Doña María Esperanza Giraldo y su familia se acogen al aislamiento preventivo obligatorio, en condiciones precarias. Foto: archivo particular |
Ricardo
Rondón Chamorro
Los aullidos intermitentes de Negro, perrito enjuto, criollo, al que se le cuenta el costillar
sobre el pellejo, y que apenas se sostiene en sus patas escuálidas, resume la
pobreza extrema que se vive en el rancho de latas y madera de doña María
Esperanza Giraldo González, residente en la vereda Aguablanca, a quince minutos en moto de Girardot, Cundinamarca.
Es domingo de cuarentena y en la cocina la madre cabeza
de familia se dispone a preparar una aguadepanela que compartirá con su hijo,
su nuera y su nieta de año y medio. De un recipiente de plástico extrae dos
panes que parte por mitades. Ese será el desayuno.
“A veces no hay pan. Solo aguadepanela. Estos son los
últimos, de un talego de seis panes que me regaló una vecina”, dice Giraldo, de
cuarenta y un años, oriunda de Manizales.
A partir de la orden de aislamiento obligatorio, doña
María Esperanza, que solo tiene quinto de primaria, que se ha ganado la vida
como recolectora de café y empleada doméstica, y que ha sufrido los derrotes
del conflicto armado desde que era niña, manifiesta que si no fuera por la
caridad de sus vecinos, el hambre ya habría cobrado las primeras víctimas
letales en su familia.
“Lo que más me preocupa es mi nieta Salomé -puntualiza-.
Los mayores estamos acostumbrados a enfrentar la necesidad. Pero ver a una
pequeñita llorar de hambre le parte a uno el corazón, y sin saber qué hacer. Es
que por la pandemia ha sido duro conseguir trabajo: mi hijo es guardia de
seguridad y ha golpeado muchas puertas en Girardot, pero nada. Lo mismo su
mujer, que también es doméstica. Y pues yo, que me le mido a lo que sea: lavar
ropas, asear viviendas, cuidar niños, pero aquí varados todos porque nadie da
trabajo por temor al contagio”.
Interior de su vivienda en la vereda Aguablanca, a quince minutos en moto de Girardot. Foto: Archivo particular |
La vivienda de doña María Esperanza se reduce a un cuarto
en obra negra y una cocina de bahareque y lámina. Por baño: una taza empotrada
en una empalizada con techumbre de zinc. Por el calor asfixiante, hay que
echarle agua con desinfectante a cada rato para evitar la moscarria.
El rancho está enclavado en un lote que ella compró hace
quince años por un millón de pesos. Agrega, que con el tiempo, la alcaldía le subsidió 300 bloques,
quince bultos de cemento y trece varillas para levantar la habitación
donde pernoctan: “Porque con lo que uno gana como servidora en casas de
familia, no da sino para el alimento y los servicios”.
Justamente el problema de doña María Esperanza tomó vuelo
desesperante cuando le llegaron los dos últimos recibos de la energía por más
de $500.000. El correspondiente a mayo, por $503.400.
“Como si nosotros fuéramos estrato siete o tuviéramos una
fábrica. Cuando los únicos electrodomésticos que tenemos son una nevera, un
televisor pequeño y un ventilador. Cocino con gas, pero la estufita ya está que
saca la mano. Y cuando se acaba el gas y no tengo con qué comprarlo, me toca
acudir a la leña”.
"Estamos sobreviviendo de la caridad de los vecinos", dice consternada doña María Esperanza. Foto: Archivo particular |
“Cómo van a creer que vamos a pagar semejante cantidad de
dinero, si no tenemos ni para comer, somos estrato cero. Y si como esto fuera
poco, nos niegan el subsidio solidario, porque el puntaje del Sisbén fue
alterado a 65.2 puntos, y lo máximo para acceder a ese recurso son 18 puntos.
He llamado infinidad de veces para que arreglen esa situación, pero no he
tenido respuesta”, recalca Giraldo.
Como tampoco la ha tenido de la Unidad de Víctimas, de
tiempo atrás, cuando vivía en el sector de Cazuca, en Soacha, y fue amenazada
por células del ELN: “Me advirtieron que si no me iba a filas, con ellos, tenía
que perderme, pero ya, porque correría peligro mi familia. Nos tocó empacar y
salir corriendo. Pero el gobierno no nos ha reparado en nada. Lo que se ve en
televisión es una fantasía, solo promesas. Le hacen a uno tramitar cantidad de
papeleo, que seguramente queda archivado, porque nunca nos llaman”.
En la vereda Aguablanca
el calor alcanza los treinta y cinco grados a la sombra. Si algún miembro de la
familia de doña María Esperanza Giraldo González se llegara a enfermar, “Dios
no lo permita, mi nietecita Salomé”, el riesgo sería enorme porque el Sisbén no
le brindaría el servicio, y la tarifa promedio de un médico particular es de setenta
mil pesos.
En los alrededores de su vivienda habitan obreros de la
construcción, vendedores ambulantes, señoras que lavan ropa en la quebrada y la
entregan planchada, vigilantes, entre otros de oficios varios. Desde el brote
del coronavirus en Girardot (a la fecha van diez positivos), la señora Giraldo
no se atreve ir al municipio por temor al contagio:
A doña María Esperanza, residente en estrato cero, le han llegado los dos últimos recibos por más de $500.000. El de la gráfica corresponde a mayo. Foto: Archivo particular |
“Tengo una familia qué proteger y una bebecita, mi nieta,
mi Salomé, de año y medio, a quien adoro en el alma. Me aterroriza el solo
pensar que por mi culpa ella sufriera las consecuencias de ese virus. Me
moriría”.
Sobre el tablón sostenido por dos bloques donde ella
cocina, quedan residuos de sal en un tarro plástico, un paquete de fideos, un
sobre de caldo de gallina, tres papas y un gajo de cebolla. Provisiones a punto
de agotarse que le socorren sus vecinos, o el señor de la tienda. Pero la
pesadumbre invade la estancia cuando de la pieza en obra negra se oye el
lloriqueo de la pequeña Salomé. Hace varios días que su tetero no contiene
leche, solo aguadepanela.
Es el sino aciago de doña María Esperanza, que ha pasado
gran parte de su vida huyendo de la violencia, y hoy, con el azote de la pandemia,
la acorrala el hambre y la pobreza extrema.
(Esta historia dramática fue conocida en primera
instancia por Alexis de la Asunción,
comunicadora social y periodista de la Oficina de Comunicaciones Internas del
Senado de la República, quien realiza labores sociales en poblaciones
vulnerables, como el caso de doña María
Esperanza Giraldo. Las personas que quieran respaldar esta situación
emergente con auxilios o alimentos, pueden comunicarse al número de la
funcionaria: 3173984203 o
directamente con la damnificada:
3123177432).
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