Adaptación de la obra maestra de Jean-Luc Lagarce, 'Solo el fin del mundo', dirigida por Xavier Dolan, se alzó el año anterior con el Gran Premio del Jurado en Cannes. Foto: Babilla Cine |
Ricardo
Rondón Ch.
A
veces nacemos en familias con las que solo compartimos la sangre.
Si Jean-Luc Lagarce
viviera para ver en pantalla lo que un genio precoz de la cinematografía como Xavier Dolan ha hecho de su desgarradora
obra.
Diría entonces el dramaturgo y guionista francés, uno de
los más prolíficos y destacados de las últimas décadas en Europa, que Dolan le leyó
el pensamiento cuando él imaginó llevar al cine Tan solo el fin del mundo, su pieza maestra, escrita en 1990.
A Jean-Luc no
le alcanzó la cuerda, porque cinco años después, en Berlín, su última estación, Largarce
moría de Sida a los 38 años, mientras ensayaba Lulú, su próxima puesta en escena.
Suponer que Xavier
Dolan atinó con lo que hubiera deseado Lagarce
para retratar su tragedia en el celuloide, para gritarse a sí mismo frente al
espejo roto del acabose, para escapar de su tortuosa soledad de pajarillo
enjaulado y retornar al silencio, a esa nada que lo reclamaba noche a noche en
el final de sus días, sería un desafuero.
Pero Dolan,
que en la mayoría de sus películas, desde Yo
maté a mi madre, pasando por Mommy,
hasta la más reciente, Solo el fin del
mundo, lo ha logrado por encima de las críticas, del alto e innecesario
voltaje que le recriminan, fiel a su dictado irreductible de ir de la
estridencia al agotamiento.
Y eso es lo que se padece de principio a fin en esta
historia autobiográfica de Lagarce,
como la mayoría de las más de veinte que escribió y llevó a escena para poner
al espectador en aprietos, incomodarlo, moverle el taburete, ponerlo al tanto
de su trepidante ritmo, de su juego extremo.
Dolan,
sin reparos, lo consiguió: una película minimalista que se desarrolla al
interior de una casa, en la que los rostros devoran los primeros planos; al fin
y al cabo un plano secuencia de pausas, silencios, miradas perdidas, insultos, opacos
que filtran nucas sudorosas como vidrios ahumados.
Un marcado
territorio teatral, como si en un principio el joven director
canadiense se lo hubiera propuesto para homenajear a su alter ego, muy distante
de las cámaras; como si para él tuviera más protagonismo lo que se calla que lo
que se dice, con una somera dosis del lenguaje histriónico de Ionesco, y un paneo subrepticio del
gran Godard.
Vicent Cassel en el rol de Antoine, hermano mayor de Louis (Gaspar Ullield). Foto: Babilla Cine |
Para algunos, el argumento podría rayar en lo
convencional: una familia disfuncional que espera al hijo pródigo, un escritor
homosexual que decide retornar a su casa luego de diez años de ausencia para
recobrar un puñado de recuerdos y anunciar su muerte inminente.
No obstante la poderosa dramaturgia de Lagarce en manos de Dolan, agregado a una rutilante nómina
de actores: Marion Cotillard , la
nuera (Macbeth, Dos días, una noche, Origen), Léa Seydoux, la hija menor drogadicta (Langosta, Spectre, Partisan),
Nathalie Baye, la madre (La noche americana, La clienta, Atrápame si
puedes, Hotel Budapest, La vida de Adele), Vicent Cassel, el hermano-conflicto mayor (El odio, Irreversible, Cisne negro Una dulce mentira) y Gaspard Ulliel, el escritor (Saint Laurent, El arte de amar, Paris, Je t'aime),
desencadena un polvorín a cuenta gotas, mezcla de irritabilidad y estupefacción.
El recién llegado, con la duda y el temor de encontrar el
instante adecuado para compartir su fúnebre noticia, se enfrenta en el almuerzo
de bienvenida de un domingo con avisos de tormenta a una cadena incomprensible de
resentimientos, adulaciones huecas, lugares comunes, y de una absurda
incoherencia que termina explotando en la psiquis del hermano mayor, el más
atribulado y enfermo de la camada.
El tormentoso almuerzo dominguero de una familia disfuncional. Foto: Babilla Cine |
Así, los diálogos trascienden forzosos, de espaldas, como
a mansalva, con el desamor, el rencor y las confrontaciones de un entorno
familiar que hace mucho tiempo perdió su esencia y su norte; las frases engoladas
de una madre exasperante, las irreparables crisis de una hermana
farmacodependiente; la mirada desconcertante de una nuera indefensa. Y, el
escritor ahí, acorralado, inmerso en su desventurado silencio, como un borrego
que siente los pasos próximos de su depredador.
El colofón no puede ser más contundente. Flota en el aire
enrarecido la frase patibularia del autor: A
veces nacemos en familias con las que solo compartimos la sangre.
De hecho, no pasa desapercibido que Louis, el protagonista, haya decidido regresar y cortar lazos en un
tiempo límite para encontrarse con un pucho de vida.
El aporte brillante de Xavier Dolan, es que en Solo
el fin del mundo, el director canadiense cumple respetuosamente con el
legado de Lagarce, con el laberinto
siniestro de sus personajes, con esa estructura dramática que se desdibuja y se
deshace en un itinerario proscrito, apenas interrumpido por el cucú de un reloj
que intenta ser redentor, y por la inflexible máxima que sintetizó la vida y la
obra del recordado dramaturgo francés:
(Solo el fin del mundo es distribuida por Babilla Cine y se puede ver en Colombia a partir del 23 de marzo).
Thriller Solo el fin del mundo: http://bit.ly/2nfdLxz
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