domingo, 9 de octubre de 2016

País bipolar

Vericuetos y tejemanejes increíbles que sólo hacen posibles la maquiavélica política. Foto: Presidencia de la República     
Ricardo Rondón Ch.

La muestra más vigorosa y contundente de una verdadera Paz hacia el futuro -lo hemos visto en estos días aciagos de turbulencias políticas, acuerdos y desacuerdos, polarizaciones y radicalismos-, ha corrido por cuenta de las juventudes y sus multitudinarias marchas organizadas, las de Bogotá (miércoles 5 de octubre), Medellín (viernes 9 de octubre) y Cali (domingo 9 de octubre), de las más copiosas.

Con justa razón, como debe ser, una protesta pacífica avalada por la carta magna. Los jóvenes tienen la palabra y su pronunciamiento, de una transparencia legítima, es un llamado de atención a la sindéresis y al respeto que un ciudadano merece por ley.

Con algo tan delicado como la Paz y la tranquilidad, que es el derecho fundamental en un Estado que se jacta de ser democrático, los rencores antagónicos, las rivalidades a ultranza y los intereses personales de un grupúsculo de políticos de rancia y dudosa estirpe, no pueden borrar, de la noche a la mañana, el fincado anhelo de un país que ha sufrido los derrotes y la humillación de la violencia de medio siglo, con un saldo vergonzoso de más de 200.000 muertos, y una cifra incalculable de heridos, mutilados y siervos sin tierra.

Multitudinaria concentración de la marcha pacífica de las juventudes en la Plaza de Bolívar de Bogotá, el memorable miércoles 5 de octubre de 2016. Foto: El Tiempo 
Ayer, Sí; pero hoy, No. ¿Mañana?, quién sabe… ¡Qué clase de juego siniestro es este! ¡Qué baraja de bruja endemoniada nos ponen sobre la mesa! El irrespeto por el ciudadano en este país que lo aguanta todo, hasta lo más abyecto y miserable, no puede ser más evidente.

Al siguiente día del triunfo del No, sale el senador Álvaro Uribe Vélez a abanderar con andares de héroe la causa reformista. ¿Qué comité lo delegó? ¿Acaso Óscar Iván Zuluaga, Marta Lucía Ramírez, Andrés Pastrana, Alejandro Ordoñez,  Iván Duque, Francisco Santos? ¿Son ellos los únicos opositores autorizados del No? ¿Consultaron con otras colectividades que votaron el No ante el Acuerdo?, los estudiantes, ¿por ejemplo?

El paganini de tuno no puede ser el que apostó por el Sí y salió perdiendo con el No. Porque aquí todos perdemos si se impone la guerra. Si los guerreristas no pueden vivir en paz si no oyen a mañana y tarde el tableteo de la metralla mientras ven correr con alevosía la sangre del enemigo, allá ellos con sus arrumes de cadáveres insepultos.

Es que aquí nos la jugamos todos -liberales, conservadores, uribistas, santistas, cristianos, homosexuales, comunistas, etc.- por un cometido común: el futuro de nuestros hijos, de las generaciones venideras, sin distingos de credos, razas, opciones sexuales o ideologías. Y el futuro es ya. No da espera: un país, sino el más feliz del mundo (falacia mediática), por lo menos el más coherente y tolerante con sus semejantes, respirable y tranquilo.

Certificado de calidad que pasará a la historia, con el de Gabriel García Márquez en Literatura. Foto: Presidencia de la Repúbica
Aquí el culpable fue el propio gobierno, ante la precipitación de la firma en Cartagena, ante la ausencia de una pedagogía que debió imprimírsele al Acuerdo, y en ese manto de dudas, el innato folclorismo de querer celebrarlo todo sin justificación.

Igual que el  título de la novela de María Castilla: Como los perros, felices sin motivo. No cabe duda: Colombia no solo es un país polarizado en sus convicciones. Más grave aún, es una nación bipolar con un alto índice de esquizofrenia, que las autoridades sanitarias se empeñan en pasar por alto.
  
El desenlace de esta euforia la estamos viviendo: Las partes del Acuerdo se citan para la rúbrica. El hombre de la Paz y el hombre de la guerra estrechan sus manos. El firmamento despejado para el vuelo inesperado de un Kafir, no estaba en el libreto, y le pone los pelos de punta al comandante Timochenko. “Tranquilos, señores. No es una emboscada”. Luego, todos muy titinos para la foto. “¡Oh júbilo inmortal! Cesó la horrible noche…”.

#PazALaCalle La nueva consigna de las juventudes. Apoyo total. Foto: La Pluma & La Herida
Justo a los ocho días el No del plebiscito se tira la fiesta y las caras largas del Sí, como en las procesiones de los cargueros de la Semana Santa de Popayán,  desfilan ante cámaras.

Nadie se lo cree. Ni siquiera los del No. Los encuestadores, con el rabo entre las piernas, empacan maletas para escapar del aluvión en otros lares más soleados y prometedores.

En la Casa de Nariño flota un mutis fúnebre. Si a Santos le cuesta trabajo expresarse, como el mismo lo reconoce, ahora el trabalenguas es mayor.
         
Al siguiente día sale el señor Álvaro Uribe -por iniciativa de su asesora de comunicaciones, la señora Claudia Gurisatti- haciendo pantomima desde su automóvil para comunicarse de inmediato con el presidente Santos (vídeo incluido como soporte), como quien dice, aquí está de nuevo el Batman del Ubérrimo, con sus carnitas y sus huesitos enteritos, y sus tres huevitos entre manos, presto a salvar la patria. “¡Urras al del Ubérrimo!”. La gavilla del No saca pecho.

¡Qué reality más deplorable! De qué males terrenales y estratosféricos se nos acusa para ganarnos este culebrón lacrimógeno que hubiera deseado la finada Corín Tellado. Y detrás de Uribe, los temibles esbirros de la Liga de la Justicia mostrando sus colmillos, que con sus rabos de paja se pueden reparar los resguardos de la población indígena nacional azotada y desarraigada por el conflicto.

La actriz Sandra Reyes, velita encendida, puntual en la marcha capitalina. Foto: La Pluma & La Herida
A los cuatro días de la debacle, en la inolvidable madrugada del viernes 7 de octubre, el presidente Juan Manuel Santos se alza con el baloto de su vida: el codiciado Premio Nobel de Paz que días antes daba por extraviado después de apostarle completo el fichero a la gran ruleta de la Paz. “Todo o nada”, así es el nervio templado de los campeones de póker.

¡Despierte!, presidente. Lo del Nobel no es un sueño. Disfrútelo mientras se disuelve la pesadilla del Acuerdo. Pero sáquele el mayor provecho posible. No le vuelva a dar papaya a los cancerberos de la guerra. La historia lo recordará como el Presidente de la Paz en Colombia.
   
Si aún quedan comensales, que vuelvan a encender las antorchas y que se prenda otra vez la fiesta. Habemus Nobel, Dos por falta de uno: el de las mariposas amarillas en la eternidad de su gloria, y el de las palomitas de la Paz en la finca nacional.

“Dios es grande”, claman a garganta llena los santistas. “¡Se hizo justicia!”, se oye el eco en lontananza. “Un premio Nobel de Paz donde todavía no hay Paz”, trinan al unísono las periodistas uribistas Vicky Dávila y Claudia Gurisatti”. Y las avalanchas de insultos en las redes no se hacen esperar. “¡Antioquia no es Uribe, Antioquia no es Uribe!”, exclama en su pausada marcha la antioqueñidad en rama.

¿Qué pensará Uribe? ¿Tendrá en los albores de su ancianidad un ápice de sensibilidad para calcular la diatriba que le gritan en las calles, en su patio, en la patria que él vive mentando en sus arengas parroquiales atiborradas de diminutivos?

El periodista Andrés Grillo, editor de Planeta, y la afamada diseñadora María Luisa Ortiz. Foto: La Pluma & La Herida
¿Le quedará al implacable capataz del Ubérimo una pócima de la ternura del niño que un día fue para reflexionar sobre el precioso tiempo de los nietos que está perdiendo -y que nunca se recobra-, por insistir en sembrar la discordia y la cizaña para saciar su apetito megalómano?
   
País bipolar, dividido entre quienes aman el poder y el dominio sobre todos los asuntos de la tierra, y los que carecen de tierra para cultivarla o han sido segregados de sus parcelas por el fusil y la amenaza. País bipolar, amnésico, desinformado, sustraído a la grandeza y al silencio de los sabios.

País que traga entero por física ignorancia, condenado al ostracismo y a las peores iniquidades de la condición humana, que pese al sufrimiento, al dolor y a las cadenas pasa ostensible al festín de los excesos, delirante y carnestoléndico Un nuevo triunfo de la Selección Colombia bastará para reivindicarnos.

Como en el Macondo de Gabriel García Márquez, Colombia no cesa en su rítmico vaivén, entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, la desazón y la incertidumbre.

Para buen entendedor... del Sí o del No, del brillante o del ignorante. Foto: la Pluma & La Herida
“¿Qué más debemos hacer?”, se pregunta un Napoleón sediento de triunfo y de  poder al ver en San Petersburgo la gente correr enloquecida tras los incendios de la Invasión Rusa, como lo narra León Tolstoi en Guerra y Paz, su obra cumbre.

Y, en medio de la confusión y la humareda, la respuesta se la devuelve el viento: “invadir, arrasar, acabar, no darse por vencido. El poder obliga”.

Todo parece indicar que al encanecido Napoleón criollo de nuestros tiempos, la ventisca amenazante de su guerra, que alguna vez creímos ver extinguida, ahora vuelve a soplar a su favor.

¡Que avancen las marchas, los jóvenes, las ruanas, las mochilas y las guitarras, los candorosos besos y los candiles en la oscuridad!

¡Vaya! un bel morir entre arpegios y cánticos para disipar el horror y engrandecer la poesía, que es la única verdad, la misa sublime que desconocen las sotanas..
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Indestructible y omnipotente senador Uribe, los que vamos a ser sacrificados, te saludan.

Picaporte: Corazón grande el del Presidente Juan Manuel Santos, que donará el dinero del Nobel de Paz a las víctimas del conflicto “Colombianos, este premio, es de ustedes”. Quiera Dios que alcancemos a ver la ceremonia desde Oslo, el próximo 10 de diciembre. Quiera Dios… 

Explicar el fracaso, Héctor Abad Faciolince, vía El País (España): http://bit.ly/2dF6yVu
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