lunes, 11 de julio de 2016

Palabra de Coronell

Daniel Coronell y Salud Hernández-Mora en pleno coloquio en la revista Semana. Foto: La Pluma & La Herida
Ricardo Rondón Ch.
Recordar es morir, el libro del periodista Daniel Coronell lleva enredado un aire de tango en su título. De hecho hay una partitura de arrabal que se llama Amargo recordar, letra de Jacinto Alí y música de León Lipesker.
Seguro que Coronell no lo bautizó con esa intención, la de hacerle un guiño a la melodía porteña, con el agregado melancólico de un Cadícamo letrista o de un Ernesto Sábato, prosista, cuando en los últimos años de su larga y fecunda existencia, el autor de Héroes y tumbas decía sin que se lo preguntaran que vivir es desilusionarse.
El rótulo del libro del columnista de los huevos de plomo capaz de resquebrajar los huevitos del presiente Uribe, es una metáfora de los riesgos y peligros que significa recapitular en el siniestro pasado colombiano, en la zozobra de los peores días, y más cuando hay testigos claves que son borrados del mapa, o en circunstancias extrañas van desapareciendo, como los del sonado caso del General Rito Alejo del Río, condenado por paramilitarismo.
Justamente el título de esa columna, *Recordar es morir, publicada el 11 de agosto de 2007 en su espacio habitual de la revista Semana, es el que le da nombre a su ejemplar, con un subtítulo en la misma portada que lo contextualiza: Un rompecabezas de la Colombia contemporánea.
Claro que no habría sido en vano que hubiera sido inspirado en los duros avatares, las traiciones y desdichas luctuosas que encierra la feroz tanguedia de antros y lupanares de mala muerte, porque de todo esto, de lo oscuro y abyecto de la condición humana, en el apartado de los protagonistas de Coronell, está abonado su libro.
Recordar es morir (Aguilar, 2016) agrupa las 102 columnas del intrépido periodista, publicadas entre el 19 de mayo de 2007 y el 18 de noviembre de 2015, pero no con el simple pretexto recopilatorio de otras antologías -más autorizadas por la vanidad que por el criterio-, sino por los orígenes y los arduos procedimientos investigativos que catapultaron su escritura.
Resulta que la mayoría de esas historias que detonaron las columnas son más apasionantes, por no decir escalofriantes, que lo que ha salido publicado. Daniel ha corroborado este ejercicio: escapar de las obligaciones coyunturales de una sala de redacción para hacer un periodismo de opinión basado en hechos, más allá del análisis y de la crítica tradicional. En otras palabras: rompiendo ese gusto que el lector por lo general espera, por la sencilla razón de que no encuentra más.
Por esa otra vía, en términos ciclísticos, la del trabajo coequipero para alcanzar el premio de montaña y divisar desde arriba lo que no permite el terreno plano, Coronell se lanzó a esta pedregosa aventura -como en el título de otras de sus columnas-, con la firme convicción de que la mejor arma contra el ataque es la defensa.
En ese periplo puso a temblar a la Casa de Nariño en los tiempos de Uribe con las chuzadas del Das. Desenmascaró a varios de los directores de ese tenebroso ente de seguridad, incluida a la polémica y no menos novelesca María del Pilar Hurtado. Desentrañó los oscuros entuertos de la Yidispolítica, y antes que Daniel Samper Ospina la despojara de sus vestiduras triple X para la portada de Soho, Coronell hizo que sacara todos los trapitos al sol para revelar el libreto, paso a paso, de cómo Uribe, con notarias y prebendas, y a rodilla limpia en nombre de la salvación de la patria, le pidió de caridad su voto para la reelección.
La nefasta historia de Colombia, desde la óptica de uno lo de los periodistas más agudos y polémicos. Foto: Aguilar  
Cuando los seguidores de las columnas de Coronell daban por seguro que el del Ubérrimo era su enemigo acérrimo en un tour de force de nunca acabar, el actual presidente del sistema informativo de la cadena de televisión hispana más importante de los Estados Unidos, Univisión, asegura que el personaje más siniestro de la política colombiana en los últimos tiempos no ha sido el mandatario de las carnitas y los huesitos, sino el procurador Alejandro Ordoñez, a quien invierte en su libro sesenta páginas y compara con un figurón del medioevo, digno de una tragicomedia de Shakespeare.
La sangrienta película de las autodefensas, con sus capos, congresistas y oficiales de alto rango implicados en ella, la Yidispolítica, las chuzadas del Das (de las que Coronell y sus familia fueron víctimas), los despropósitos nauseabundos de Agro Ingreso Seguro (donde cayó como inocente oveja en la trampa hasta una reina de belleza), la reconstrucción de la toma del Palacio de Justicia con un ilustre difunto que no fue víctima fatal del atentado sino hasta después de su liberación, el magistrado Carlos Horacio Urán; los desfalcos a Saludcoop, el poder y las influencias alucinantes de un personaje de talla cinematográfica como J.J. Rendón, las traiciones y desafueros del nuevo testamento releccionista entre Santos y Uribe, el indestructible magistrado Jorge Pretelt, atornillado a su curul como a un sofá de simulador, entre otros episodios del bestiario nacional, navegan por las páginas de Recordar es morir como en una saga de Julio Verne y del mismo Edgar Alan Poe.
El tono y el ritmo de las columnas de Coronell evaden los vericuetos de la retórica y la adjetivación. Sin embargo, sus noticias, por más escuetas y terribles que parezcan, se hacen amenas, no sólo por la fina cuota de humor que el autor le imprime, sino por las fábulas y contrasentidos de sus protagonistas, que remarcan la ya manida cita garciamarquiana de que la realidad supera a la ficción.
Pero también hay desahogos personales. Columnas de aliento propio como la que dedica en el cumpleaños a su hija Raquel, fuerte e irreductible en sus convicciones como él, en su lucha vigorosa contra una leucemia que a la fecha de hoy ya lleva ganada el noventa por ciento de la batalla.
O, el exilio forzado con su familia por esa terquedad que en Colombia padecen escasos columnistas como Daniel, comparada con el dictamen de los médicos honestos, que también pocos, pero quedan: la de exponer el mal a tiempo para salvar una vida, o muchas vidas, en lo que concierne al cáncer del poder, antes que los abusos y la corrupción hagan metástasis.
Hay lapsus entretenidos  en este compilado, como cuando Coronell viaja a Miami a entrevistar a J.J. Rendón en su apartamento. El ostentoso sibarita primero le enseña sus lujos y excentricidades, como cuando el diablo tentó a Jesús para compartirle sus fortunas si se inclinaba y le besaba los pies.
-Mira –le dice al periodista- Este cuadro que ves ahí (de pared a pared), vale dos millones de dólares.
-¿Y de quién es?-, pregunta Daniel.
-Mío-, responde el controvertido publicista y asesor de imagen.
-Me refiero a quien lo pinto…
-¡Ah!, no lo sé.
Daniel Coronell tiene fama de hombre tímido. Lo ha dicho su esposa María Cristina ‘La Tata’ Uribe en algún ping pong de revista del corazón. Es una timidez que luce, y que lo hace legítimo, sin poses, como un ciudadano de a pie, sin esa aura de las celebridades que levitan por los altos índices de rating, o porque tuvieron la exclusiva con el señor presidente en los suntuosos aposentos desde donde gobierna: El periodismo oficialista que reina en la mayoría de medios.
Ese es Coronell detrás del incisivo generador de opinión: un profesional sin aspavientos, discreto, trabajador de agotadoras jornadas, obsesivo de la investigación con su grupo de trabajo -a quien destaca  a Ignacio Gómez, subdirector de Noticias Uno, compañero de muchas batallas-, con un coraje a toda prueba para denunciar con pruebas y con los riesgos que implica esculcar con pinzas las ollas putrefactas del poder, del institucional, y del crimen organizado.
Coronell ha sentido la sombra negra de la amenaza no solo sobre sus espaldas sino en las de los seres que más ama, su mujer y sus dos hijos, Raquel y Rafael. Cuando la Cadena Univisión le propuso el cargo de presidir el sistema informativo, él solo puso una condición: seguir escribiendo su columna en Semana. Los ejecutivos no aceptaron. Él agradeció. Días después lo volvieron a llamar para replantearle la propuesta, con la cláusula de que podía escribir lo que quisiera de Colombia, pero no de los Estados Unidos. Coronell volvió a extender la mano de gratitud y se afincó en su negativa. Al final se quedó con el puesto.
“El periodista militante termina siendo más militante que periodista. El periodista debe ser inmune a todo tipo de compromisos, incluso los que demanda por razones ideológicas y comerciales la empresa para la que trabaja. Sé que este es un oficio desagradecido, que el que recuerda no será recordado, y que posiblemente, tarde o temprano, el olvido caerá. Pero por encima de todos los obstáculos, de más perdidas que resultados que arroja una investigación, vale la pena intentarlo, porque es un deber que tenemos, no con quien nos paga, sino con quien nos oye o nos lee. El verdadero jefe es el público”, dice Coronel.
En tiempos aciagos que nos acontecen, cuando el periodismo sufre una de las crisis más decepcionantes de su historia, Recordar es morir llega como un aliciente ante tanto desecho mediático. Es un libro para el joven o el adulto de a pie, que insisten en saber lo que pasa en el país más allá de lo acomodaticio de los radio-periódicos y los tele-noticieros que bendice y respalda el establecimiento.
Ese periodismo independiente que, como apunta Daniel Samper Pizano en el prólogo, se hace sacando la basura que hay debajo de la alfombra, con el instinto por la yugular, sin temores ni favores, sembrando la duda y confrontando todas las fuentes posibles.
Pero Recordar es morir también es un libro que hacía falta en las facultades de periodismo. Su estructura, la selección  de las columnas en orden cronológico, cada una con su respectivo texto introductorio y el por qué  del interés reporteril, de rastrear a fondo el escándalo, el entuerto o la denuncia, lo hace una guía práctica y aleccionadora para quien aspira seguir en el mañana los derroteros del buen periodismo investigativo, y de cómo se redacta una columna de hechos.
La idea de la editorial, de que la presentación del libro estuviera a cargo de Salud Hernández-Mora, surtió su efecto. De eso se trababa: de compartir una charla con dos pensamientos diferentes, polémicos, controvertidos, pero con el respeto y la sindéresis que debe primar en un coloquio así no se esté de acuerdo con el otro.
Daniel finalizó su intervención con un reconocimiento plausible a todos los colegas y colaboradores que lo han acompañado durante todos estos años, en las duras y en las gratificantes. No se le quedó por fuera ni el saludo honroso para la correctora de estilo de Semana, María del Rosario Laverde, quien en los capítulos sísmicos de las amenazas, sumado a la enfermedad de su hija, lo socorría en la corrección como quien ayuda a un enfermo con calditos de pollo.

Antes de pararse de la silla anunció que su próximo libro en ruta será sobre el ex presidente y actual senador Álvaro Uribe Vélez. Como para que vayan afinando...
Picaporte: el sonido en el auditorio de la revista Semana, donde se presentó Recordar es morir, fue tan calamitoso, que daba la impresión de que estuvieran chuzando la conversación.


Recordar es morir, la columna de Coronell que dio título al libro: http://bit.ly/29IN4NJ           
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