martes, 25 de abril de 2017

Palomo Linares, de zapatero a figura del toreo

A escasos días de completar 70 años, el corazón de Palomo dejó de latir. Con su partida, nace la leyenda del prolífico  torero, pintor, y hasta actor de cine en sus años dorados. Foto: EFE  
Ricardo Rondón Ch.

¡Ha muerto un torero!, registraban los gacetilleros españoles de antología cuando palmaba una figura y se echaban al vuelo las campanas.

En el capítulo que corresponde a Sebastián Palomo Linares,  el rancio remoquete aplica para despedir al último romántico de la tauromaquia, torero de carácter, heterodoxo, corajudo, de estampa, polémico como el que más, dueño de una férrea voluntad para cumplir sus sueños, pese a su origen humilde.

A escasos días de completar 70 años (27 de abril), el trajinado músculo cardíaco de Palomo no aguantó más luego de una cirugía de corazón abierto que le practicaron en la clínica Gregorio Marañón, de Madrid, para implantarle un doble baypass aortocoronario.

En los últimos años, el torero había salido avante de tres avisos del miocardio, pero este fue el definitivo. Retirado de los ruedos desde 1985, Palomo Linares, en su refugio de la hacienda El Palomar -cerca de Madrid- se dedicó de lleno a la pintura, arte que venía ejerciendo de tres décadas atrás con satisfactorios resultados (en Bogotá se le recuerda por sus exposiciones en la desaparecida Galería San Diego  y en el Hotel Tequendama).

En la época contestataria de 'Los guerrilleros': Sebastián Palomo Linares y Manuel Benítez 'El Cordobés'. Foto: Historias  taurinas
Solía decir que las cornadas más duras no son las que dan los toros sino las del fracaso y las del desamor. Y lo afirmaba con conocimiento de causa.

Hace cinco años, su estruendosa ruptura con quien fue su esposa y la madre de sus tres hijos (Sebastián, Miguel y Andrés), la bella y glamurosa diseñadora de joyas barranquillera Marina Danko, fue polvorín para las revistas del corazón y los programas de cotilleo que, en España, causan más alboroto que en Colombia.

Ya separado y con la herida vendada del despecho, Palomo, sin dar nombres propios, echaría una puya al respecto cuando una acuciosa reportera de televisión terció a la salida de uno de los tantos eventos sociales a los que él asistía:

“Quien me hace una faena, me la hace para toda la vida, porque no acostumbro a dar segundas oportunidades”.

Tiempo después se reveló una nueva relación con la guapísima jueza Concha Azuara, de 41 años, con quien el ex torero tenía planeado contraer segundas nupcias. Fue ella quien lo despidió en el último trance, en su lecho de moribundo,  al no poder superar la intervención cardiovascular.

En sus mejores primaveras, con el amor de su vida, la colombiana Marina Danko, de quien se había separado hace cinco años. Foto: El Español
Después de su apoteosis del 22 de mayo de 1972 en la plaza de Las Ventas, cuando acartelado con Andrés Vásquez y Curro Rivera, y toros de Atanasio Fernández, armara el barullo al cortarle el rabo al toro Cigarrón, el quinto de la tarde (hazaña que en ese ruedo no se había producido hacía 37 años, y que no se volvió a ver…), Palomo Linares se inscribió como uno de los grandes de la tauromaquia, tanto en España como en América.

En Bogotá, fue uno de los queridos y admirados de la casta ibérica del toreo de época que arrojó figuras como la de Antonio Chenel Antoñete, Paco Camino, Santiago Martín El Viti, Pedro Gutiérrez Moya El Capea, Francisco Rivera Paquirri y más reciente José Ortega Cano, entre otros.

Fue en La Santamaría la última vez que se le vio torear (ya retirado como matador) un novillo-toro en traje corto, en el festival benéfico para las víctimas del terremoto de Armenia, en 1999, que dejó un saldo de aproximadamente 1.400 muertos y más de 200.000 damnificados.

A propósito de esa visita, reproduzco, como un homenaje a su memoria, esta crónica publicada en las páginas del desaparecido diario El Espacio


Palomo Linares, de zapatero remendón, a figura del toreo

Palomo Linares en su faceta de pintor. Su primer oficio, en los tiempos difíciles,  fue el de zapatero. Foto: Diario de León
"Por la Calle de La Fatiga arriba, de sesgo a la botica, a un lado de la Calle de la Esperanza, hay una especie de agujero con un zapatero remendón adentro.

Palomo lo miró fijo, se frotó las manos y exclamó con ánimo: Huyyuuuyyy'.. ¡Pero si se parece a mi maestro Pedro, el de Linares!.

Con este introito don Gonzalo Castellanos (El Loco) saludaba con palmas y vítores a Sebastián Palomo Linares durante su paseo por el barrio La Candelaria, la vieja, en un sentido y elogiado reportaje publicado en El Tiempo, en 1973, que hace parte de la Antología de Grandes Reportajes Colombianos, selección y prólogo de Daniel Samper Pizano.

En ese entonces, el diestro español estaba hecho un tío, en la suma de sus facultades artísticas, con el vigor de la juventud en sus manos de fortunas y ese halo seductor que terminó por cautivar a la esposa y la madre de sus tres hijos: la bella diseñadora de joyas barranquillera Marina Danko.

En los albores de su profesión, saludando al cronista taurino venezolano Pepe Cabello. Foto: Historias taurinas
En esa época florida del triunfo y de los titulares de primera plana en los periódicos como uno de los mejores del planeta taurino, él, Palomo Linares, le contaba a Castellanos los más y menos que marcaron su destino, aquellos terrenos duros de su niñez desamparada, y años más tarde, la cosecha de los perseverantes que saben aprovechar el talento.

Por eso Palomo nunca podrá borrar de su memoria fotográfica aquel Pedro, el de Linares, ese zapatero remendón que le brindó las puntadas para taparles los agujeros a los chagualos andariegos que daban cuenta de su ilusión y pobreza por las dehesas y las marismas del Guadalquivir.

Y con don Pedro, Palomo empezó a ganarse la vida a puchos como lo narra en esta antología:

"Yo no quise estudiar. A los ocho años la miseria rondaba mi casa. Mi mamá Carmen me llevaba de la mano hasta el colegio. Me entraba por una puerta y yo me salía por la otra. Nunca pude soportar las cuatro horas de eso que llaman geografía y aritmética. Me echaron de tres colegios. El de Nuestra Señora del Pilar, la Sagrada Familia, y otro que no me acuerdo.

"El asiento de la escuela me picaba. Yo sólo pensaba en ser torero. No entraba la lección del maestro. De tanto escaparme, un día lo hice a grandes velocidades. Corría desesperado, me repugnaba el plantel".

“No sabía leer pero vi un letrero. Le pregunté a uno:

-¿Qué dice ahí?

-Hombre, que se necesita un aprendiz-, me contestaron”.

Con Marisol, sex-symbol de la década de los 60, durante el rodaje de la película 'Sólos los dos'. Foto: Historias taurinas 
“Trabajé seis años como zapatero. Comencé ganándome peseta y media, medio peso. Era dinero que se necesitaba en casa. Éramos siete hermanos".

"Ya me había hecho oficial. Sabía hacer zapatos nuevos pero más remendarlos. Don Pedro me regañaba, no porque yo quisiese ser torero, sino por irme a lancear y dejar abandonados los zapatos. Se enojaba porque faltaba al trabajo".

"Así me cayeron los catorce años. Mi padre, hombre enfermo después de muchos años de trabajo, ante mi insistencia torera me dijo un día de invierno:

-Hijo, haz lo que quieras, pero menos meterte a una mina de plomo como me tocó a mí-. Fue una especie de ultimátum. Y desde ahí, los toros".

"Y mira cómo son las cosas. De ignorante, desde niño, yo hablo italiano, medio inglés y español muy mal. Todo porque no quise estudiar".

Ah, maestro

En una época más reciente, con su hijo Miguel, quien confirmó la luctuosa noticia de su fallecimiento. Foto: El Español
No cesa de llover en Bogotá. Sebastián Palomo Martínez, que es la gracia que doña Carmen y don Miguel le pusieron al niño en la antigua capilla de Linares (la misma que vio nacer al mítico Manuel Rodríguez Manolete), hoy es un filósofo de la vida.

Aquel que en una época de riesgos e infortunios se machacó con el taque taque del martillo de zapatería, enclaustrado en un agujero como ese del remendón de La Candelaria que lo conmovió hasta las lágrimas hace años, viste hoy un blazer de Valentino, corbata Hermes, y un pantalón de lino beige que hace juego con sus pomposos zapatos italianos.

Con la sabiduría que florece en el otoño por las sienes de plata, la mirada de cirujano benévolo, el maestro saca a relucir su memoria cuando lo cito por reminiscencias de sus vuelos gloriosos por estos pagos de Dios:

"Yo siento a Colombia como parte de mi vida -dice-. Primero, porque mi mujer es colombiana, que es lo mejor que ha podido pasar en mi vida. Y por mis hijos, que también tiene mucho que ver con esta tierra".

Así empieza a relatar sus tardes apoteósicas en la Santamaría, como la memorable corrida de los tres indultos en 1976 con Santiago Martín El Viti y Enrique Calvo El Cali. Y el inmenso cariño por ese puñado de amigos, que como en las añejas fotos sepias de gacetillas archivadas, inundan los más entrañables recuerdos.


La jueza Concha Azuara fue la última pareja de su vida, luego de la explosiva ruptura del torero con la barranquillera Marina Danko. Foto: El Confidencial 

Y sus exquisitas tertulias de La Barra con esos cómplices de la tauromaquia: Fernando González Pacheco, Alfonso González, Eduardo de Vengoechea, Benicio Estrada, Pedro Carreño, Casilda y Begonia (los dueños de casa), Hernando Espinosa y Bárcenas, Alvaro Ruiz, Piquero, Rehilete, Carlitos Dueñas, Alvaro Monroy Caicedo, Guillermo Castellanos, Pachito Vásquez Matallana, entre otros, algunos ya desaparecidos.

De las añoranzas pasa a los lances de la nobleza cuando habla de la gratitud hacia la vida, hacia las cosas positivas, hacia el sacrificio que sólo puede resumirse en el buen vivir y la experiencia que dejan los años.

Y a Gonzalo Castellanos de treinta años atrás por la calle empedrada y sin calesa del Camarín del Carmen:

"Espero no quedarme calvo. Con los años se le cae a uno todo. La vida no se da sino una vez. Es maravillosa, entendiéndola. Vivo para los toros. No concibo el retiro aún. No pienso en esa hora triste. Sería un martirio muy grande. Todos mis sentidos están en la profesión".

Han pasado tres décadas y Sebastián Palomo, el de Linares, ya retirado, dice con su fino humor que si no torea tigres es porque las garras de estos no son tan feroces como las astas de un toro.

"El toro es más inteligente, por eso pelea con el hombre y siempre se la gana al tigre. El arte del toro es el único que no se puede rectificar. Si hay equivocación, pues te vas a la cama y mueres. En arte, es el sumun".

El Pintor

Palomo, el torero-pintor, absorto en sus impetuosas ráfagas de sangre y fuego. Foto: EFE 

Palomo ha consentido de tal manera su oficio, que desde esa época hasta nuestros días no ha cesado en admirarlo y observarlo con actitud beatífica. Ya en la dehesa de su finca El Palomar, a 40 kilómetros de Madrid, que es a la vez el refugio donde tiene instalado su taller de pintor, ese otro arte, suerte de silencio, soledad y claustrofobia.

"Yo vengo pintando desde hace más de 30 años. Recuerdo que una de mis primeras exposiciones fue en Bogotá, en la Galería San Diego. Me la organizó ese querido amigo Carlos Pinzón, y de ahí en adelante la tomé como un culto, como una religión”.

“Pinto para que el alma no se duerma, y para que los sentidos exploren en los terrenos de lo inescrutable, en ese don magnífico que Dios nos regaló y que se llama imaginación".

Vean ustedes: de niño, en medio de la pobreza y de los sueños de convertirse algún día en figura del toreo, lo mareaba el penetrante olor a cola y el pegante para afianzar las suelas de los zapatos.

Más adelante, cuando se hizo matador de toros, se dejó seducir por el aroma de las castas, del triunfo y de la fama, y a la par esos efluvios de la trementina y del óleo con el que pinta toros cósmicos que emergen de la bruma o de la más remota constelación.

"Pintar para que el alma no se duerma", vaya un oportuno trincherazo del maestro.

Como era su costumbre, vestido de purísima y plata, en una de sus tardes apoteósicas. Foto: EFE 

Y mientras pinta –dice- escucha a Verdi y a Beethoven -él que no alcanzó a terminar la escuela. Y agrega que malaya que el sordo iluminado no viviera para haberle dedicado todos los toros.

-¿Por qué Beethoven? ¿Quién le enseñó a disfrutar sus telúricas sinfonías?

"Nadie. Lo bueno no se enseña. Es una cosa que se lleva por entro y un día aparece".
Quizás sea Beethoven y sus bombardas las que lo incitan a dar al torero-pintor esos trazos audaces, impetuosos, como bocanadas de sangre y fuego que se cruzan como rayos por las astas de sus toros infinitos.

De la vida

Contrario a la tórrida fama de casanovas y mujeriegos de quienes se visten de luces, Sebastián Palomo Linares, que gustó por lucir el blanco y plata, pareciera ser la excepción:

De Marina Danko, su esposa, habla maravillas. Y tiene intacto el retrato cuando la conoció en sus años mozos en Palma de Mallorca:

"Fue el día más afortunado de mi existencia. Marina estaba de paseo con sus padres. Apenas tenía catorce años y quedé hechizado cuando la vi. Y me enamoré a primera vista”.

“Es la madre de mis tres hijos, Sebastián -que sigue mis pasos-, Miguel y Andrés, que son el sentido y la motivación de mi vida. Que haga lo que les plazca, pero que lo hagan bien, que es lo que más interesa".

'El Palomar', la hacienda donde reposarán las cenizas de la leyenda del toreo. Foto: El Confidencial 
Palomo, que ha escrito en los manuales de su destino su filosofía particular, dice que la vida es generosa si uno se encarga desde el principio de consentirla, de no engañarla.

"Ella es como una bella mujer: caprichosa, a veces desentendida, otras veces incorregible e inalcanzable. Pero he ahí la tarea del hombre, de saberla cultivar y de entregarse a ella como Dios manda. ¡Ah!, y por ningún motivo la engañes, que ella no perdona. Te la cobra duro".

El cielo capitalino está irremediable, encapotado. Palomo observa la lluvia desde la ventana de su suite del Hotel Tequendama, el de los toreros y el de las rutilantes figuras del espectáculo tipo Julio Iglesias, Rocío Dúrcal, Emilio José, entre tantas que cruzan el Atlántico, y que lo han elegido como referente para pernoctar en sus aposentos.
   
"Bogotá tiene unos cerros muy hermosos y unos atardeceres que parecen una pintura", dice.

Palomo, el de Linares observa y calla. He ahí la legítima estampa de su personalidad.

Al alimón

Desde la barrera, el adiós a Palomo que marcó una época por su virtud y valor como torero, y por su carácter y personalidad. Foto: heraldo.es
¿Cuántos toros ha mandado al desolladero?

"Yo creo que pasan de tres mil".

¿En dónde descansa el rabo que le cortó a Cigarrón en la tarde del 22 de mayo de 1972, en Madrid?

"Ese rabo no descansa. El viento juega con él en un alar de mi finca El Palomar".

¿Todavía se fuma sus rubios?

"Esa es otra de las malas costumbres que no he podido superar".

¿En dónde aprendió a vestir tan elegante?

"La vida y los años se encargan de pulirlo a uno".

¿Qué se le pasa por la cabeza cuando ve hoy un zapatero remendón, en España o en cualquier parte del mundo?

"Lo que pasa es ya casi no se ven zapateros remendones, pero cuando veo uno se me inundan los ojos de lágrimas, y me da mucha nostalgia".

¿Quiénes son hoy sus mejores amigos?

"Tengo amigos de todos los tiempos que he ganado con la vida y con mi profesión. Pero nunca podré olvidar a Federico del Oro, apoderado de Domingo Ortega. Un día cayó redondo, agotado por el peso de los 80 años".

Cuáles son más dolorosas: ¿Las cornadas de los toros o las de las mujeres?

 "Un toro te puede pegar un cornada que puede sanar en veinte días. Una mujer te da una y no te alcanza la vida para que te sane".

¿Quién es al fin de cuentas Sebastián Palomo Linares?

"Un hombre con algunas virtudes, un puñado de defectos y algunos pecados veniales".

Gracias, maestro.

"Gracias a ti por explorar hasta el fondo de mi alma".

Palomo Linares y las 'cornadas' de su divorcio. El País de España: bit.ly/2oYcThJ

Tensión en el velorio de Palomo Linares. El País de España: bit.ly/2p0wG0g
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