martes, 9 de septiembre de 2014

Sergio Urrego, poeta y mártir

Descanse en paz Sergio Urrego, nuevo mártir de la intolerancia, la homofobia, la discriminación y la hipocresía de este país de trapisondas, mentiras y leguleyos. Foto: Anarkismo.net  

Ricardo Rondón Ch.

“Hoy espero que lean las palabras de un muerto que siempre estuvo muerto, que caminando al lado de hombres y mujeres imbéciles que aparentaban vitalidad, deseaba suicidarse. Me lamento de no haber leído tantos libros como hubiese deseado, de no haber escuchado tanta música como otros y otras, de no haber observado tantas pinturas, fotografías, dibujos, ilustraciones y trazos, como hubiese querido, pero supongo que ya puedo observar a la infinita nada”.

Palabras sentidas de Sergio Urrego en la finitud irreconciliable de su destino, palabras de un poeta adolescente como lo fue Arthur Rimbaud, el joven bardo francés que, a la edad de Sergio -16 años-, ya decía que  la única forma de avanzar en el oficio de cometer versos, era a través de “un largo, inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos”.

Sergio era un poeta y no necesitó escribir la prolífica obra del autor de 'Temporada en el infierno' para sustentarlo. Su vida fue poesía pura y contestataria desde el precoz intelecto, el amor por los libros, la vocación por la palabra, la soledad, la incomprensión y esa aversión -legítima en una poeta- contra los cánones, los uniformes ideológicos, los irracionales convencionalismos educativos y esa hiprocresía criminal de ciertos profesores que señalan la basura en el ojo de sus alumnos, sin advertir la propia o la de sus hijos.

Por eso a Sergio, el joven poeta y brillante alumno lo trataron de anarquista en el colegio donde estudiaba, por el sólo hecho de no comer entero y decir lo que pensaba con palabras concretas, sin titubeos, sin mediar los rencores y las represalias que podían tomar con él sus superiores. No hay nada más hiriente para un ignorante con poder que hacérselo caer en cuenta, desde la militancia de un pupitre: esa inofensiva trinchera de un salón de clases. Y ahí comenzó su Viacrucis.

El caso de Sergio David Urrego Reyes, el estudiante de grado once del Colegio Castillo Campestre, quien tomó la determinación de acabar con su vida el 4 de agosto pasado ante la infame conspiración de un grupo de descerebrados, mal llamados maestros, quienes se encargaron con señalamientos homofóbicos y discriminación a ultranza de ponerlo frente al precipicio de un centro comercial en Bogotá, pone de presente una vez más el grado de intolerancia y deshumanización de esta sociedad acostumbrada a evanecer la fetidez pútrida de sus actos con las fragancias cosméticas de Chanel N°5.

Sergio solo quiso expresar con honestidad aquello que palpitaba en su carne y bullía en su espíritu. Y lo dejó escrito en unas líneas, a manera de verso:  “Mi sexualidad no es mi pecado, es mi propio paraíso”. Quienes no aceptaron su condición homosexual mientras se rasgaban las vestiduras, los directivos del plantel donde estudiaba, se aferraron al ‘manual de convivencia estudiantil’, ese códice inquisidor influenciado por quienes promueven la quema de libros y el averno para los gays, que cita en uno de sus parámetros: “Están prohibidas las manifestaciones obscenas, grotescas o vulgares en las relaciones de pareja, dentro y fuera de la institución”.

En palabras más llanas, la mencionada institución educativa, que tiene como eslogan de honor “rescatar los valores para alcanzar la paz”, calificaba como falta imperdonable la relación sentimental que Sergio mantenía con un amiguito. Y ahí fue Troya. La ingenuidad de Sergio se hizo evidente con una fotografía registrada en su celular, donde él aparece besándose con su parejo. Pero el abuso, que enmarca un delito, corre por cuenta del profesor que le decomisó el teléfono y pregonó a los cuatro vientos la homosexualidad de los muchachos, como si el docente  estuviera limpio y purificado de toda culpa, como si el Todopoderoso le hubiese conferido la potestad de juzgar y dictar sentencia.

Si Sergio Urrego tuvo la comprensión y el respaldo de sus padres al confesarles su inclinación sexual, ¿qué diablos les podía interesar lo que dijeran o resolvieran en el colegio, así se hubiera presentado la expulsión automática? Faltó una resolución enérgica y radical de los progenitores: primero estaba la protección y la integridad de su hijo que la preocupación por el diploma de bachillerato, un cartón al fin y al cabo. Entonces lo matricularon de emergencia en el colegio donde había estudiado en la infancia, pero a esas alturas la herida de la víctima ya estaba demasiado abierta.

La crisis de Sergio alcanzó su tope cuando los padres de su enamorado lo denunciaron por un supuesto acoso sexual, una suerte de ‘detergente’ para “limpiar el buen nombre de la familia ante la sociedad” que, en este país, como es habitual, tiene oidores en los tribunales, con abogados y togados al mejor precio, y medios de comunicación al por mayor, para que todo quede 'oficialmente registrado y divulgado'.

Como si esto fuera poco, en el Colegio Castillo Campestre le ordenaron a Urrego Reyes ponerse a órdenes del equipo de psicorientadores, como si la homosexualidad fuera un problema esquizoide, como si sentirse atraído por una persona del mismo sexo tuviera con ver con una disfuncionalidad cerebral, un trastorno de la consciencia o, en palabras clericales de los conciliábulos del Vaticano: “una posesión demoníaca”. Ahí ya le habían declarado su suicidio metafísico.

Sergio Urrego Reyes, el estudiante aventajado y líder del colegio que le labró su infierno; el niño recordado y admirado por la rectora y las profesoras del Gimnasio de Normandía, donde cursó su primaria, distinguido por su disciplina, su compañerismo y su alto coeficiente intelectual; el adolescente que tenía proyectado estudiar, primero Inglés, en Australia, y luego Ingeniería Ambiental, el poeta que no necesitó escribir demasiado para demostrar que era un rapsoda en potencia, a su corta edad, atribulado de “caminar entre tantos hombres y mujeres imbéciles de aparente vitalidad”, se despidió de este mundo en la noche del 4 de agosto -un día después de haber presentado las pruebas del Icfes- como un mártir más de la homofobia, el matoneo, la discriminación y la intolerancia.

Para corroborar su sinceridad, dejó, a la par de sus cartas, pruebas de que su relación de pareja fue limpia y correspondida, sin concesiones, sin presiones, sin acoso, como lo denunciaron. “Nunca lo hubiera hecho”, apuntó. “Me parece algo sumamente reprochable”. También dejó escrito un recordatorio conmovedor para su abuela, la anciana de 90 años con quien compartía techo: “Jamás podré olvidar sus ojos, su manera de mirar, de soñar, de añorar la juventud. Nunca pensé morir antes que ella. En realidad, pido unas muy sinceras disculpas por esto…”.

Señalado por la rectora del Colegio Castillo Campestre como “anarquista, ateo y homosexual”, Sergio contó en su velación y funeral con un numeroso grupo de colegiales y amigos que lamentaron y lloraron su dramático fallecimiento. Dicen que a la semana siguiente, la mandacallar del plantel los citó a una reunión para increparles la osadía de no haber pedido permiso para asistir a los actos religiosos y, que en vista de esa ausencia, se veían obligados a reponer la jornada el próximo sábado. La tapa de la tiranía.

Como quien dice: “El siguiente, al tablero”.

El parte de Medicina Legal revela que no se encontraron muestras de licor o sustancias psicoactivas en el cuerpo del estudiante, como para que después no vayan a relacionar el suicidio con un caso extremo de drogadicción. Igual, lo que se diga, lo que se especule, lo que se haga o no se haga en este imperio de las trapisondas y la impunidad, de nada valdrá para llenar el inmenso vacío que dejó el joven poeta, ahora perplejo en “el espejo de la infinita nada”, como él escribió en la víspera de su partida.
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1 comentarios

  1. Leyendo algunos comentarios en "tuiter" me encontré con este blog y me pareció curioso y bello que ya se le dieran esos adjetivos a Sergio. Acabo de terminar de leer y tengo algunas cosas que decir al respecto, como que el ser anarquista, ateo y pansexual (porque no estaba determinado con eso de "gay") no es una mera invención peyorativa de los directivos sino que él realmente lo era. Ademas no encuentro lo ofensivo de usar esos terminos a una persona.
    Tampoco la frase de "Mi sexualidad no es un pecado, es mi propio paraiso" fue escrita por él. Él solo compartio una imágen de un grupo al que pertenecía en alguna red social donde estaba escrita dicha frase.
    Y por último quiero decir que todas estas cosas como la de la frase y la de los adjetivos exagerados son intenciones de hacer novelas, peliculas, dramas, amarillismos. No me atrevo a decir que Sergio se haya suicidado por los acosos del horrible colegio, pero tampoco me atrevo a decir lo contrario. Es algo absurdo ponerse a juzgar cualquiera de los casos porque nadie sabe quien es Sergio, solo apenas lo que los medios dibujan y bueno... se sabe por experiencia que los medios no son una cosa muy creible y muy pura. Yo solo digo que Sergio si era alguien diferente, maduro, inteligente y todas las cosas que evidencia pero no es ningún martir ni ningún icono. Eso no significa que no espere que se tome alguna medida con el colegio. Pero Sergio es un ser humano que juzgo sin valor la vida demasiado pronto. Pero nadie puede juzgarle porque al cabo es un ser humano. Solo recordar lo bueno en vida porque en la infinita nada es absurdo intentar algo.

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