lunes, 23 de diciembre de 2013

Diomedes Díaz, El Inmortal

Diomedes Díaz vivió su existencia con vértigo y al límite y libró muchas batallas con el infortunio y la adversidad. Foto: César Muñoz Vargas. 

Ricardo Rondón Ch.

Hoy, los habitantes de Valledupar y municipios vecinos de la aldea cesarense, como en días de festival, amanecieron perplejos, pasmados, pero no por las arremetidas que en la sangre producen el ron y la euforia, sino por ese letargo estancado ante la luctuosa noticia de la muerte inesperada de quien se consolidó como el artista más popular y exitoso de este género, el más vendedor (más de 20 millones de copias y otra cifra similar en cálculos aproximados en  formato pirata), pero de igual manera el más polémico y controvertido, protagonista de sendos escándalos que llenaron a granel las páginas de los tabloides a lo largo y ancho del país, con fortuitos resultados de circulación y venta. En el desaparecido diario El Espacio, verbigracia, una noticia del Cacique de la Junta, cualquiera que fuera, levantaba polvareda y agotaba la edición.

Reunida en los alrededores de la Clínica César, la fanaticada fue creciendo desde el instante en que se dio a conocer la noticia, el domingo (22 de diciembre, 2013) en horas de la tarde, del deceso del cantante: "la muerte lo cogió durmiendo", dijo su hermano Elver Díaz. "Se me hizo extraño que durmiera más de la cuenta y que no se moviera", recalcó Consuelo Martínez, esposa del ídolo. Había estado de farra la noche anterior con su amigo y manager José Zequeda. 

El parte médico fue un paro cardiorespiratorio, a sus 56 años (37 de ellos dedicados a la música), después de tantas batallas libradas con la parca, sus mentados excesos, una traumática enfermedad, la del Guillain-Barré, que logró superar, varias operaciones, una de corazón abierto; varios accidentes, el último, el 30 de octubre del año anterior, que por la dimensión del percance, pudo haberle costado la vida; sin descontar el quite oportuno que le hizo a la esquelética, el del vuelo fatídico donde murieron, su compañero del alma, el acordeonero Juancho Roís y dos músicos de su agrupación, aquel 21 de noviembre de 1994.  

Así le escamoteó Diomedes en muchas ocasiones la guadaña a 'La pelona' y salió avante para continuar el curso de su vida. 'La vida del artista', como bautizó su última producción musical, que había lanzado en Valledupar hacía apenas tres días, un álbum reivindicativo con el vallenato purista de sus mejores épocas, que recoge remembranzas de su tío materno, el compositor y acordeonero Martín Maestre, quien le dio las primeras luces para enrutarse por los senderos de la música, una carrera imparable y al mismo tiempo estridente por su personalidad singular, de amores y odios, de señalamientos y aceptaciones, pero al fin y al cabo, de la admiración unánime del país vallenato, en todos sus puntos cardinales, que lo siguió durante años como su más firme, fecundo y talentoso exponente.

Diomedes Dionisio Díaz Maestre, como quedó impreso en el folio bautismal, no necesitó escribir sus memorias ni explicar su legado, porque de esa impronta se encargó él mismo en el día a día, desde los albores de su adolescencia cuando ayudaba a su padre en la faenas de labranza en la finca El Carrizal (corregimiento de La Junta, San Juan del Cesar, Guajira), en las penurias y limitaciones económicas, en las bregas que sobrellevó para darse a conocer en el competitivo territorio de la música, y años más tarde, en la fama a manos llenas, ese delirio del reconocimiento que a algunos figurones del arte musical, Héctor Lavoe, por ejemplo, y al mismo Diomedes, pasa cuentas de cobro estrambóticas, incluso con la misma vida.

Han corrido ríos de tinta alrededor del juglar guajiro, su legendaria existencia ha inspirado folletines y mamotretos, series de televisión, parodias histriónicas alrededor de sus canciones, gruesos anaqueles de juzgado, una racha de incumplimientos a sus compromisos artísticos (toda vez que se ganó el remoquete de 'No vienes Díaz), una crónica de largo aliento, 'La eterna parranda', rubricada por la pluma de Alberto Salcedo Ramos, una próxima serie de televisión (que prepara Fernando Gaitán para RCN), pero por encima de todo, de lo divino y humano, de lo bueno y lo malo, el legado de un provinciano que vivió para la música y que amó el oficio hasta sus últimos días: la víspera de su muerte había cantado en Barranquilla, sentado, porque ya sus trajinados huesos no lo resistían, esa fue su última aparición en público.

Un artista de una vida 'a solaz', vertiginosa y trepidante, como un ciclón de ida y vuelta, dejando en cada estación el rumor de sus cuitas, de sus gratas y memoriosas experiencias, pero también las contrarias, las del infortunio y el desasosiego, que un compositor de su talla supo sazonar con la virtud de su verbo y la purificación de sus lágrimas. Letras con las que agradeció la crianza del padre y el amor inconmensurable por el hijo amado (Rafael Santos), de sus más de 40 retoños (28 de ellos reconocidos), que dicen, dejó su alborotada simiente; Martín Elías, Dionisio, y ese Ángel, el más frágil de la parvada, que sobrevivió con la donación de un riñón de su madre, la buena de Yolanda Rincón.

El Cacique enamorado y conquistador que dejó huella en todos los rincones de la patria, el que engalanó en partituras la belleza y el candor de nuestras mujeres, desde las reinas y las coronadas, hasta las más silvestres y anónimas, las madres de sus hijos, o aquellas en la clandestinidad, que más que buscar un padre de nómina, sólo anhelaban tener un hijo de Diomedes, por simple y llana admiración, ¡ah! y porque coincidían en su vigor de amante sin rival, campeón entre sábanas.

Espantapájaros en las fincas del Caribe, es decir, alquilado con disfraz para ahuyentar a los avechuchos depredadores de las sementeras; mensajero de Radio Guatapurí, mesero en las parrandas de casetas que se armaban en festivales, en el Cesar, en la Guajira, picaflor mundano y el más certero poeta de la popularidad, una suerte de Arcipestre de Hita de la gran masa, Díaz Maestre sintió el aliento de las castas y el calor de las impuras, se regodeó de placeres, de los más sutiles a los que deterioran y consumen la razón y el alma; fue único e irrepetible en los derroteros del amor y la pasión desenfrenada, amo y fue amado; sintió el frío de los barrotes y sufrió el escarnio público, toreó la enfermedad, venció la adversidad y, al final, en las horas postreras y a manera de epílogo, hasta la misma muerte fue condescendiente con él, al punto de desajustar el encabronado mecanismo de su corazón, mientras dormía. ¡Vaya! una muerte plácida y envidiable en el sueño sin retorno que, en su caso, es la puerta grande de la inmortalidad.  

De hecho, Diomedes no dormía. Duraba hasta tres días sin pegar ojo. Tenían que suministrarle una medicina especial importada de Estados Unidos para que conciliara el sueño. Esos estados alterados de la psiquis fueron frecuentes y en los últimos días se incentivaron al máximo.  
  
Más allá de la muerte, de los confines del universo y de lo etéreo e imposible de imaginar, la cicatriz que Diomedes siempre llevó en el alma, quizás jamás cicatrice. 
   
Que la Virgen del Carmen, a quien él tanto sublimó en sus melodías, se apiade de él, lo perdone y lo abrigue en su regazo. 

(De click aquí y Vea el documental 'Diomedes Díaz', el inmortal', de Víctor Sánchez)

"Mi vida va pa'largo, me lo dijo el doctor"

El Cacique de La Junta en entrevista antológica con el cronista y vallenatólogo César Muñoz Vargas


Por: César Muñoz Vargas y Eric Palacino Zamora

(Crónica publicada en el diario El Espacio, el 22 de enero de 2012)

En un ritual de introspección Diomedes se queda mirando fijamente su foto, como interpretando que el tiempo ha pasado, pero que en esencia él sigue siendo el mismo mestizo azabachado por el sol que se envuelve en prendas arhuacas para entrar en comunión con los hermanos mayores de la Sierra Nevada de Santa Marta.

El retrato, por años guardado, logra que el Cacique se encauce en un híbrido de momentos, de los buenos del pasado y de los buenos del presente. Seguramente ha habido lapsus entre el día de esa imagen memorable de la lente de Mile Castrillón, hasta hoy, cuando el Cacique de la Junta está de plácemes por el lanzamiento de su nueva producción, 'Con mucho gusto, caray'.

Lo acompaña Luz Consuelo Martínez, su amor bogotano, a quien pretende asustar cuando en broma le suelta la noticia que el bebé de la foto es de él. Pero ella no se desestabiliza, y por el contrario, intenta recordar que igualmente ella pudo haber estado ahí. También está el hijo mayor de los dos, un adolescente que data de la época de sus amores escondidos, lo confiesa Díaz. Pero hoy la historia es diferente, y la dama es uno de los motivos del cantante para develar su regocijo con la vida.

Y es una vida que va para largo, como se lo confirmó su cardiólogo Efraín Gómez, “una eminencia nacional de los corazones en Colombia”, así lo califica el propio Díaz. Una vida que reverdece por la ternura de la pequeña Katiuska, por los sonidos de su nueva producción musical y por el éxito que han alcanzado algunos de sus incontables hijos, como Martín Elías, otro de los que heredó la destreza vocal de su progenitor y que ya es una realidad con credenciales en la escena musical vallenata.

Como en los viejos tiempos

Hay visos en el look de Diomedes y en los sonidos de su disco que remontan a sus trabajos de 'Título de amor' o de 'El 26 de mayo', que hiciera al lado deJuancho Rois. El cabello organizado hacia adelante y con flecos hacia atrás, ponen de presente a ese Cacique de la Junta anunciado con resonancia y en el mundo de las tarimas por Jaime Pérez Parodi, su locutor de cabecera. 

Los compositores del nuevo álbum: Máximo Movil, Calixto Ochoa, el Chiche Maestre o Emiliano Zuleta, dejan de manifiesto que Diomedes sigue fiel al carácter raizal de su música.

Porque Diomedes creció cantando vallenatos, en contra de los mandamases envidiosos de La Junta que se atrevían a llamarlo voz de chivo para bajarlo de la nube onírica de cantante famoso, pero que en el fondo sabían que el hijo del jornalero de El Carrizal, Rafael María Díaz, de seguir así, iba a dejar callado a todo un pueblo que de tarde en tarde veía al chiquillo enjuto apostarse en la 'ventana marroncita' soltando nóveles versos a su primer amor.

Diomedes Díaz Maestre sigue en esa senda de la expresión tradicional, claro, con las adiciones melódicas que demandan las grabaciones modernas y que despiertan el furor de miles y miles de fieles seguidores, de los que aún conservan la costumbre solemne de ser los primeros en la tienda de discos, o de los que se valen de la comodidad de la red para sumar a su reproductor de sonido, tan rápido como sea posible, lo más reciente de sus canciones.

El intérprete guajiro sigue siendo un fenómeno. Lograr cerca de medio millón de descargas con tan sólo unos días de lanzar el disco, es la prueba de que la gente lo sigue, está pendiente de su agenda, de sus conciertos, de lo que hizo o no hizo, de lo que dijo o de lo que calló. Él continúa vigente y sabe que tiene que cuidarse, porque como lo pronosticara por allá en 1980, se debe a su fanaticada.

 Con mucho gusto, caray

Convergen en el nombre del nuevo trabajo musical su frase insignia con el caray muy cachaco y 'El caray' de Juan Gabriel, la canción ranchera que adaptó a las notas del acordeón. Es un homenaje de Diomedes al artista mexicano y a la música ranchera con la cual se identifica y en la que encuentra similitudes métricas con el vallenato. Pero el disco es también un homenaje de Diomedes a la capital, a su compañera, a su hermano Rafael y a otros compositores que normalmente enlistan su repertorio.

La producción es un encuentro de amigos en el que no sólo Álvaro López -el hijo de Miguel- digita el acordeón, pues también lo hace Emilianito Zuleta, su compadre. Es una fusión de voces en la que los coros son de Edgar 'El More' Ovalle, Walber Orozco y Carlos Huertas. Es el acompañamiento en las cajas de Rodolfo padre y de Rodolfo hijo. En otras palabras, varios de los mejores artistas, que no son de la planta de Diomedes Díaz, pero que se unieron 
para producir el disco que tradicionalmente se ha lanzado el 26 de mayo, aunque no fue esta vez.

Sea cualquiera la fecha, Valledupar, o el fortín del Cacique, se convierte en un hervidero cada vez que este anuncia su nuevo trabajo musical. Porque Diomedes sigue causando ese revuelo, porque nunca deja de ser noticia, porque es un ídolo indiscutible; amigo del lustrabotas y del gobernador, del mensajero y del gerente. Todos tienen que ver con él, porque sus letras pegan, su música pega. Con Diomedes el mensaje llega, logra su 
efecto; a través de la frase en la entrevista o el verso de la canción.

Otra vida musical

Hacia el año 1992, Diomedes Díaz grabó con Juancho Rois el álbum 'Mi vida musical', homónimo de un tema de su autoría en el que hace un recuento, hasta ese momento de lo que había sido su trayectoria musical al lado de cinco acordeonistas. Y de ese tiempo para acá, otros cinco ejecutores del acordeón lo han acompañado, desde Iván Zuleta hasta Álvaro López, el de la dinastía López de La Paz.

Podría pensar el Cacique en una segunda parte de aquel sabroso paseo biográfico, cómo de segundas partes se compone el nuevo repertorio. En la nueva versión de 'Que me mate el dolor', de Máximo Movil; en 'El profeta' de Edilberto Daza; en 'Las vueltas de la vida', de Calixto Ochoa o, incluso, en 'El Amor bogotano', inspirado en Luz Consuelo. La mujer que se muestra hacendosa, pendiente del artista; la que arregla su camisa y seca su sudor.

El Cacique está que se canta, lo esperan en el Cesar, en las Corralejas de Sincelejo y en el Carnaval de Barranquilla. Lo esperan por todos los lugares, porque sus canciones, las de ahora, o las de antes, hacen parte de la historia musical de Colombia y del recuerdo de millones de personas. Porque hasta el más apático hacia el género vallenato tiene al menos un álbum de Diomedes en la discoteca de la casa. Casos se han visto de rockeros consumados tarareando los clásicos del Cacique de la Junta: Así lo bautizó Rafael Orozco y así lo anuncia a todo pulmón Pérez Parodi en tarima. En efecto, ya lo están llamando.

Tocado por las gotas de sereno

Este Diomedes que nos dio la bienvenida en la sede de la empresa disquera, nos remite al hombre cálido, gran anfitrión, que hace doce años nos atendió largamente en su casa de Valledupar. Ayer el Cacique desbordaba felicidad enfundado en una camisilla que parecía tocada por las gotas de sereno de que habla en su canción 'Chispitas de Oro'. 

Se le ve revitalizado y seguramente es por la fuerza del amor reverdecido de Luz Consuelo Martínez, a quien conocimos en 1998, cuando lo visitaba, a escondidas, en su sitio de reclusión en Funza, acompañada del pequeño 'cadete' como llama Diomedes, al muchacho que ahora ronda los quince años y quien no se pierde detalle de los apuntes del hijo de La Junta.

Diomedes da la bienvenida a los reporteros. Suda, sonríe, pero se le ve tranquilo y dice que en buena parte su optimismo se debe a su buen estado de salud, a la protección de la Virgen del Carmen, su patrona y por supuesto a los resultados en ventas de su producción 'Con mucho gusto'.

Dice el Cacique que sus temas preferidos son la nueva versión de 'Me mata el dolor', del desaparecido Máximo Movil, 'Mi compañera', de Emilianito Zuleta y 'Más allá del cielo', de Chiche Maestre, que alegra el derrotero que está tomando la carrera de Martín Elías, quien, junto con Rafael Santos, otro de los críos del cantante que han seguido sus pasos “los eduqué con valores y Dios les regaló talento para cantar”.

Diomedes Díaz Maestre, el mito, el hombre que no gusta de las entrevistas, el que atiende miles de personas cada semana, el que confiesa que a veces lo abruma el no poder tener una vida en paz. El padre prolífico que no para de sonreír. Bromea y recuerda algunas de sus primeras canciones, las que sólo escucha “de vez en cuando”.

Es el Cacique feliz con su nueva compañera Luz Consuelo, a quien le juró amor eterno frente a la Torre Eiffel, quien con devoción y esmero cuida cada detalle para que la gente tenga la mejor percepción de este artista, que hoy parece renovado y dispuesto a recuperar su imagen y la impronta de una de las figuras cimeras de la música popular de Colombia.
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