El gesto paternal del profesor José Pékerman con el 'hijo' inconsolable en la derrota, James Rodríguez, orgullo de Colombia. El camino del crack, apenas comienza |
Ricardo Rondón Ch.
La despedida en el campo de juego no podía ser otra,
conmovedora hasta las lágrimas, lágrimas de un joven guerrero, de un héroe como James
Rodríguez, que enjuagaba con su llanto la derrota inmerecida, pero a la vez el pundonor
y la nobleza de un equipo que sentó precedente en la historia del fútbol
colombiano por su digna y aplaudida representación en un campeonato del mundo,
el de Brasil 2014.
Un conjunto que desplegó sobre el césped, en todas y cada
una de sus actuaciones, una tocata nunca antes vista: alegre, sincronizada, vital,
como apuntó el crítico ibérico Ramón Besa en su columna de El País de España,
cuando el seleccionado criollo eliminó a Uruguay de la justa mundialista:
“Hay en Brasil una selección llamada Colombia que juega como
los ángeles, fresca, divertida y armónica, dulce y empalagosa, venenosa cuando
ataca, tensa cuando defiende, deliciosa con la pelota, nueva reina de Maracaná”.
José Néstor Pékerman orquestó durante veinte días en Brasil esta
cumbia genuina que hizo eco en el mundo, que registraron con generosos titulares
los diarios del mundo, y que puso en jaque a sumos sacerdotes del balompié, técnicos
como el dueño de casa Luiz Felipe Scolari, a quien se le vio el desespero durante
el partido con Colombia, peor aún, acosando el reloj del árbitro en los minutos
finales, ¡Brasil pidiendo tiempo, já!, como nunca se había visto.
Esa música del decoroso fútbol quedará en la memoria de los
colombianos, y cronistas de futuras épocas la refrescarán a nuevas
generaciones, porque lo que vimos, porque lo que oímos, porque lo que sentimos,
jamás lo habíamos experimentado con una selección de fútbol, la de la era
Pékerman, capaz de provocar el sortilegio de unir a un pueblo, uniformarlo
de rojo y amarillo, al rico y al pobre, al sátrapa y al de la calle, a la mujer, al niño y al abuelo, coreando al unísono en campos, veredas y ciudades ‘¡Colombia,
Colombia, Colombia!’.
De crack a crack, David Luiz y su solidaridad con el gran James |
Por eso, las lágrimas de James también fueron las nuestras,
las de millones de colombianos unidos y agradecidos por el brillante desempeño de
la Selección. No se podía pedir más. Antes del encuentro con Brasil, la
historia ya estaba escrita y firmada, orgullosamente rubricada. Un ingenioso
comentarista la sintetizó en una frase: “Colombia no fue eliminada del Mundial.
El Mundial se quedó sin Colombia”. Muy cierto.
Por esa “Colombia divertida y armónica, deliciosa con la
pelota” que citó Ramón Besa, todos lloramos en el adiós del Arena Castelao de
Fortaleza, ante un Brasil desbarajustado y agresivo que empujó y pateó, que no
fue a la esférica sino a la canilla, que mandó como le dio la gana -estaba en
su casa- y que indiscutiblemente estuvo protegido por el árbitro español Carlos
Velasco, quien apenas sacó dos amarillas de las treinta y un faltas de los
locales, y que anuló un gol limpio de Mario Alberto Yepes, entre otras
evidentes irregularidades. Como si fuéramos caídos del zarzo.
Claro, FIFA puso a Velasco para esa crucial contienda,
porque buena fama tiene el chapetón de resolver ese libreto: el de
parcializarse y acomodar el resultado de acuerdo a los dictámenes de sus
patrones. De ahí que la rectora, al final del partido, lo felicitó por su
desempeño. Y no a puerta cerrada.
Que Colombia merecía ganar, esa verdad la admitieron hasta
los mismos hinchas brasileños, conscientes de la batalla de los nuestros, del fervoroso
amor por la camiseta, del sudor y las lágrimas derramadas, del clamor de un
país embrujado por sus goles, pero también por el coraje y la nobleza de sus
protagonistas, de ese caro y dilecto señor que es José Pékerman, a quien
tributamos el aplauso y el agradecimiento sinceros.
Qué gesto más profundo en el colegaje y la amistad el que
tuvieron Dani Alves y David Luiz con el inconsolable James. El de rizos
dorados, que vapuleó la red de David Ospina con el soberbio golazo en el
vértice del ángulo izquierdo, señalaba la cabeza de nuestro crack para que
fuera despedido como los grandes, como el inmenso que es James, como el joven
guerrero que entregó el alma por un país, que le dio a este país un regocijo
colectivo que jamás había sentido, que puso a los escépticos y a los no entendidos
a hablar de fútbol , y hasta las señoras de costurero y peluquería, que no escaparon de la
fiebre hipnótica.
Una escena que jamás podremos olvidar: hombro a hombro, conmovidos, Farid Mondragón y David Ospina, unidos en el triunfo, pero también en la derrota. Como debe ser. |
Rodríguez, Ospina, Cuadrado, Yepes, Zúñiga, Ibarbo, Armero,
Gutiérrez, Zapata, Arias, Quintero, Álvarez, Ramírez, Aguilar, Mejía, Sánchez,
Bacca, Ramos, Martínez, Mondragón, Vargas, todos los veintitrés valientes que
se embarcaron en esta aventura homérica, con su egregio capitán al mando de
la tripulación, José Néstor Pékerman, ¡gracias!, infinitas gracias por la
misión cumplida, por la enorme satisfacción que han dejado en nuestros
corazones; por haberle dado la vuelta a una nación, de la noche a la mañana, con
el claro ejemplo de la unidad, de la hermandad.
Ustedes hicieron posible ese “¡Sí se pude!” que remarcó
emocionado e interminable el narrador Gustavo ‘El Tato’ Sanín en cada una de
las gloriosas anotaciones de la Selección. Ese '¡Sí se puede!' que deberán tomar
como ejemplo gobernantes, congresistas, empresarios, industriales, empleadores, actores directos en los diálogos de paz,
líderes en todos los conciertos y gestiones del desarrollo y la pujanza de un
país que merece un aire nuevo, una música diferente a la fúnebre y luctuosa que nos hemos venido acostumbrando durante muchos años, la de la zozobra, el
miedo, las bombardas de la guerra, la extorsión y el secuestro.
Que esa música armoniosa, fresca y divertida que fue la
partitura oficial de la Selección Colombia durante su permanencia en la Copa
Mundo de Brasil, siga sonando y perdure como un mantra en el día a día de los
colombianos; que las lágrimas de James Rodríguez purifiquen y rediman los odios
y los rencores de nuestra atribulada nación; y que el abrazo paternal de
Pékerman a su hijo más querido en la soledad de su derrota, sea también el
abrazo del perdón y la reconciliación, sin distingos de ideologías, colores,
estratos y razas.
Sonará cursi y melodramático, pero estas líneas que escribo
fluyen con lágrimas, las de un colombiano del común, orgulloso padre que, como
Pékerman, siendo este extranjero, desea lo mejor para su país, para las
generaciones venideras; un país amable y generoso en la paz y en el progreso. No
es mucho pedir. Y que el esperanzador “¡Sí se puede!” de la alocución del ‘Tato’
Sanín , no sólo se aplique a las gestas olímpicas del balompié sino a todas las
actividades humanas, ojalá y así sea, a la paz y a la concordia que hace tiempo
anhelamos (Presidente Santos, con la camiseta puesta, afane usted esa misión).
¡Gracias!, profesor Pékerman; ¡gracias!, muchachos, ustedes,
con su hazaña, con esfuerzo latente y heroísmo, sentaron cátedra, hicieron
posible que este país tomara un nuevo rumbo, que el negro y el blanco, el rico
y el pobre, el ateo y el cristiano, el guardián y el reo, se tomaran de la
mano por un mismo objetivo, la realización de un sueño. El milagro está hecho. El “¡Sí se puede!” no es una utopía, no es un
espejismo. Pongámoslo en práctica y sigamos el ejemplo.
Y que Dios nos
asista.
'Jamés pensé', de los hermanos Juan Andrés y Nicolás Ospina:
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