Trump y maduro, dos villanos inspirados en las abominables criaturas teatrales del gran Shakespeare |
Ricardo Rondón Ch.
Si viviera Shakespeare, el xenófobo de Donald Trump y el atorrante de Nicolás Maduro, ingresarían con
alfombra roja a la fantástica galería de
sus monstruosas criaturas, inyectadas de poder, mezquindad e ignorancia.
No cabe duda
que el ostentoso gringo del peluquín confeccionado por manos colombianas con
pelo de araña mona de la Orinoquía, y
el bestial chofer de bus caraqueño que tiene sumida a Venezuela en un caos y una hambruna sin precedentes en ese país, están
hechos con los mismos sesos, sin un destello de alma compasiva.
El del
imperio del Tío Sam es un
archimillonario con suerte que hizo de un pequeño negocio inmobiliario heredado
de su padre una fortuna esnobista, donde ha primado más el éxito de sus marcas
–incluido el concurso de Miss Universo-
y de sus excéntricos y ridículos rascacielos, que de lo mínimo que pueda abrigar
un ser humano en valores y transparencia.
Donald Trump, de cara a su electorado, no parece
él sino una réplica impostora y decadente del hombre acaudalado de rostro de
cera brillante como celosa pieza del Museo
de Madame Tussauds, y un cabello artificial, cuidadosa y milimétricamente
superpuesto, asegurado contra ventiscas impertinentes en el atril de su
proselitismo presidencial.
Como la
mayoría de millonarios levantados y ordinarios, habla fuerte y en un tono amenazante
que rememora al Hitler que expurgaba
altisonante sus crímenes, echándoles a
los judíos la culpa de todos los males, fracasos y endemias de la humanidad.
Como van las
cosas en el tren electoral, y con el acelerador en marcha, uno no alcanza a
imaginar que un badulaque, lenguaraz y cínico como Trump llegue a la primera magistratura del país más poderoso del
mundo. Sería el acabóse en definitiva para los Estados Unidos. Y para el planeta. La comunidad latina, en
particular, los mexicanos, hacen rogativas y encienden veladoras a la Santa Muerte para que semejante
exabrupto no sea posible.
Nicolás Maduro cumple con el fenotipo del bárbaro
tropical, dotado de la más crasa ignorancia, déspota, inculto e irracional,
capaz de orquestar las peores iniquidades de las que ha sido víctima la hermana
nación, todo para satisfacer el inabarcable espíritu megalómano de quien
verdaderamente oficia como el titular sin desaprobaciones ni cuestionamientos
de la humillante y demoledora dictadura bolivariana: Diosdado Cabello, uno de los hombres más ricos de Venezuela.
Maduro,
grandote, canalla, con una caja torácica de bisonte de las praderas del Cañón del Colorado, aprendió a bramar
para amedrentar a sus súbditos con las clases de ventriloquía de la mejor
escuela en estos avatares de la Gran
Comedia, que no fue la de Carlos
Donoso, sino la de los peludos murracos uniformados que se fueron sazonando
a fuego lento en los calderos que crepitaban de comienzos del cesarismo
chavista: Engendros de esa paila funesta y luciferina que acabó con el
progreso, la democracia y la decencia que por varios lustros reinó en Venezuela, para dar paso al socialismo de alcantarilla, del que hoy
ningún país inteligente, quiere saber.
El horror y
la infamia que los colombianos deportados de Venezuela están viviendo, es producto de la saña e ignominia que el
gobierno venezolano, en cabeza de Diosdado
Cabello, viene arremetiendo como cortina de humo para dilatar las próximas
elecciones en diciembre, donde ellos saben, no verán una. Ese desconcierto de
la pérdida irremediable, los tiene como hienas enjauladas.
Esto
agregado al ronco enfrentamiento de dos carteles de altos mandos militares
venezolanos que, según el ABC de Madrid,
tienen monopolizados los mercados corruptos en la frontera, empezando por la
gasolina, los dólares y los productos básicos de la cada vez más esquiva
canasta familiar como harina, papel higiénico, jabón, medicinas y pañales. No es
el paramilitarismo de este lado, del que despotrica Maduro, sino el made in
Venezuela. Y caerán veinte volquetas de tierra sobre su tumba, antes que el
feroz de la sudadera tricolor lo denuncie.
Trump y Maduro, ¡vaya! dos enormes villanos que, si
viviera Shakespeare, engrosarían la
lista de los tiranos memorables en la historia del teatro del mundo, motivo de
inspiración de este par de megalómanos que navegan a sus anchas en las aguas
fangosas del oprobio, la mezquindad y la vesania humanas.
De lo que sí
podemos estar seguros, es que el canto al unísono del Himno Nacional en las voces desgarradas de los compatriotas que han
cruzado el río Táchira con sus
enseres a cuestas, hará eco en la marcha fúnebre del abyecto mandatario
venezolano, promotor de la vergüenza y el desprecio que han sufrido millares de
los nuestros.
Al fin y al
cabo Maduro no tiene las suficientes
neuronas para calcular el inmenso e irreparable daño cometido. El animal
seguirá bramando hasta que le llegue el turno del degüello. Y su sangre, como
la de Caín, secará para siempre todo
lo que encuentre a su paso, incluida su prole.
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