El cronista Óscar Bustos en 'La Puerta de los Vientos', su terraza natural, donde se inspira para narrar la capital con todas sus luces, sombras y miserias. |
Ricardo
Rondón Ch.
Fotos: David Rondón Arévalo y archivo particular
Camino a la Puerta de los vientos, a campo traviesa entre el potrero aledaño del acueducto de donde brotan maltrechos cambuches de desadaptados y la cancha de fútbol hace muchos soles abandonada, con marcado paso de trochero, franca y altiva la mirada, el cronista Óscar Emilio Bustos recita como si en su garganta crepitaran leños los versos del payador uruguayo Juan Pablo López en su poema insigne, La Leyenda del Horcón:
Llovía
torrencialmente, y en la estancia del Horcón, / como adornando el fogón, /
estaba toda la gente. / Dijo un viejo de repente: / “Les voy a contar un cuento,
aura que el agua y el viento / traían a la memoria mía / cosas que naide sabía
/ y que yo diré al momento… /
La
puerta de los vientos, como Bustos la bautizó, no es otro asunto
que la monumental terraza natural de donde se divisa Bogotá con sus luces y
miserias, reverberante a esta hora de un atardecer de domingo, bajo un sol
patagónico que hiere la retina y carbura el Eros, como en Luna caliente, la novela despiadada del argentino Mempo
Giardinelli.
En este mirador, donde confluyen ráfagas heladas en las
madrugadas, y vientos alisios que escocen frágiles pieles, el narrador, bien de
mañana, se reconforta de aire puro, estira miembros, se soslaya, medita sobre
la ciudad de la que ha escrito kilómetros de páginas, y organiza su jornada
esté en activo o vacante.
Es el entorno del cronista de marras, en el sector de La
Y, en las goteras del suroriente capitalino, San Vicente Parte Alta, localidad
de San Cristóbal, equidistante con barrios como Alpes, Macarena, Futuro,
Bellavista, Altamira, Altos del Poblado y Nueva España, entre otros territorios
circundados por una espléndida gama de verdes de bosques y montañas, caminos
agrestes y empinados por donde trepan y bajan, desde que despunta el alba, vehículos
atestados de estudiantes y trabajadores mil oficios, desafiantes a los
precipicios y a los cráteres de pavimento, con ese trajín sin remedio de
maquinarias vetustas y desgastadas que rugen y traquean como fieras del
mesozoico.
Cronista
de leguas
Para llegar a la parcela de Óscar Emilio hemos cruzado
media ciudad en articulado, con sus respectivos trasbordos de estaciones y
alimentadores. Una parada obligada fue en el tradicional barrio 20 de Julio.
Quien escribe estas líneas no podía dejar pasar por alto la experiencia en vivo
y en directo de Radiografía del Divino
Niño, crónica maestra de Bustos alrededor de la imagen icónica de
peregrinaje y devoción, de brazos abiertos a clamores lacrimógenos de
feligreses de todas las estirpes.
Radiografía
del Divino Niño, publicada por primera vez en la
desaparecida revista Número, a
órdenes del escritor, editor y gestor cultural Guillermo González Uribe, ha
sido replicada en la Antología de Grandes
Crónicas Colombianas, selección y prólogo de Daniel Samper Pizano, en una
edición hace tiempo agotada de la serie Libro
al Viento, de la Alcaldía Mayor de Bogotá, y en la antología de Óscar
Bustos, Colombia Crónica, que él sacó
a la luz de su bolsillo. Leerla, vivirla, releerla y compartirla, debería ser
un ejercicio obligado en las facultades de periodismo, a propósito de la
preocupante debacle que atraviesa el oficio.
El
Divino Niño huele a chocolate. No está batido, mezclado en leche o hervido en
agua. Está en pastillas y guardado en grandes cantidades. El olor viene de la
multitud congregada que de pie o sentada escucha el oficio religioso, la misa
pronunciada por el sacerdote de turno, cuya voz golpea poderosamente al ser
distribuida por altoparlantes, reza el introito del gran
relato que está dedicado a Maxelenda.
Maxelenda Bustos es la madre del inagotable contador de
historias de overol y botas todoterreno. Enfermera de profesión y jubilada de
la Clínica San Pedro Claver, adscrita al antiguo Instituto de Seguros Sociales
(que precedió a la Clínica Méderi), cruza olímpica la edad nonagenaria en una
finca de Apulo, Cundinamarca, con una memoria y locuacidad admirables; lectora
infatigable y declamadora, con un repertorio de más de cien poemas del parnaso
universal.
Unida en matrimonio con Rodulfo Bustos (su primo hermano),
sastre de oficio, Maxelenda trajo al mundo cinco hijos, entre ellos una niña,
la única mujer de la prole, que falleció a la edad de trece años víctima de una
extraña e irremediable fiebre. Los otros cuatro, Ricardo, sastre como su padre,
y visionario del tarot; César, mellizo de Óscar, que se desempeña como
archivista; y Omar, ingeniero todero,
creativo de la construcción en guadua, y piscicultor.
El hombre de las letras, Óscar Emilio, heredó de su
señora madre la afición por la lectura y el gusto por la poesía, por la música
y el arte en general. Fue ella quien le inspiró la crónica Memorias de una niña llamada Maxelenda, que alterno a su virtud de
declamadora, escribió el bambuco Río
Bunque, remembranza y homenaje del afluente que cruza su pueblo natal, El
Peñón, Cundinamarca, de donde también era oriundo su esposo.
Y de don Rodulfo, el legado de innato contador de
historias, con una sorprendente capacidad histriónica, como de actor de
radionovelas, para relatar con lujo de detalles y onomatopeyas cruentos
episodios de la violencia bipartidista, y de la sangrienta guerra verde representada
en el conflicto esmeraldífero en regiones boyacenses como Otanche, donde el
curtido sastre vio morir a cuatro hermanos.
Hombre
de barriada
Bustos, en el umbral de la biblioteca comunitaria de la que él y su esposa Anadelina Amado son cofundadores. |
Reside Óscar Emilio en una casa de tres pisos levantada bloque
a bloque con su mujer, en un lote, herencia de sus padres, donde también
edificaron sus hermanos para compartir con sus familias.
El inmueble dista apenas un par de cuadras de la cancha
de fútbol, escenario que resume un surtido manojo de recuerdos de la infancia
de Bustos cuando soñaba las gambetas brujas
de su majestad Pelé, con el número 10 estampado en la camiseta del equipo del
barrio, el Puro Pueblo, que ante la
frustración de perder por goleada todos los partidos, retomó su nombre para el
grupo de teatro de calle y de sala abonado de entusiastas acróbatas, zanqueros
y malabaristas que armaban retenes en los semáforos en pos de recursos para dar
largas a sus gestas lúdicas.
En la terraza de la vivienda, donde se trenzan urdiembres
de cables eléctricos y colgaderos de ropas aseguradas con pinzas que se mecen
al ritmo de los ventarrones, Bustos acomete una copla cantarina que una mañana,
frente al espejo, brotó como una Venus de
la espuma de la afeitada:
Mi
barrio es un mirador / y en la distancia resalta /. Mi barrio es mi gran amor,
/ San Vicente Parte Alta.
Es el feeling
del hombre de barriada, del reportero acucioso, del cuenta cosas, aliado en su
amor y su forja cultural por la comuna, el contacto fraternal del vecindario,
la cancha de fútbol, su puerta de los
vientos siempre abierta al vuelo de cometas, el expendio de líchigo, el
almacén de abarrotes, la bicicletería, el quiosco del zapatero remendón, el
ventorrillo de empanadas, la biblioteca, la satelital de la chismografía en la
tienda esquinera donde los viejos apuran frascos de lúpulo y copas de anís, mientras
cuecen las últimas noticias de la comuna: la captura del malandro que intentó jalarle desde su patineta el celular a
don Joaquín; la primicia de la boda de la profesora Gladys -pasada de casorio a
los 43 años- con José del Carmen, el maestro de obra; los rumores del nuevo
paro nacional; el estado de salud del joven Freddy, apuñaleado en la espalda
por llevar una camiseta del glorioso Santa Fe, etc., etc.
Todero
de la información
En la azotea de su casa, levantada ladrillo a ladrillo, hombro a hombro, con su compañera sentimental. |
Como un Altas
de calicanto, Bustos lleva a cuestas la memoria de su barrio, y la de los
circunvecinos de La Y, donde vivió en cuartos de inquilinato con su familia en
los albores de la infancia. En la piel tiene la impronta generacional del
vecindario: esas batallas emprendidas por desplazados de lejanas tierras, que a
pundonor sobrevivieron a las penurias y calamidades del éxodo de la violencia,
y se asentaron en estos territorios heridos de los extramuros de la capital
para ponerle el pecho a desafíos quijotescos, y a un cúmulo de adversidades en
aras de levantar un rancho y probar nuevas suertes en arrabales desconocidos.
Son las historias que Bustos ha narrado para prensa,
radio y televisión en diferentes períodos de su quehacer reporteril con
distintos medios de comunicación, desde Radio Santa Fe, que fue su primer nicho
como profesional en activo, cuando salía al aire con la bocina pegada a la
quijada de un teléfono de monedero para reportar el crimen del día en Bogotá, y
donde inauguró la serie Historias de
barrio; pasando por Colprensa, Noticiero 7:30 Caracol, Séptimo Día,
Panorama, Hora Cero, Noticiero Nacional, Tv Hoy, Noticiero CM&, RCN
Televisión (El mundo según Pirry),
City Tv (con sus relatos underground
de Ciudad X), y Canal Capital, su
casa periodística de los últimos años, a donde ahora retorna como director
general del servicio informativo, después de una experiencia significativa.
En Canal Capital, Bustos estuvo primero a órdenes de Hollman
Morris (con quien ya había compartido lides periodísticas desde el Noticiero
Nacional), célebre etapa por la consecución de los más de 150 capítulos de Hagamos memoria, suerte de crónica-documental
de los personajes y las historias que, no obstante el paso del tiempo, recobraron
hálito en su virtud investigativa y narrativa, de las que más tiene presente el
cronista: Los desaparecidos de la cafetería del Palacio de Justicia, un perfil
de Juan de la Cruz Varela, el legendario líder guerrillero de las neblinas del
Sumapaz; La voz que no se olvida: Jorge Eliécer Gaitán, el escalofriante caso
de Rosa Elvira Cely, con el seguimiento del juicio de su depredador; y el
vagabundeo ilustrado de Jaime Garzón recién haber desertado de la guerrilla.
Pero en ese tránsito de ires y venires por diferentes
medios de comunicación, Óscar Bustos también ha vivido las duras y desoladoras
intermitencias que arroja el oficio, como quedar desempleado en cinco ocasiones
por circunstancias inauditas con sus consecuentes
descalabros económicos: la inexorable quiebra empresarial de un noticiero, las
taras y alucinaciones de un director indescifrable, o por circunstancias que no
tienen explicación ni en los sesudos tratados de filosofía.
La Iglesia del 20 de Julio, depositaria de su crónica maestra, 'Radiografía del Divino Niño'. |
Por ejemplo, el cronista refiere el esquizofrénico
comportamiento de Manuel Teodoro cuando Bustos desatendía las descabelladas
obsesiones amarillistas del director de Séptimo Día:
“Me citaba a su oficina o a la sala de edición, me ponía
al frente la nota, y se soltaba con un alarmante discurso de reproches por
haberme resistido a sus desquiciantes instrucciones. Me aterrorizaba cuando
abría los ojos como un poseso, crispaba los dedos, gimoteaba, soltaba lágrimas,
se tiraba al piso y empezaba a convulsionar. Varias veces fui testigo de sus
lamentables escenas. La última vez me sacó del canal a empellones”.
Su experiencia con Guillermo Arturo Prieto La Rotta, el
reconocido Pirry, también fue otro
capítulo desafortunado. Vale la pena destacar que fue Óscar Bustos el gran
soporte narrativo de Pirry en el
inicio de su aventura ante cámaras con El
mundo según Pirry:
“Creo que Pirry
tiene problemas de bipolaridad, paranoia y depresión. Cundo trabajé con él
sufría delirios de persecución. Presa de sus sin salidas, recorría alborotado los
pasillos de RCN como si estuviera en un manicomio. Pirry frente a cámaras fluye como improvisador, pero es nulo como
narrador de historias. Si no tiene un soporte como contenido queda en ascuas,
indefenso, frente al precipicio. Además que tiene un ego impresionante. A mí me
sacó porque no se ganó un premio de periodismo que él daba por hecho: un
trabajo de equipo enfocado en cómo recibía Bogotá a una familia desplazada. Se
invirtieron cuarenta horas de solo grabación, sin descontar investigación y
trabajo de campo. Cuarenta horas reducidas a un programa de una hora. Pirry se fue a la ceremonia con traje de
luces convencido de que le iban a entregar el galardón, pero al final quedó con
un palmo de narices. Y esa fue la causal de mi salida”.
Otro caso clínico de psiquiatría tuvo que encarar Bustos
con María Carolina Hoyos Turbay, cuando trabajó con ella para el Noticiero
Nacional:
“María Carolina era la fantasía hecha noticia. En los
consejos de redacción no me paraba bolas a los hechos de actualidad que le
proponía. Ella se inventaba las notas y me convencía de desarrollarlas con
recursos como extraídos de la chistera de un mago: ‘Vete por allá a la calle,
al Santa Fe, qué se yo, y pones unas prostitutas a toser, y te escribes una
nota sobre el contagio de una gripa originada por un animal extraño, un chupacabras puede ser, que de eso hay
muchas imágenes’, ordenaba”.
“Una vez me encargó que consiguiera un detective con
experiencia, veterano, para montarle el rollo ficticio de la noticia de un
secuestro. Es decir, se trataba de armar un novelón como los del espacio radial
La ley contra el hampa, que
paralizaba la radioaudiencia en los años 70 y 80. Otro día me encomendó que
ubicara una empleada de servicio con una doble vida: la de la doméstica en una
casa de familia y la de terrorista incógnita que dormía en un cuarto de un
sector popular de Bogotá rodeada de armas de fuego de largo alcance, granadas y
otros explosivos. No entiendo por qué María Carolina no se encarriló por la
literatura de impacto”.
Escritor
y poeta
De sombrero verde al extremo derecho, cuando Óscar Emilio se ganaba el sustento como payaso impulsador de corrientazos en San Victorino. Foto: Archivo particular |
En esos períodos de vacancia, de dos y tres meses, Bustos
aprovechaba para retomar sus escritos de literatura: cuento, novela, poesía. Encerrado
en su estudio, rodeado de libros y libretas de apuntes, con el respaldo moral y
económico de Anadelina Amado, su esposa, que se multiplicaba en labores para el
sostenimiento del hogar, el cronista de leguas invirtió días y noches en la
selección antológica de su libro Colombia
Crónica, finiquitó su novela Un grito
desde el páramo, derivada de su crónica (nominada al premio de periodismo
CPB en 2010) sobre la desaparición de un joven supervisor de puentes, que
después de una incisiva búsqueda fue hallado muerto ocho días después. Dicha
obra quedó preseleccionada en el concurso de novela Ciudad de Bogotá, y años más tarde, con otro título, El grafitero y la heliconia, participó
en la convocatoria de novela de la Cámara de Comercio de Medellín.
En otro receso obligado de sus actividades de reportero,
se concentró en la escritura de cinco crónicas (de un trabajo en equipo) que le
encargó el editor Guillermo González Uribe para el libro 25 años de una revolución musical, memoria de la Fundación Batuta.
Y le sobró tiempo para perfilar su poemario Suroriente
(Los versos del sastre), poemas musicalizados, homenaje a Rodulfo, su padre.
De condición humilde hasta en su forma de vestir (en su
ropero no aparece un traje formal, menos una corbata ni para amarrar un joto de
periódicos), Bustos, curado en la virtud y la perseverancia de su trabajo a
fondo, liado a la vocación y el criterio que lo ha catapultado como uno de los
grandes narradores de Colombia, sintetiza su quehacer en una frase: “Nací en un país que es sinónimo
de crónica y de ella me he nutrido todos los días de mi vida”. Una experiencia
también compartida en las facultades de periodismo, la Universidad Central,
donde más ha dictado cátedra.
En esas estaba a mediados de febrero del año en curso,
recapitulando historias y desempolvando recortes amarillentos de periódicos que
registran crónicas del pasado como la de su intrépido y memorable viaje por el
Amazonas: Tras las huellas del Curupira,
publicada en Colprensa, cuando el timbre del celular lo rescató a la cruda realidad.
Era una llamada de Ana María Ruiz, politóloga y experta en diseño y montaje de
medios de comunicación, nombrada por la alcaldesa de Bogotá, Claudia López,
como nueva gerente de Canal Capital:
-Óscar, necesito verte en mi oficina cuanto antes. Quiero
que seas el director de noticias de Canal Capital.
Y el llamado no se hizo esperar. Bustos, con su
conocimiento y amplia trayectoria como periodista y narrador en prensa, radio y
televisión, de la escuela de Germán Castro Caycedo, su primer maestro en activo
(cuando trabajó bajo sus órdenes en Radio Santa Fe), Javier Darío Restrepo,
Germán Pinzón, Germán Santamaría, además de discípulo aventajado en las
lecturas y análisis de íconos del periodismo literario como Ryszard Kapuściński,
Truman Capote, y Gay Talese; y sazonado en las fecundas aguas del lenguaje
cinematográfico, gracias a su interés y estudio en profundidad de realizadores
de la talla de Werner Herzog, Rainer Werner Fassbinder, Vitorio de Sica,
Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, Ruy Guerra, Miguel Littin, Luis
Buñuel, Arturo Ripstein y Carlos Saura, entre otros, de extensas pero
provechosas jornadas de cineclubismo orientadas por maestros como Hernando
Salcedo Silva, Hernando Martínez Pardo y Orlando Pulido, hace su retorno
triunfal a Canal Capital, su casa.
El responsable cargo de director de noticias no cambiará
en nada su forma de ser, su rutina, sus ejercicios matinales de aire puro en la
Puerta de los Vientos, menos su
ropero de sacos de lana (salvo una chaqueta de paño para un acontecimiento que
lo amerite), camisas normales, pantalones de dril y botas todoterreno. Continuará siendo el vecino saludero de barrio, el de San Vicente
parte Alta en las cumbres brumosas del populoso sector de La Y, presto a
primera mañana a tomar el alimentador que lo lleve a su ruta de transmilenio,
con sus respectivos transbordos.
El mismo Óscar Emilio Bustos, visionario de grandes historias,
artesano de la crónica, obrero de la información, esta vez en la poltrona de
orientador de la sala de redacción, pero siempre con el overol puesto.
Capital
con sentido social
Bustos en su estudio, escarbando en sus recortes de antología, como esta crónica de su viaje por el Amazonas, publicada por Colprensa. |
El nuevo esquema informativo de Canal Capital, de lunes a
viernes, según Óscar Bustos, su director, tendrá un enfoque social al servicio
de la comunidad.
Se emitirán tres informativos diarios, el de la mañana,
en los primeros dos meses de 7:00 a.m. a 8:30 a.m., y luego de 5:00 a.m. a 8:00
a.m., con información local, red de corresponsales barriales y de plazas de
mercado, enlaces con emisoras comunitarias y universitarias, secciones
dedicadas a la mujer, al sector rural de Bogotá, gastronomía, cultura de
barrios, agenda deportiva, encuentros y reconciliaciones, y los viernes,
remates musicales con una agrupación previamente seleccionada de una localidad.
Además de notas de celebraciones y aniversarios, pronósticos metereológicos,
seguridad, movilidad, lo anterior en coordinación con la Policía Metropolitana,
a través de un mapa interactivo de corresponsales.
El informativo de medio día irá de 12 M a 2:00 p.m., y
será conducido por dos presentadoras. Se destacará la nota del día en contexto
con las noticias de primera mañana, agregado a información nacional e internacional.
Se dará relevancia al proceso de obras en construcción
para servicio comunitario: jardines infantiles, colegios, vías, parques,
puentes para automotores, y peatonales, cades, centros de salud, etc., con un
invitado especial, experto en el tema o en la noticia central de la jornada.
La última emisión, de 7:00 p.m. a 8:00 p.m., estará
proyectada con una línea analítica de los tres noticieros del día. Será como el
ABC de la opinión y el análisis. Se ventilarán preguntas ciudadanas con
expertos en los temas requeridos. Habrá crónica y reportaje con periodista de
cámara.
Óscar Bustos insiste en el rigor periodístico alrededor
de lo humano, ético, social y pedagógico de la información: “Siempre pensando
en la comunidad. Ese concepto será el alma del noticiero”, concluye su
director.
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