sábado, 11 de octubre de 2025

100 años de la plaza de mercado más antigua de Bogotá, cuyo edificio fue declarado Monumento Nacional en 1983

 


La historia a fondo de la Plaza de Mercado de Las Cruces que, tristemente, en la celebración de su centenario, muestra una fachada decrépita por falta de mantenimiento. Foto: Cortesía Museo de Bogotá  

Ricardo Rondón Chamorro 

El centenario edificio de la Plaza de Mercado de Las Cruces (Calle 1 F # 4-60), declarado Monumento Nacional y Patrimonio Histórico de la Ciudad, en 1983, pone de presente el desafortunado contraste entre el esplendor de la época, como uno de los barrios fundacionales de Bogotá, y la decadencia y la ruina irreparables a partir del Bogotazo de abril de 1948, cuando la sangre derramada de Jorge Eliécer Gaitán fue combustible de una violencia brutal y arrasadora.

En una casa humilde del barrio Las Cruces, vecina del Hospital de la Samaritana, que data de 1932, se crio el caudillo del pueblo, hijo de un librero y de una maestra de escuela. La vivienda, de un solo piso, sigue en pie, hoy destinada a un almorzadero de 7.000 pesos, y en su fachada se conserva la placa honorífica del sacrificado político liberal. 

A unos cuantas cuadras de La Samaritana, que recibió cantidad de heridos y moribundos de aquel siniestro 9 de abril, se divisa lo poco que queda del Castillo de Las Torres del Silencio, donde dicen, fue por temporadas pensadero y retiro chichero del general Gustavo Rojas Pinilla.

El Castillo también fue lugar de reunión de poetas y letrados del grupo intelectual reconocido como La Gruta Simbólica. De esa antigua ágora resaltan plumas como las de Rafael Espinosa Guzmán, Federico Rivas Frade, Jorge Pombo Ayerbe, el célebre cronista Clímaco Soto Borda, y el poeta de la tristeza profunda Julio Flórez, entre otras.


Nótese el majestuoso pavo real que custodia el arco de ingreso frontal. Foto: Cortesía IDPC 

Por estos lares, veteranos que aún frecuentan tiendas y cantinas, mascullan la nostalgia agónica del barrio Las Cruces con el tarareo de la lúgubre melodía que Julio Flórez hizo famosa, en la versión lastimera del guayaquileño Julio Jaramillo:

Oye bajo las ruinas de mis pasiones / en el fondo de esta alma / que ya no alegras, / entre polvo de ensueños y de ilusiones, / brotan entumecidas mis flores negras.

Por seguridad, con la compañía y la guía de Jairo Hernán Baquero, líder cultural y representante del Museo Barbería Clásica Baquero, que se aproxima a sus 70 años de historia, recorremos un tramo de las emblemáticas edificaciones que sobresalen en el globo urbanístico de Las Cruces:

La imponente parroquia, joya arquitectónica de estilo románico, de la plaza principal; el flamante edificio donde funcionó el Colegio Femenino de Nuestra Señora del Rosario: el Centro Pastoral 'Hermano Ettore' para el Cuidado de la Tercera Edad; el, hace tiempo abandonado Teatro Las Cruces, y la Plaza de Mercado, con sus soberbios pavos reales, símbolo helénico de poder y belleza que custodian hace cien años sus arcos de ingreso, entre otras construcciones de gran valía patrimonial en este sector tradicional de la ciudad.


La plaza principal de Las Cruces fue el primer asentamiento del mercado. Foto: IDPC

Da grima, que Las Cruces, como atestiguan historiadores y vecinos de vieja data, entre ellos el barbero Baquero, mucho antes de la violencia incendiaria, la inseguridad, y la ruina a su paso, fue una próspera comarca, mezcla de burguesía y proletariado, donde, en sus alrededores, comercios y prestigiosas plantas industriales dieron lustre a la capital, e impulsaron su economía. 

Por citar algunos, la comunidad de 'Los Punteros', como llamaban a los campesinos que proveían productos del agro a la población del centro histórico; de chircales para la producción de ladrillo; de la Fábrica de Tubos Moore; de la Real Fábrica de Pólvora; y de la desaparecida Fábrica de Loza de Bogotá, que medio siglo después se convirtió en el tenebroso 'Túnel', refugio de haraganes de puñal, locos de atar y expendios de vicio.

El origen 


La primera línea del tranvía eléctrico fue crucial para el auge del sector. Foto: Museo de Bogotá

En los albores del siglo XX, el barrio Las Cruces comienza a vislumbrar su globo urbano como epicentro de avance social y económico del suroriente capitalino. A la plaza principal, marco de la parroquia, llegó la primera línea del tranvía, que conectaba con el Camino de Oriente y los extremos de la urbe, fortaleciendo el circuito comercial.

En dicha plaza, campesinos veredales y negociantes lugareños, instalaron el primer mercado que, tiempo después, por higiene y organización, fue trasladado al solar del Monasterio de la Concepción, y allí tomó el nombre de Plaza Central de la Concepción.

En su amplia y detallada Reseña Histórica de la Plaza de Mercado de Las Cruces, el arquitecto Gustavo Rodríguez señala que el terreno que hizo realidad el edificio de abastecimiento, fue donado al municipio de Bogotá, para dicho menester, por Luis Calderón Tejada y Georgina López viuda de Garzón, mediante escritura pública, autenticada en la Notaría 3ª, con fecha del 7 de julio de 1925.

La construcción de la obra ocupó el período comprendido entre el 12 octubre de 1925 y finales de febrero de 1928, encargada en su diseño a la firma norteamericana Ulen & Company, de Nueva York, con un estilo modernista americano (Modern style), inspirado en el Art Noveau europeo.

Una calle adoquinada de Las Cruces, barrio fundacional de Bogotá. Foto: Cortesía IDPC

La estructura, en forma de 'H', se divide en dos partes: la primera integra muros y dinteles, y la segunda, por elementos de crestería y cubierta metálica a manera de persianas, con el fin de garantizar su ventilación. En la planta física se utilizaron materiales como ladrillo tablón, ladrillo hueco y arcilla de los chircales, y de la Fábrica de Tubos Moore.

Para lograr el efecto estético que caracteriza a la obra, se alternaron franjas de mampostería a la vista, con pañetadas dispuestas en diferentes planos. El nivel inferior destaca las cornisas y los pináculos decorativos que representan elementos de la naturaleza, y los dos alegóricos pavos reales que coronan los arcos de acceso en los costados este y oeste.

Toda esta infraestructura -concede el arquitecto Rodríguez-, se remite a la técnica de concreto prefabricado con refuerzos internos de forja, en secciones delgadas; moldes importados por la firma constructora encargada. En su curso, el edificio no ha sido objeto de mayores alteraciones, salvo los muros que fueron dispuestos para cerrar los patios de acopio de las fachadas norte y sur.

"Una intervención que deterioró notoriamente el ladrillo de las fachadas, en especial del zócalo, fue el encalado que hizo, sin criterio técnico, el personal contratado por el IDIPRON, a propósito del programa Misión Bogotá, en 1997: los agresivos materiales utilizados dejaron profundas e imborrables huellas. A esto se agrega el lamentable estado de algunos ladrillos, por el raspado de consumidores de basuco", registra el arquitecto.

Entre 1962 y 1994, la Plaza de Mercado de Las Cruces estuvo administrada por la Empresa Distrital de Servicios Públicos (EDIS). Luego, la alcaldía de Jaime Castro abrió la posibilidad de que las plazas de mercado fueran regidas por cooperativas autónomas creadas por las alcaldías locales. De 2007, y a la fecha, la Plaza de Mercado de Las Cruces, está administrada por el Instituto para la Economía Social (IPES).

Músculo femenino 


Blanca Agudelo Díaz, de 63 años, cuenta que fue criada con seis hermanos en un guacal que su mamá ubicaba en el puesto de líchigo. Foto: Ricardo Rondón 

Otro contraste notorio en el trasegar ininterrumpido de los 100 años de la Plaza de Mercado de las Cruces, es que, pese al patriarcado y machismo imperantes de la época, han sido sus mujeres las grandes protagonistas en el desarrollo y sostenimiento comercial, a la par de la crianza de sus hijos, la mayoría en el mismo entorno, de generación en generación.

Lo sostiene Blanca Agudelo Díaz, de 63 años, que fue criada con seis hermanos en un guacal con cobija que armaba doña Vitalia Díaz Ardila, su mamá, quien, por estas fechas, como la plaza, estaría cumpliendo 100 años. "Ya grandecitos, estudiábamos hasta medio día, y de ahí a la plaza a almorzar y a trabajar", subraya Blanca.

-En ese tiempo, las que vendíamos líchigo, nos tocaba afuera del edificio, entre bultos y guacales. Adentro estaban los graneros y las famas. Cuando era hora de irnos, al final de la tarde, dejábamos los bultos protegidos con plásticos y amarrados con cabuya. Entre todas pagábamos el cuido a un vigilante.

Blanca recuerda que al frente de la plaza, por el norte, quedaba el almacén LEY (iniciales del nombre de Luis Eduardo Yepes, fundador y propietario de la cadena). Antes, esa construcción, fue bodega de almacenamiento de la Cervecería Bavaria. 

"Mucha la cerveza y la chicha que se tomaba a cualquier hora por acá. A las 5 de la mañana, cuando empezaba a llegar el mercado, caseteros y ambulantes, con reverberos de gasolina, ya estaban despachando tinto con aguardiente".

Blanca, que sigue vendiendo líchigo y tubérculos, lleva 43 años de matrimonio con el primer novio que tuvo, un obrero de la construcción. "Me casé de 20, tuvimos 3 hijos, la mayor tiene 43, a ellos los sacamos adelante con el comercio de los bendecidos frutos de la tierra. Hoy, mi marido, de 69 años, tiene aquí cerca una miscelánea, porque está muy enfermo de diabetes y de una úlcera varicosa", remata Agudelo.

De domingo a domingo 


Nubia Lota Huertas, madre cabeza de familia, y tercera generación de su familia, es orgullo y testimonio del músculo femenino de la Plaza de Mercado de Las Cruces. Foto: Ricardo Rondón 

Nubia Lota Huertas es la tercera generación de mujeres comerciantes de este consorcio de abastecimiento. Empezó a trabajar de 12 años. Como sus vecinas, fue criada en canastos y guacales. En la actualidad tiene tres puestos: uno de frutas, otro de legumbres, y un tercero de verduras.

Con su inagotable ritmo laboral, formó y educó a sus cuatro hijos, que hoy trabajan y viven independientes. Uno de ellos compró una casa, justo al frente de la plaza, donde ella vive. A sus 61 años, Nubia se siente satisfecha y orgullosa del deber cumplido, y asegura estar "saludable y entera" para seguir produciendo "hasta que Dios me dé licencia". 

Nubia acaba de llegar en un taxi de Corabastos y empieza a descargar y a acomodar sus frutos. Aprovecho para preguntarle que está a la baja en precios por estos días. "Eso es como la rutina del ascensor: suben y bajan a diario. Hoy está barato el tomate, la papa y la arveja. Los precios de disparan por las nubes cuando hay paro de agricultores o de camioneros".

-¿Y cuánto paga de mensualidad por cada puesto? 

-120.000 pesos. Toca asegurar 360.000 al mes. Dijeron que le iban a bajar a la tarifa, vamos a ver; pero aquí seguimos con el permiso de Dios y la virgencita.

Las antiguas venteras de la Plaza de Mercado de Las Cruces desconocen que es irse de vacaciones o tomar un descanso. "Antes se descansaba un día al mes por mantenimiento. Ahora es de tiro largo, la máquina no puede parar porque se acumulan los gastos", tercia Nubia, mientras asoman sus clientes de hace más de 40 años.

Otros nombres para destacar como pilares de trabajo continuo son los de Elsa Castillo, Blanca Pulido, Gloría Barrera y Jenny Vargas, engranaje laboral a punta de músculo femenino, con un promedio de 55 años en la plaza, y a un ritmo, como decían las abuelas: "de domingo a domingo y de fiestas de guardar".

Chocolate Cruceño 


Elsa Castillo Jiménez, de 67 años, llegó de 14 a la Plaza de Mercado de Las Cruces, y lleva 55 calendarios al frente de su almacén Fuente de Oro. Foto: Ricardo Rondón 

Elsa Castillo Jiménez, de 67 años, llegó de 14 a la plaza y conoció a Víctor Garzón, de 32, que era empleado y luego se hizo propietario del almacén Fuente de Oro. A los tres años se casaron en la Iglesia de Santa Bárbara: "fue el 27 de julio de 1976, con la compañía de mi madre, porque mi padre nunca estuvo de acuerdo", cita Elsa, que, con solo noveno grado de estudio, goza de una admirable fluidez relatora.

-Cómo era este almacén hace 55 años-, le pregunto a Elsa, hoy al frente del negocio por serias complicaciones de salud de su marido, que ya frisa 86.

-La estantería y el mostrador eran de madera; hoy son de lámina y hierro. Encima estaba la bodega de tablas. Don Víctor, mi esposo, hizo el diseño y contrató un ebanista. Siempre ha sido el almacén más bonito y organizado de la plaza. Aún se utiliza la pesa de hierro colado, marca Búfalo, en la que antes se pesaba el grano por libras, y se empacaba en bolsas de papel.

Aquí nació la marca de Chocolate Cruceño, a partir de un curso que nos patrocinó la Universidad INCCA, y con el convenio de cinco comerciantes, incluido don Víctor Garzón, mi esposo. La fábrica quedaba en el barrio Carvajal. Por su calidad, tuvo gran acogida. Se pedían 100 cajas de chocolate cada tres meses.  

Sin propaganda, solo por una foto que le hicieron al producto, donde aparecen "tres personajes", se hizo famoso el Chocolate Cruceño, y de paso la banda de 'Los Ingenieros', expertos en robar joyerías en el extranjero. Compraban nuestro chocolate para regalar afuera. Mi comadre Rosita, cada vez que venía a Bogotá, llevaba una caja para Islas Canarias.

Esposa y empleada 


"Aquí nació el chocolate cruceño, que tuvo gran acogida", dice Elsa Castillo. Foto: Ricardo Rondón

Elsa Castillo Jiménez, en la flor de su juventud, no se salvó del marcado machismo de la época, cuando un día sorprendió a Víctor Garzón, su marido, para formularle una petición:

-Viejo, yo quiero estudiar Contaduría...

(El hombre -dice Elsa-, no la dejó terminar. La respuesta de Garzón fue un ultimátum:)

-Si quiere estudiar, ahí está la puerta, bien pueda.

"Entonces concluí que lo que se ganó don Víctor, fue una esposa, y a la vez una empleada -revira ella-, pero lo tomé con calma, sin reproches ni rencores, porque me salió buen marido, buen padre, responsable, y dedicado al hogar, al trabajo, y a nuestro hijo que hoy tiene 42 años, y es ingeniero ambiental y comunicador social".

Elsa Castillo Jiménez sigue al frente del almacén de rancho, granos y abarrotes de toda la vida, y hace reminiscencia de productos de antaño como las velas de sebo, las espermas de parafina, las latas de manteca, el aceite Purísimo, la avena Quaker de tarro, la Promasa, el jabón de tierra, las alpargatas y el café Benitín, entre otras marcas hace tiempo desaparecidas. 


Jairo Hernán Baquero (de blusa azul celeste), líder cultural y representante del Museo-Barberia Clásica Baquero. Foto: Ricardo Rondón   

-¿En la plaza ha habido muchos cambios de cuando sumercé llegó jovencita a como está hoy?

-El piso de ladrillo rojo es original, y está intacto. Ahí está la prueba de calidad de lo que hacían antes. Lo han quitado una sola vez, y lo volvieron a poner hace 18 años, cuando reforzaron las columnas con acero, pusieron templetes en los tejados e instalaron lámparas led.

La Plaza de Mercado de las Cruces cuenta con tres pabellones. En el pasado, los comedores estaban dispuestos en el costado norte y las famas en el pabellón principal, costado sur. Los pozos sépticos, en el patio. El mercado de agricultura, y piscos y gallinas vivas, en la parte exterior del edificio, que llegaba en camiones y zorras de caballos provenientes de Choachí, Fómeque, Cáqueza, Chipaque, y a veces de Boyacá.

La plaza siempre ha estado consagrada a la Virgen del Carmen, y su ubicación se definía por concurso de los comerciantes que más dinero aportaran en cada pabellón. Los negocios se decoraban con el Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen del Carmen, el cuadro del gordo que no fiaba y el arruinado que fio, la Cruz de Mayo, la mata de sábila, con herradura y lazo rojo, el almanaque de Pielroja, y los infaltables canastos.

Los 'Octavianos'


El edificio de la plaza fue declarado Monumento Nacional en 1983, pero su fachada se encuentre en un estado lamentable. Foto: Ricardo Rondón  

Los jueves han sido por tradición los días de mercado, y tiendas y cantinas como la de don Dagoberto o la del 'Santo quemado', vivían repletas de comerciantes y coteros como 'Tabaco', 'Paquito' y 'Lleritas'.

Desde que alumbraba el día estaban golpeando el mostrador para que les sirvieran sus 'octavianos', que era un cuarto de aguardiente envasado en la botellita oscura de pony malta. Se vendía cerveza por cajones y afuera las fritangueras no daban abasto a despachar asaduras.

Por esta plaza centenaria de Las Cruces -narra su cronista Elsa Castillo Jiménez- desfilaron políticos sin guardaespaldas como Carlos Lleras Restrepo, Horacio Serpa Urbe, María Eugenia Rojas de Moreno Díaz ('La Capitana'), y el lustrador - concejal Lucho Díaz, a quien por costumbre les tocaba recogerlo en las cantinas y embutirlo en la camioneta, como muñeco de año viejo, porque no daba pie con bola de las borracheras.

De aquellos tiempos pujantes y favorables, cuando la Plaza de Mercado de las Cruces llegó a tener 50 locales, hoy solo queda una pollería, una pescadería, cuatro fruvers, un puesto de plantas ornamentales, otro de hierbas, una frutería y una cafetería.


Nostalgia de Las Cruces, un barrio que gozo de progreso social y económico, antes del cruento Bogotazo, cuando inició su decadencia. Foto: Museo de Bogotá

Con ese modesto inventario, Elsa Castillo Jiménez dice sentirse bendecida y agradecida por sus 55 años de trabajo, pero, "entre otros peros", le duele que para el cumpleaños 100 del edificio, este 12 de octubre de 2025, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC), no le haya echado una mano de pintura a la fachada.

"Han intervenido algunas fachadas de casas aledañas. Programaron recorridos por la plaza, mostraron fotos antiguas, promovieron charlas, pero del embellecimiento de la plaza de mercado para la celebración de su centenario, ¡¿qué?! ¿No dizque es Monumento Nacional y Patrimonio Histórico de la Ciudad? Si de nosotros no se acuerda el IPES, mucho menos el IDPC. Dirán que qué van a invertir en un sector inseguro y abandonado como Las Cruces", recalca Elsa.

Ante dicho cuestionamiento, Diego Parra, director del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, anunció que, a partir del 12 de octubre, en coordinación con el IPES, programarán con la comunidad talleres de cal, arena y fique para subsanar los avanzados deterioros en muros y fachadas.

"Pero que no se quede solo en cháchara de políticos. Ojalá por fin cumplan", sentencia doña Elsa.

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