martes, 5 de julio de 2016

César López, incansable guerrero por la paz

Un nuevo logro en el arduo y perseverante camino de César López, y su consigna para que todos respetemos la vida propia y la de los demás. Foto: Fundación 24 Cero
Ricardo Rondón Ch.

César López ingresa a prisa a su estudio abarrotado de instrumentos, saluda efusivo, y como activado como un resorte imaginario, se acomoda en la banca frente al sexuagenario piano de cola Baldwin, donde interpreta, según él, una rapsodia de varios amaneceres que va en crescendo, y que por ahora no tiene nombre.

Viste César camisa negra de manga corta, pantalones de dril como de dotación petrolera, tenis oscuros. Su brazo derecho revela un nuevo saludo en un reteñido azul añil que dice: Hasta la vida y siempre.

Desde 2003 no visitaba su plácido refugio del barrio La Soldad, en Bogotá. Fue cuando lanzó su álbum Alas de prueba II. Y no han cambiado muchas cosas desde entonces, salvo  los instrumentos en la sala, ahora dispuestos en una estancia que mandó a construir al otro extremo de su amplio patio trasero, al que se llega después de cruzar una alfombra de cascajo, donde se soslaya con el tenue sol del medio día un minino criollo entrado en años.

Aquella vez, recuerdo, César López se dolía de la espalda, y no por esas quejumbres derivadas de un principio de escoliosis, una errónea posición frente al teclado, o una fuerza mal ejecutada. Nada. Era porque al músico y compositor le estaban brotando alas.

Así se lo hizo saber uno de sus parceros de Melopea, Javier Piraquive, luego que López le revelara en confidencia un extraño y reiterativo sueño donde se veía volando, volando alto y lejos, como el Anser indicus, el osado ganso interplanetario que planea por encima de las cumbres del Himalaya. Y que por eso dejaba las ventanas abiertas.

-Tranquilo, César, no te preocupes-   Atinó a esclarecerle Piraquive. Esa incomodidad que tienes en la espalda es porque te van a salir alas. Y pasa lo mismo con los niños cuando les empiezan a salir sus dientes.

César López en su estudio del barrio La Soledad, disparado en su inspiración y con la convicción de hacer de la música un vehículo de coherencia y pacificación. Foto: La Pluma & La Herida
Fue ahí cuando comenzó a tejerse la leyenda posmoderna del Ícaro bogotano, que contrario a la griega y sin itinerarios nefastos, tiene vida propia y banda sonora impresa en un disco de su autoría que César a solo piano -y en varios pianos- grabó hace tres años, con una tintilla en la carátula inspirada en el alado mito griego, obra del pintor David Manzur, y una lírica de presentación, *La libertad vive en un piano, al mejor estilo del poeta Juan Manuel Roca.

Muchas cosas han pasado desde entonces. César, que contrario a los artistas que aspiran al reconocimiento rápido, inflado por los medios y las marcas, decidió irse trocha adentro en aras de propósitos que van contra la corriente en un país de múltiples complejidades, sacudido al extremo por la violencia, el rencor y la venganza, donde la muerte campea a sus anchas en veredas y ciudades.

De ahí su afán de comprometerse en campañas como 24 Cero (24 horas, cero muertes violentas), en franco liderazgo con la bailarina, artista plástica y gestora cultural Catalina Valencia, cada 2 de octubre, con repercusión internacional; o su empeño de transformar las armas en instrumentos, como sus simbólicas escopetarras, o de recaudar instrumentos para los alzados en música, todo esto a través del arte, sembrando melodías donde hubo minas, y porfiando hasta lo indecible ese mantra de que Toda bala es perdida, porque la vida es sagrada. ¿Tan difícil entender?

He ahí la gesta de este ángel de carne y hueso, que diferente de los alados impresos en los decorados bíblicos y en los techos de la Capilla Sixtina en manos de Miguel Ángel y los prerrafaelitas, ha contribuido para concientizar en pueblos y capitales el daño y el dolor que causa la guerra, el desplazamiento en rama de campesinos desterrados de sus parcelas, el llanto de las viudas y los rostros cariacontecidos de aquellos niños que solo esperan una cuarta más de estatura para echarse un fusil al hombro y cobrar venganza.

La inscripción en el brazo, tomada del saludo cotidiano de los campesinos de Mogotes (Santander). Foto: La Pluma & La Herida 
Un trabajo arduo, de años, con todos los vacíos y los resentimientos que dejan las heridas abiertas, el eco atronador de la metralla que no cesa de repicar en los tímpanos, y más difícil aún, las mentiras, la corrupción, los enredos y falacias del poder, el sinsabor y la desesperanza.

Pero López insiste, golpea puertas, invierte sus escasas horas de sueño, no sólo en componer frente al piano, sino en conectarse con las ONG del mundo para lograr recursos, recaudar los instrumentos musicales que le demanda su convocatoria Re: cuando la música nos habla, que reemplazan las armas y reconstruyen el tejido social en pos de la concordia y el poder de la imaginación. De esta forma ha recibido más de 700 instrumentos que ya fueron entregados.

Y las cosas se le van dando sin escatimar pulso y esfuerzos, pero de una manera mágica, tal y como han ido fluyendo sus anhelos desde que era un adolescente: el portentoso piano Baldwin inglés que llegó a sus manos luego de sufrir un aparatoso accidente de tránsito.
El propietario, en ese entonces, lo llevaba en un camión. César lo abordó y le preguntó cuánto podría costar. El hombre le dijo que una millonada, pero que si le gustaba, si lo iba a aprovechar, se lo fuera pagando como pudiera. El joven músico medió con su padre para que en vez de la reparación del carromato destartalado, le respaldara la primera cuota del piano, desde ese tiempo la inseparable plataforma de sus quimeras y realizaciones musicales.

César López hubiera tenido la posibilidad de proyectarse como un concertista de cartel al piano con flamantes sinfónicas, de aquellos a quienes les extienden alfombra roja en el Lincoln Center o en el Metropolitan de Nueva York, para un público selecto de frac y lazo de terciopelo anudado en camisas de cuello pajarita.

Catalina Valencia, artista y gestora cultural, fundadora de 24 Cero (24 horas, cero muertes violentas). Foto: Archivo particular
Cualquiera que haya tenido la oportunidad de oír sus versiones de Alas de prueba: Mientras amanece, Para Cristina, Canción de cuna, Resistencia; o de su compilado Ícaro: Memorias, 3:17, Ojos cerrados, Amorelia, o el corte que da el título, podrá atestiguarlo. No en vano, López fue uno de los alumnos aventajados del Conservatorio de la Universidad Nacional, con su tutor de cabecera, el renombrado y exigente maestro Pablo Arévalo.

Pero como apuntamos en párrafos anteriores, el incansable Guerrero por la paz prefirió encaminarse por atajos difíciles, sembrados de abrojos y malezas, por donde labriegos de pata al suelo huyen cargados de niños y corotos de los desmanes de la violencia.

Por esos senderos se ha encontrado a campesinos de Mogotes (Santander), de quienes aprendió en un ejercicio de resistencia pacífica, la frase que lleva inscrita en el brazo: Hasta la vida y siempre. “Era el saludo de ellos cuando llegaba un forastero al pueblo, o en la cotidianidad, con reverencia y sombrero en mano”, señala César.

Si no se ha extraviado por esos berenjenales, es porque en la muñeca derecha lleva pintada una brújula cuya aguja apunta al norte. Y López cree con firmeza en esas metáforas, en esas utopías que lo han salvado, lo han redimido, lo mantienen fijo a la tierra para continuar  hilvanando sueños musicales, de todos los que ha hecho, desde Mi generación, en los años de pupitres con Andrés Cepeda, Fredy Camelo, Gustavo Gordillo y Juan Gabriel Turbay, pasando por Alas de prueba I y II, Púrpura (proyecto de construcción social y sanación con percusión sobre cuerpos desnudos), Vacío y realidad (con Antonio Arnedo), La resistencia (instalación musical con campesinos en resistencia civil, pioneros de la pacificación); su aplaudido proyecto Invisibles Invencibles con músicos ambulantes, entre otros.
Entre dos contrabajos tutelares

El más reciente, Canciones para después de una guerra, que es una continuación de Toda bala es perdida, grabado en 2011, producto de un itinerario de viajes y encuentros de César con múltiples comunidades en todo el territorio nacional y en los diferentes países que visitó durante los últimos dos años, que arroja una síntesis creativa de las reflexiones inmediatas del conglomerado, ahora que se pulsa como nunca antes en la historia dolorosa del país, el acuerdo definitivo para el cese al fuego entre el Gobierno y las FARC.

Dicho material fue grabado en sesiones acústicas simultáneas donde todos los instrumentistas tocaron en bloque: guitarra, piano, bandoneón violonchelo y contrabajo. De cada canción se desprende un taller que permite su uso metodológico para abordar distintos temas en grupos de estudiantes o poblaciones de interés.

Un trabajo artístico en concordancia con la campaña emprendida por la Fundación 24-0, dirigido como los anteriores a concientizar a hombres y mujeres de todas las edades y lugares de Colombia, con el objetivo sensible de cuidar y respetar la vida propia y la de los demás.

(Canciones para después de una guerra se presentará en el lanzamiento de la Fundación 24-0 el miércoles 6 de julio a partir de las seis de la tarde, en el Planetario Distrital (entrada libre hasta completar aforo), donde público y artistas se reunirán para apoyar el firme propósito de 24-0).

El trabajo musical más reciente del compositor e intérprete bogotano, prolongación de 'Toda bala es perdida'. Foto: Fundación 24 Cero 
Llevado por el escepticismo que me confieren la cruda realidad y el azaroso paso de los años, le cuestiono a César que si todo este esfuerzo no será fallido en este país descreído, desmemoriado, desagradecido, cuando el arte cumple una función noble, estética y humana, pero donde a la larga no pasa nada y a las canciones se las lleva el viento. Él, afianzado en su terquedad irreductible dice que siempre es mejor intentarlo que no intentarlo, y cuantas veces sea necesario.

Igual piensan sus lugartenientes en esta lucha. Sus músicos de ahora, de antes, de siempre: Oriol Caro, en el tiple; Sandra Parra, en el violoncelo; Lénin Lozano, en el violín; Éber Barbosa, en el fagot; Urián Sarmiento, en la tabla y el duff; la voz operática de Juanita Delgado. Y su piano. El Baldwin, del que en otras épocas, cuando asistía a sus sesiones de psicoanálisis -ese embeleco lujoso de la burguesía-, se aseguraba con sogas a su cuerpo para salir a tientas en el claroscuro del alba, bajar las escaleras como un sonámbulo, y escribir sobre el teclado pequeñas suites como Memorias y Mientras amanece, perennes en el imaginario. No es carreta. Una vez le mandó a hacer una carpa, dizque para que no escaparan las notas.
  
Juglar homérico, consustancial, César López tiene algo de Schubert, del Flautista de Hamelin, de Peter Pan y sobre todo del Ícaro que le dibujó Manzur para su disco, pero sin cadenas, porque en el piano del ángel, como asegura Roca en su texto, vive la libertad.

El intermezzo con el genial artista es cortado de tajo por su compañera Catalina Valencia, de la Fundación 24 Cero. La joven, espigada y lánguida como un Modigliani, advierte que el músico tiene otras citas por cumplir con los preparativos del concierto. Y que lo están esperando.

Un relax con 'Jorge Eliécer Gaitán', la mascota de su casa, de los tiempos de 'Invisibles Invencibles'. Foto: La Pluma & La Herida
Pido permiso para tomar las últimas fotos en este recinto donde bulle por todos los rincones el  espíritu de Orfeo: los dos contrabajos tutelares, las guitarras eléctricas y acústicas, los  bajos, las múcuras, las gaitas y tamboras, los violonchelos, el piano. César los interpreta todos y con cada uno de ellos tiene una relación especial, y en sus viajes por el orbe los sortea para agendarlos en su equipaje.

Ayer un concierto en Nueva Delhi, compartiendo escenario con Lady Gaga. Mañana en el Planetario Distrital en el lanzamiento de Canciones para después de una guerra. Cualquier día, de cotizas y sombrero de paja, sentado sobre una canasta de gaseosas y rodeado de campesinos en una fonda de paso de Pivijay (Magdalena), o en una ranchería de Distracción (Guajira), o en un vespertina cultural para los internos de la Cárcel El Bosque de Barranquilla. La ruta impredecible del Guerrero por la paz.

Retornamos por la alfombra de cascajo y antes de despedirnos me firma en el antepecho de la carátula su Ícaro al piano: Ricardo. Aquí un intento de volar, de creer. Un piano hablándole a las almas.

Entonces recobro la imagen premonitoria del ángel primerizo que dormía con las ventanas abiertas y se ataba al piano, y el verso de Pedro Salinas que inspiró Alas de prueba, uno de sus primeros álbumes: 

(...) Y ellos, pájaros, nubes, no se engañan: dejando que por abajo pisen los hombres y los días, se van arriba, a la cima del árbol, al tope de la torre, seguros de que allí, en las fronteras últimas de su ser terrenal es donde se consumen los amores alegres, las solitarias citas de la carne y las alas".

¡Hasta la vida y siempre!

La libertad vive en un piano

El poeta Juan Manuel Roca, autor del texto lírico de Ícaro, solo piano de César López. Foto: La Pluma & La Herida

Así como el resabiado viejo Miguel Ángel Buonarotti, que afirmaba con malicia que en cada piedra hay una escultura escondida y que bastaría con quitarle lo que le sobra para encontrarla, en todo piano hay una música dormida que solo sale de su sueño cuando alguien escarba en él y le da vida. Supongo que así deben pensar los músicos a la hora de un jam sesion cuando, despojados de la academia, ejercen sin servidumbre la libertad creadora.

Esto hace César López sentado en el piano.

Encuentra una música secreta que brota como leve surtidor.

En un pequeño filme se registra el pabellón de un hospital con decenas de camas y de heridos. Solo uno de ellos tiene acceso a una ventana con vista a la calle. El hombre entreabre sus dos hojas y cuenta lo que pasa en el afuera: una muchacha cruza con un paraguas rojo, dos niños patean un balón entre los charcos, una monja casi enana da de comer a las palomas, una pareja de novios se besa a la entrada de un café, un cartero se empina frente a un timbre.

Un día el enfermo que narra los sucesos muere y, por supuesto, todos quieren su camastro con vista a la calle. El hombre al que le asignan su lecho cuando entreabre la ventana descubre asombrado, que solo hay un muro de ladrillo. He ahí la grandeza de alguien capaz de fabular desde el encierro. Quizás, sin pretenderlo, se hace una analogía entre el hombrecito enfermo de la historia y el poeta, capaz de fabular desde un rincón del marasmo cotidiano.

Esto hace César López sentado en el piano.

Encuentra una música secreta que brota como leve surtidor.

La fluidez, la belleza de esta obra de César se ha vuelto la banda sonora de mis mejores silencios. Es como si alguien me hubiera abierto una ventana, una bocanada de aire fresco en un país que a veces incorpora en su música falsos aires acondicionados.

Casi siempre nos seduce más Ícaro cayendo que Ícaro en ascenso, tal vez por vivir enamorados de una cultura agonista a la que viene bien la frase de Magritte que hoy he leído en un muro: “el progreso es una idea sangrienta”.

Ocurre que en estas piezas musicales, Ícaro planea por encima de su propio dolor. Y nos hace felices. Y nos recuerda que la gran música es una suerte de prótesis para andar por el mundo.

Esto hace César López sentado en el piano.

Encuentra una música secreta que brota como leve surtidor.

Juan Manuel Roca. Bruselas, abril 12 de 2013

Memorias, César López: http://bit.ly/29jy49c
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