El maestro Fabio Marín Ramírez escampando la furiosa tempestad del ocaso del mundo en la calle más larga, pintarrajeada y patibularia del barrio Pío XII, suroccidente de Bogotá
A sus 76 años, el cronista y escritor caldense desempolva lo siniestros archivos de uno de los programas de mayor impacto en la radio colombiana
Ricardo
Rondón Chamorro
(Fotos: David Rondón Arévalo)
Eran los tiempos en que la radio era el centro de la
cotidianidad familiar.
El aparato transmisor se encendía con el despertar del
día, iniciaba con las últimas noticias de los radioperiódicos, programas de
variedades y humor para señoras de entre casa, consultorios sentimentales,
vespertinas de sazón y chismorreo, radionovelas en las agonías de la tarde, y
de noche, y hasta que despuntaba el alba, músicas del mundo en ese fiel y
romántico duermevela que deparaban los Sanyo de nueve bandas.
Orientación tribuna de la patria, El pereque, La
escuelita de doña Rita, Los chaparrines, Consúltenos su caso, Doctora corazón,
Kalimán, Arandú y La ley contra el hampa, entre otros espacios de
entretenimiento familiar, que como las transmisiones de la vuelta a Colombia en
bicicleta, mantenían al devoto oyente con el radio pegado a la oreja.
Pero si Kalimán era la joya de la corona del dial, La ley
contra el hampa figuraba como el heraldo de la inagotable crónica roja que
exprimían a cual más noticieros y tabloides, cuando despegó a mediados de los
años 60, en Cali, por iniciativa de Fernando Franco García, director de Radio
El Sol, de Todelar, en la época próspera de don Bernardo Tobón de la Roche y su
prole.
Marín Ramírez o la nostalgia de la vieja máquina de escribir, compañera inseparable en su oficio de narrador de increíbles historias
La ley contra el hampa dio cuenta de una afortunada
nómina de creativos, entre ellos Jorge "Topolino" Zuluaga, el
escritor y comediante de “las juventudes acumuladas”, y Fabio Marín Ramírez, el
último de sus libretistas y narradores, cuando el programa llegó a su punto
final en 1972.
Fabio Marín Ramírez (Viterbo, Caldas, 1944) venía con el
chip de la escritura en el vientre materno. Antes de terminar el bachillerato
se ganaba sus primeros centavos como mensajero en una droguería, hasta que su
primo, el recordado Eucario Bermúdez Ramírez, en ese entonces director de
Emisora Caldas, de RCN Manizales, le dio la oportunidad para que se adiestrara
en el tejemaneje de consolas y tornamesas.
Así se inició como operador de audio por un sueldo de
$160 mensuales. Eucario advirtió pronto el potencial del muchacho, que en aras
de un mejor pago resultó en Cali, primero en Emisora Eco, donde le ofrecieron
$300, y después en Radio El Sol, de Todelar, con $700, que era un dineral
cuando apenas frisaba los dieciocho años.
El cotice no era solo por su habilidad como operador,
sino porque dejó ver sus cualidades como libretista en programas musicales, y
como hábil y acucioso reportero.
Es que don Fabio tuvo como escuela empírica a grandes del periodismo y la radiodifusión: Gabriel García Márquez, Germán Arciniegas, Felipe González Toledo, Eucario Bermúdez, Fernando Franco García, Antonio Pardo García, Jorge Enrique Pulido, Alberto Giraldo López, Armando Moncada Campuzano, Eduardo Aponte Rodríguez, Manolo Villarreal, entre otros.
A los veintiún años, Fabio Marín Ramírez era el reportero
estrella del Noticiero Todelar de Colombia, y ya tenía en los cajones de su
escritorio robustos cartapacios de libretos escritos a máquina de la Ley contra
el hampa, para capítulos de una hora, en emisiones de lunes a viernes, en Cali
a las 8:00 pm y en Bogotá a las 5:00 pm, él como voz narradora y una nómina de
diez actores, entre los que se destacaban Piedad Gómez, Jesús Olaya Rincón y
Lázaro Vanegas.
Marín Ramírez tenía a su disposición el caldo de cultivo
de sus cruentas historias en el quehacer diario como sabueso de policía de
agudo olfato en las barandas de los juzgados, y en las fuentes de primera mano
de tres de los mejores abogados penalistas que, según él, ha tenido la Sultana
del Valle: Carlos Holmes Trujillo (padre del fallecido ministro de defensa),
Gustavo Balcázar Monzón y Ramiro Andrade Terán, conocidos con el remoquete de
"Los tres reyes vagos".
La ley contra el hampa, que tuvo su origen en el Circuito Todelar de Colombia, trascendió como uno de los espacios de mayor audiencia en la radio colombiana
El creativo en mención, abonaba su literatura del crimen
con los casos espeluznantes que anunciaban tabloides como El Pueblo, El
Espacio, El Bogotano o El Caleño. De ahí brotaron historias como "El
macabro caso de Hermelinda, la copera", "El hechicero asesino",
"La venganza del papero cachón", "Los siniestros usurpadores de
tumbas", "El tétrico sótano de la peluquera", "Los celos
malditos de don Ramón, el carnicero", solo por nombrar algunos de la
abrumadora enciclopedia de crónica roja.
"La mayoría eran crímenes pasionales con el
detonante del consumo excesivo de licor, pero también asaltos, robos,
secuestros, venganzas y retaliaciones de bandas criminales, del abundante
prontuario que los reporteros judiciales cubríamos en el día a día", dice
Marín Ramírez, que a sus 76 años da fe de su lucidez y memoria admirables.
Le pregunto a don Fabio cómo sería escribir hoy La ley
contra el hampa, y manifiesta que sería copiosa en argumentos y elementos,
porque el delito, en todos sus niveles, está a la orden del día, y los recursos
tecnológicos facilitan la inmediatez: "En mi época de cronista la radio
era lo más inmediato, pero el desarrollo de cualquier suceso solo se conocía
hasta el día siguiente en los periódicos. Hoy, un fleteo, un homicidio, una
masacre, se divulga en cuestión de minutos en las redes sociales".
Después de haber cumplido a su cometido con La ley contra
el hampa, Marín Ramírez continuó como periodista en Todelar y en el diario La
República, al frente de la información económica.
"El hechicero asesino", "El macabro caso de Hermelinda la copera", "El tétrico sótano de la copera", entre cientos de espeluznantes casos del prontuario judicial
También pasó por las cabinas de Radio Santa Fe, de Colmundo, de La Voz de Bogotá. En Estados Unidos dirigió el periódico La Raza, de Chicago. Lo recibió de dieciséis páginas y lo entregó de ochenta, con una robusta pauta. Le tocó regresar a Colombia porque el matrimonio se le estaba resquebrajando.
Retornó al amado patio de la radio, está vez en Radio
Continental de Todelar, que dirigía Jorge Enrique Pulido, y se ganó dos premios
de periodismo Simón Bolívar: uno, en 1979, con un especial de tres horas
emitido en semana santa, sobre la crisis de migrantes y desplazados en las
fronteras de Venezuela, Panamá, Ecuador y Brasil. Y el otro, en 1982, por el
cubrimiento de la guerra de El Salvador.
Don Fabio también cubrió económicas para Colprensa, cuando
el titular de la agencia era Óscar Domínguez Giraldo, autor del prólogo de su
libro Un sueño de patria, publicado en 2015, resultado de una entrevista
imaginaria, y no menos analítica y reveladora sobre el poder y la política
nacional, que Marín, en una madrugada gélida y solitaria, le hizo al libertador
(bronce del artista italiano Pietro Tenerani) en la Plaza de Bolívar de Bogotá.
En uno de sus párrafos, Domínguez define al veterano
compañero de gestas periodísticas:
"Fabio Marín Ramírez, el romántico y bohemio
setentón, sigue activo desde el reposo del guerrero que hizo bien la tarea de
su vida. Ha sido tan exitoso en su oficio de periodista que nunca consiguió
plata. Prefirió enriquecer su vida y la de su entorno en los medios de
comunicación. Ha hecho algo mejor: sigue ejerciendo la profesión todos los
días, a toda hora".
Don Fabio con la patota de contertulios de "La embajada tolimense", la tienda del barrio Pío XII donde se reúne a arreglar el país al calor de botellas de lúpulo y copas de anís
En 1998, cuando aún laboraba en La República, logró su
pensión, recompensa a más de cincuenta años en el oficio, pero continuó
asesorando a la Federación Nacional de Arroceros y al Ministerio de Desarrollo.
Como buen grecocaldense
de tinto, aguardiente y exquisita tertulia, don Fabio frecuenta La Embajada
Tolimense, una tienda esquinera del barrio Pio XII (suroccidente de Bogotá),
cercana a su complejo habitacional Tabacú de las Américas, donde comparte con
vecinos, como él pensionados, comerciantes de la plaza de mercado, y los
infaltables vagos ilustrados de cuadra.
A ellos narra sus peripecias como cronista de antaño, les
refresca la memoria de las historias terroríficas de La ley contra el hampa, y
cuando caldean los anises recita en latín pasajes de la Divina Comedia y de la
Biblia. Dice que el latín lo aprendió en la Iglesia de Viterbo donde fue
acólito, porque su aspiración de adolescente era la del sacerdocio, pero los
mismos curas se encargaron de que desistiera cuando ingresaban a las duchas a
saludar a los muchachones con palmaditas en las nalgas.
En esas estaba el 4 de diciembre de 2020, cuando a la
hora de retorno a casa perdió el equilibrio, cayó contra el pavimento y se
rompió la cabeza. Duró un mes largo interno en la Clínica Méderi, en la línea
que separa la vida de la muerte:
"Apenas medio balbuceaba. Me decían: 'saque la mano
derecha’, y yo sacaba la izquierda. Me preguntaban, ‘cómo se llama usted’. Y
yo dizque respondía: Kalimán. Me
repetían la pregunta: 'En serio, cuál es su nombre’. Y yo: Kalimán en serio.
Borrado el casete. A los 76 años, con semejante porrazo en la cabeza, puedo
afirmar que lo mío es un milagro".
De acuerdo, don Fabio: “resucitó” para contarlo.
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