domingo, 26 de junio de 2016

El Sanjuanero de la Paz

"Al son que me toquen bailo. Y hasta que San Juan agache el dedo". Foto: La Pluma y La Herida 
Ricardo Rondón Ch.

Esta pareja de ancianos, como las estatuas humanas que abundan en el centro de Bogotá, se suelta a bailar un pasadoble, un tango, una cumbia, un merecumbé o un sanjuanero, sólo si oyen el tintinear de unas monedas en un Barbisio maltrecho, boca arriba y a escasos dos metros donde molieron a tiros al caudillo Jorge Eliécer Gaitán.

Estos viejos, pasados de los 70 años, si la ley fuera justa como en las naciones decentes, deberían estar disfrutando el merecido solaz del jubileo por cuenta del Estado. Ella, tejiendo una carpeta o un mameluco en croché para un nieto venidero. Él, llenando un crucigrama con la luz ambiente que le entre por la ventana, y malayándose en su vespertina de que ya no existan pasatiempos radiales como Orientación tribuna de la patria o El pereque.

Pero no. Los ancianos se ven obligados a salir a la calle, como todos lo hacemos, a librar esa batalla diaria del rebusque, del modus vivendi, entre la turbamulta de melancólicos oficinistas, comisionistas de esmeraldas, rufianes, buhoneros, cafres, desocupados y mendicantes de todos los pelambres, que a diario circulan por esta acera, la carrera Séptima, que a los bardos de la Gruta Simbólica les dio por bautizar como Calle Real.

El jueves 23 de junio de 2016, al medio día, mientras que los abuelos bailarines se esforzaban por quedar bien ante la concurrencia con el rajaleña que pone sobre aviso las celebraciones sampedrinas, se oyó de repente un vuelo de campanas al unísono, desde la Catedral, hasta la Veracruz, pasando por la Iglesia de San Francisco.

El estrépito se hizo más evidente con los estribillos improvisados de unos transeúntes en marcha que lucían la camiseta en varios tonos de la Selección Colombia, unos hinchas radiantes y felices, al fin y al cabo hinchas, con banderas y pañuelos blancos, excitados por el triunfo del primer acuerdo del Proceso de Paz en La Habana.

Otra fiesta, de tantas fiestas que cada ocho días celebra este país acostumbrado a armar guachafita hasta por la compra de una lavadora a plazos, con los consecuentes guayabos, la mayoría de ellos funestos, mortíferos, como dan cuenta las ganancias a cuenta gotas de la legión Pékerman, con su saldo de muertos y millares de riñas, y en la misma proporción, los ágapes bañados en sangre del Día de la Madre.

Lo cierto es que en medio del alboroto y la muchedumbre, que como en feria ganadera se abría paso para verle de frente la cara a la Paz, como si se tratara de un torete de engorde, los viejitos, como muñecos de cuerda, continuaron en su bailoteo al compás del tradicional Sanjuanero huilense, que en las cuerdas y voces antológicas de Emeterio y Felipe, Los Tolimenses, escupía un reproductor de sonido portátil.

Ante el intempestivo desorden, la pareja de longevos ahora danzaba molesta, confundida, a regañadientes, como los niños que en las navidades son despertados por sus padres de un profundo sueño para que bailen con las tías solteronas después de rezar la novena de media noche, y con la advertencia implacable de que si no lo hacen, no les serán entregados sus aguinaldos (Mientras exista la humanidad, siempre habrá una negociación de por medio).

Lo mismo sucedió con los septuagenarios. Esta vez no fueron los aullidos desesperantes de los narradores de fútbol por un golazo de James o de Bacca, o por una feroz atajada de Ospina, Tú tranquilo, David, sino la sonada Paz la que perturbó su querencia.

Los habituales curiosos que les hacían corrillo se dispersaron, y a paso raudo se fueron a averiguar el motivo de la algarabía concentrada al frente del Palacio de Justicia, donde el gobierno local había dispuesto de dos pantallas gigantes para que todos vieran el primer partido de este maratónico campeonato del desarme, del borrón y cuenta nueva.

Fue entonces cuando los estrategas de ambos bandos, Santos y Timochenko, sonrientes estrecharon sus manos derechas, mientras las izquierdas sostenían unos cartapacios vino tinto como las cartas de menú del restaurante Pajares Salinas. Y el aplauso y los vítores de una fiesta que todavía está en ascuas, no se hicieron esperar.

Pero como en este país hacemos alharaca por el vuelo de una mosca, pues no queda otro remedio que seguir el paso al Sanjuanero de moda, el de la Paz, que Dios quiera no vaya a ser como las resacas crueles y lacrimógenas del fútbol, o los zafarranchos luctuosos en nombre de las bondadosas mujeres que nos dieron el hálito para ser arte y parte de este patético y desquiciado mundo. 

Y hasta que San Juan agache el dedo.
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