El legendario y no menos curioso gato esfinge, una de las razas exóticas de la Exposición de Gatos programada en el marco de la XIV Feria de Colonias. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Ch.
En el Gran Salón de Corferias ‘Óscar Pérez Gutiérrez’ se oye el mugir del ganado, parafrasearía
el Cazador novato en una de sus
sentidas tonadas llano adentro…, pero el hombre de sombrero pelo e’guama, camisa y pantalón de jean,
y botas escamosas de piel de cocodrilo, como sacadas de la utilería de la
película Anaconda, es jalado por su
pequeña de bucles rubios y primorosos ojos azules:
-Aquí
no, pa. Llévame a donde están los gatos.
Los gatos, los misteriosos mininos siderales que los
egipcios de la antigüedad erigían como soberanos de su reino, y que rapsodas y
poetas han cantado y elogiado en el trasegar de los siglos.
De ahí que prime con ansiedad para la niña de rostro
angelical la exposición de los campeones felinos del pabellón 7, programada por la XIV
Feria de Colonias -incluidos los más grandes del mundo-, que la de los
caballos y bovinos de raza que despiertan el interés de su padre, con indiscutibles
fachas de ganadero, o en su defecto de aficionado. Y en estos avatares, los
niños mandan.
Un flamante ejemplar de la raza Maine Coon, considerado como el linaje de los gatos más grandes del mundo, de abundante pelaje e imponente carácter. Foto: La Pluma & La Herida |
La interminable fila para admirar a los morrongos de
diferentes razas del orbe y sus respectivos criaderos en Colombia, pone de
presente que hoy por hoy la trajinada especie humana encuentra más alivio y
compañía en las afelpadas mascotas que en el desapego y en la mayoría de veces,
la irracionalidad de sus congéneres.
Está visto que los negocios más rentables son los
criaderos, vitrinas, accesorios y nutrientes para animalitos domésticos, las
guarderías y clínicas veterinarias, y los pet-shop
donde el arreglo de uñas, champú, perfumado y blower de la gatúbela consentida de la casa, podría desbarajustar
en paro la economía de un hogar de clase media, donde todo se paga por
incómodas cuotas mensuales.
De modo que la exhibición felina que por estos días es el
gran atractivo de la Feria de Colonias,
está concentrada en la familia Miranda,
con premios de consolación para que los párvulos se tomen una selfie con los ejemplares de exótico
pelambre, los acaricien, los huelan, los peinen, y se lleven un inolvidable recuerdo,
ya que los precios que los rotulan son para bolsillos privilegiados. Oscilan
entre los $500.000 y $3.000.000.
Los visitantes al pabellón 7 tienen que ver con la presencia escénica de Snoof, un hermoso persa en rojo makared y blanco. Foto: La Pluma & La Herida |
En uno de los versos del poemario Gatos (Editorial Pre-textos
2005), el bardo antioqueño Darío
Jaramillo Agudelo cita una verdad de a puño:
(…) Dios
hizo los gatos para que hombres y mujeres aprendan a estar solos.
Esta máxima lírica aplica certera en el cotidiano de los
niños, cada vez más desatendidos por sus progenitores de múltiples ocupaciones,
bien en pos de la supervivencia, o de recaudar dinero y poder a ultranza. Y
desde luego en los adultos de cualesquier género, desahuciados de los dramas,
los engaños y las vicisitudes de la convivencia humana.
Pero no se trata de incursionar en pedregosos senderos metafísicos
ni en postulados y profundas abulias que ya no resuelve ni el Psicoanálisis.
Los gatos, como los interpreta en su libro Jaramillo
Agudelo, pareciera, no son de este
mundo, pasan de puntillas, observan en la oscuridad, espían para Dios o el diablo,
y hacen parte de los cuatro estados de la materia después del líquido, el
sólido y el gaseoso: cuando el espíritu
juega a ser materia, entonces se convierte en gato.
Una postal que enmarca el apego, hoy por hoy, de los seres humanos con las mascotas de su predilección: los tiernos y graciosos gatos. Foto: La Pluma & La Herida |
Esto justamente debe estar pensando la niña de ojos azul Mediterráneo,
lela ante un imponente gato esfinge (Sphinx, crédito de su raza en inglés),
también conocido como piel de durazno,
que el criador de turno ilustra como la raza inglesa más antigua de la que se
tenga memoria, quizás con linaje de los gatos de la antigua Roma que, como sus amos, los emperadores, también hacían fiestas
en los ruidosos bacanales del imperio dionisíaco.
La niña pregunta que por qué no tiene pelo y es tan
arrugado. El dependiente informa que sí lo cubre un pelaje fino, parecido a la
pelusa del durazno -la pequeña sonríe-, y que las arrugas son una
particularidad que los distingue de sus otros familiares, en versión canina,
los Shar Pei.
La chiquilla insiste que si este gato esfinge que la mira perplejo, es bravo. El enterado responde que
tienen su temperamento, pero que en el fondo son dulces y sociables. Como todos
los gatos.
'Fausto', un birmano que desconoce su nuevo entorno, está en cautiverio porque al menor descuido, veloz e intrépido se escapa. Foto: La Pluma & La Herida |
Abstraída en la curiosidad por el singular minino, la nena
arremete con una pregunta que me recuerda las fabulosas precocidades de los
niños que aparecen en el recomendado libro Casa
de las estrellas, del pedagogo paisa Javier
Naranjo:
-¿Y
se muere rápido?
La fanfarria de risas de los visitantes, no se hace
esperar.
-No,
aclara
el criador-. Su promedio de vida está
entre 20 y 25 años.
Gatos, presencias y volúmenes de gatos. Aletargados en perpetua siesta, desatendidos
o alertas, astutos, silentes y misteriosos, como en las estrofas del poeta
antioqueño. Gatos que un George Lucas
sediento de más ficción intergaláctica no dudaría en ubicarlos para una nueva
saga, como estos de la raza Maine Coon,
catalogados como los más grandes del planeta.
No es un gato criollo. Por el contrario, es un fino Scottish Fold, originario de Escocia, de orejas gachas, musculoso, pies redondos y cola gruesa. Foto: La Pluma & La Herida |
Narra la leyenda -para los biólogos de ley, una
aseveración descabellada- que estos gigantescos felinos que crecen hasta los
cuatros años, de ojos expresivos y de abundante pelaje en diferentes tonalidades,
son el resultado entre el cruce del mapache y el gato montés.
En realidad, según su criadora, no hay a la fecha una afirmación
científica y autorizada que justifique su procedencia. Una alterna, recalca, es
la que se le adjudica a María Antonieta
de Austria, que en la debacle de su reinado en Francia pretendió huir a Estados
Unidos con sus seis gatos, uno de ellos, tan grande, que despertó las sospechas
de los gendarmes de navío. El colofón de esta aventura es que los gatos sí llegaron
a su destino: Wiscasset, Maine (de
ahí el nombre de la raza). Pero su alteza, jamás.
Fausto, un
birmano de ojos azul zafiro y abundante pelaje gris oscuro, algo trama por su
mirada inquisitiva de alquimista medieval. No está para nada satisfecho, que
mientras otros de su especie inspiren los mimos y las fotografías de los foráneos,
él esté cautivo entre rejas como un condenado por un crimen que nunca cometió.
La serena siesta de un bengalí, ante la mirada acuciosa de los visitantes. Nace del híbrido entre el gato doméstico y el gato leopardo. Foto: La Pluma & La Herida |
La razón sólo es válida para su propietario. Fausto, que no tendrá los poderes
mefistofélicos de la novela de Goethe,
desconoce el entorno donde se le he traído y por su linaje se cabrea fácilmente.
Las veces que lo han sacado de entre rejas para que interactúe con extraños, se
ha escapado. Y ¡ah! empresa difícil que ha demandado recuperarlo, porque es
intrépido y veloz. Y porque además está cotizado en $2.800.000.
De eso da testimonio Nora
Paredes, mercadotecnista y asistente veterinaria venezolana que atesora
junto a su mejilla a Elfo, un cachorrín
de persa chorreado en verdugo, con esta postal que enmarca el legítimo apego de
nuestros días, tabla de salvación de tiempos difíciles, mientras a escasos
metros de la tierna escena, Snoof, un
imponente angora turco de pelaje rojo makared
y blanco, chato y de ojazos hipnóticos capaces de paralizar una boa
constrictor, sigiloso engulle las lunas del mentor de gatos.
El legítimo persa, soberano en su raza y en su milenario prestigio. Foto: La Pluma & La Herida |
Al final, la niña de mirada de ensueño sigue atornillada a
su ilusión de abrigar en sus brazos a Kefrén,
el arrugado felino de piel de durazno, pero por lo visto su padre no es el
próspero ganadero que imaginamos al principio. El gato esfinge ostenta un precio de $2.750.000, y la economía de guerra, ad portas del posconflicto, no alcanza para sofisticados lujos de
prolongadas siestas, caricias y besos.
Poemario Gatos (Darío Jaramillo Agudelo): http://bit.ly/1utX5g6
Todas las razas de gatos: http://bit.ly/21WymCJ
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