silvestre. Pero quienes se oponen, no quieren entender eso, que con la desaparición de la fiesta, también se extingue el toro bravo.

A mí me causa gracia cuando los antitaurinos, los ambientalistas dicen: “¡Ay!, es que esos pobres animalitos...”. Mira, ponte en la cara de un toro de 500 kilos, de cinco años, con unos pitones como cuchillos, y la raza y la bravura que llevan. ¿Pobre animalito? ¡Hombre!, como si fuera un pollito.

-¿Cuántos discos ha grabado, maestro?

-¡Uff!, ya perdí la cuenta. Muchos: ¿200, quizás? No me atrevo a precisar, pero es una cantidad.

¿Cuántas letras ha compuesto?

-También perdí esa cuenta. Más de 1000… no recuerdo. Es que la vida musical del Burro Mucho se divide en cuatro etapas, y cuatro veces he estado de moda. Una, la de mi primera juventud, dieciocho años, cuando  senté precedente con éxitos como Cabeza de hacha, La puya aguamalera, La descarada, Me voy pa’l salto, La playa, entre otras.

Luego me apagué porque el sello Sonolux me puso un director de programación que no dio en el clavo conmigo: me dieron unas canciones que no hicieron eco porque no gustaron, porque no sonaron. Ahí vi perdida mi carrera, porque tú sabes que si hay algo cruel en la vida, es la industria discográfica. Y si tú no suenas en la radio, estás perdido, no existes. Incluso me dijeron que siguiera con el toro porque como cantante, hasta ahí había llegado.

Fue una temporada decepcionante, de desvelos, de lágrimas, hasta que Dios otra vez me alumbró el bombillito y le compuse un merengue a Pepe Cáceres, que era figura del toreo en Colombia y recién llegaba de triunfar en España.

'El Burro' hace su comparecencia en Lima, Perú, donde dejó huella en tarimas y ruedos.
Pepe vino a torear a la feria de Medellín y al lunes siguiente de acabarse la temporada, le caí al Hotel Nutibara. Como él sabía de mí no fue difícil que me atendiera. Yo llevaba la guitarra, lo saludé, lo felicité y le dije, “maestro, mire lo que le compuse”. Lo oyó y quedó muy emocionado. Me pregunto: “¿Y ya lo grabaste?”. “No -le dije-, es que me cerraron puertas en Sonolux por un disco que no funcionó.

Pepe, sin mediar palabra, tomó el teléfono y llamó a Hernán Restrepo Duque, que era el gerente general de Sonolux, y, para Hernán, después de Dios, existía Pepe. Lo saludó y le dijo: “Hombre, Hernán, quiero que escuches esto…”, y me puso al teléfono y yo empecé a rasgar la guitarra y a cantar. Después me pasó la bocina: “Mira, Burro -replicó Hernán-, esto se graba hoy a las dos de la tarde". No sé a quién quitaron en el turno, pero a las dos de la tarde yo estaba en el estudio. Y eso se lo debo a Pepe Cáceres, que sigue siendo mi ángel de la guarda. Todo para que el Burro siguiera rebuznando.

Bueno, y después vino la segunda etapa que comprende: La cinta verde, La luna y el toro, Azucena (el éxito que más ha pegado), La gallina jabá. Luego, la tercera etapa, muy movida por cierto, con La papaya, Voy hacia ti, El loco rock and roll, La reina de Las Cruces (dedicada a Claudia de Colombia), La araña, La sinuana, La cerezaetc., etc. Y, la cuarta etapa, con el superéxito que pegué en Carnavales de BarranquillaEl ñato mama ron… que fue una locura. Y sigue sonando.

¿Cómo descubrió el requinto, que ha sido el instrumento base de sus interpretaciones?

-Primero fue la guitarra. Y, el requinto, inspirado en las películas románticas de Los Panchos que pasaban en mi pueblo. Son las mismas cuerdas. Solo que el requinto tiene el diapasón más corto que la guitarra, pero la afinación es más pura y más alta. Yo quería tener un requinto como el de Gilberto Urquiza, que grabó en México Tontería, un bolero bellísimo que a mí me quedó sonando toda la vida. Y me preguntaba, ¿quién me iba a hacer un requinto eléctrico?

El primero que me fabricaron fue un clon. Es decir, le adaptaron a una guitarra grande unos micrófonos, como “pal’ gasto”, como decimos en Córdoba. Luego vinieron otros cada vez más superiores en calidad y sonido, en vibración y afinación.

Aquí en Bogotá me los fabrica un artista para quitarse el sombrero: José Ortiz, que tiene su taller en Bosa. Eso en cuanto a la madera. La parte eléctrica me la pone Armando Acuña. Y ya se remata con la decoración metálica.

Apenas una de las ingeniosas carátulas de sus éxitos prensados en vinilo
 -¿Cuántos requintos puede tener?

-¡Muchos!, en diferentes épocas. No me he dado a la tarea de contarlos, pero creo tener varias docenas.

-¿Siente hoy nostalgia en esta época decembrina?

-No, sabes que no… Es que se ha perdido demasiado ese vínculo familiar de otros tiempos. Yo lo vivo y lo disfruto por mi hija menor que todavía está pequeña, pero generalmente estas fiestas me cogen actuando, aquí, o en otras ciudades y provincias. Si no hay nada qué hacer, el Burro se acuesta temprano. Qué me voy a esperar ya hasta media noche…

¿A qué horas se levanta toda los días?

-A las cinco de la mañana ya el Burro está en pie.

¿Y qué se pone a hacer a las 5:00 AM?

-Saco mis trastos toricidas y me pongo a entrenar toreo de salón mientras oigo las noticias.

-¿En qué emisora?

-Caracol o  La W. Depende…

-¿Le ayuda a su mujer a hacer oficio?

-Cielo, digna representante de la belleza monteriana, sólo me permite el ingreso a la cocina los domingos.

-¿Cielo es su última mujer?

-Sí, con ella me casé hace quince años en Cereté. Fruto de ese amor es Noelia Lucía, mi adoración.

-Y se puede saber cuál es el secreto de su virilidad?

-Que el Burro no trasnocha, el Burro come sano, el Burro no es borracho, de modo que me mantengo intacto.

¿Consume algún nutriente especial?

-El guiso de icotea (tortuga de agua dulce), como lo prepara mi mujer, que ella lo sabe acompañar de sopa de palmito y arroz con coco: ese es un manjar de dioses, y la gran subienda es en Semana Santa.

¿De sobremesa?

-Un vaso de chicha de arroz con hielo picado. Y, de postre, un mongo mongo de plátano maduro como lo preparaba mi mamá.

-¿Y a hacer la siesta en la hamaca?

-No me gusta la hamaca porque pertenezco a la estirpe de costeños que le hacen el quite a la pereza. Para el Burro la cama es donde protagonizo mis mejores faenas, rebuzno y me duermo.

Postal del recuerdo. De izquierda a derecha: Ricardo Rondón, Élkin Giraldo, Noel Petro y Éric Palacino 
 -¿Qué le dice el médico cuando lo visita?

-Yo poco lo visito porque no soy quejumbroso: Al Burro le gusta ser joven; no sapo pipón.

¿Cuántas cirugías se ha mandado a hacer?

-Dos: una planchadita de pategallinas, y una emparejada de orejas, porque el Burro las tenía muy grandes.

¿Qué tal de la vista?

-A mis años, veo más de lo que debería ver.

-¿A quién se encomienda cuando sale de casa?

-A la Santa y Milagrosa Virgen del Carmen.

-¿Y qué es lo que más le pide?

-Salud, que es lo que te da para todo.

-¿Qué hace el Burro cuando se aburre?

-Me pongo frente al televisor a poner videos de corridas de toros. O a leer algo. O a ordenar y escuchar mi música.

-¿Qué le falta por hacer?

- Me encantaría escribir mis memorias.

-Qué pasó al fin con El torero cantor, la película que hizo con Montecristo, Lucho Ramírez, Alberto Osorio y Flor del Valle?

-Es la primera película que se hizo a color en Colombia. Tengo pensado sacarla nuevamente en vídeo y anunciarla como la cinta más mala que se haya hecho en la cinematografía nacional, pero que lleva la firma del Burro Mocho.

-¿Por dónde se le sale la vanidad?

-Por mi público, que me sigue y me ovaciona a donde quiera que voy, y ese cariño que me tiene la gente, no tiene precio.

-¿Cuánto hace que no baila?

“Como el animal se acuesta muy temprano, eso del bailoteo en discotecas es cosa del pasado. Bailo y gozo pero en mis espectáculos.

-¿Si volviera a nacer haría lo mismo?

-Indudablemente. Eso no tiene pérdida.

¿De qué se arrepiente?

-De haber hecho sufrir a mi mamá con los toros. Cuando sabía que iba a torear, mi mamá, mi familia, me mandaban la policía a la plaza para que me detuviera.

-¿Qué acostumbra guardar en su mesita de noche?

-Los borradores de las canciones que preparo, y toda esa cacharrería que puede caber en una mesita de noche.

-¿Reza antes de acostarse?

-Antes y después de acostarme: La oración es infalible.

-¿A qué horas clava cabeza el Burro?

-A las diez de la noche el Burro ya está listo para roncar.

-¿Algún lugar para disfrutar de unas vacaciones de fin de año?

-Yo siempre aconsejo Fontibón, que es más cerca, más barato, y hace el mismo sol.

Noel Petro y su discografía: bit.ly/2ZdhFs9 
Share this post
  • Share to Facebook
  • Share to Twitter
  • Share to Google+
  • Share to Stumble Upon
  • Share to Evernote
  • Share to Blogger
  • Share to Email
  • Share to Yahoo Messenger
  • More...

0 comentarios

 
© La Pluma & La Herida

Released under Creative Commons 3.0 CC BY-NC 3.0
Posts RSSComments RSS
Back to top