Carolina Sanín, escritora y catedrática, autora de Los Niños, un cuento de terror psicológico. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo Rondón Ch.
-Gloria: Un vez te pregunté que si podía ser tu madre. Tú no
querías eso.
-Phil: ¿Quieres ser mi madre? ¿Podrías ser mi madre? Ya no
tengo madre. Así que podrías ser mi madre. ¿Por qué quieres ser mi madre?
-Gloria: No lo sé. Solo quiero aclarar las cosas.
-Phil: Eres mi madre, eres mi padre, eres toda mi familia.
Eres incluso mi amiga, Gloria. Eres mi novia, también.
John Cassavetes, uno de los pilares del cine independiente
norteamericano, irrumpe en 1980 con esta película, ‘Gloria’, de un impacto
demoledor, que narra el drama de un niño que queda huérfano tras la masacre de
su familia, en un tugurio del Bronx, a manos de la mafia.
Phil (John Adames), el pequeño de 6 años, queda a expensas
de Gloria (Gena Rowlands, esposa de Cassavetes), vecina de apartamento, a quien confía un libro (el libro secreto de
la mafia) que le entregó su padre antes de morir, y la suerte que le depara
después de la masacre.
Gloria, una mujer solitaria, envuelta en una serie de
conflictos, desesperanzada y en el umbral del acabóse, de lo menos que quiere
saber en su vida es del rol de madre, pero el destino marrullero la empuja de alguna
manera a revelar ese espíritu maternal de todas las mujeres, aunque algunas se
nieguen a aceptarlo.
Más que la vena protectora, es urdir el tejido de la
hospitalidad, de esa necesidad urgente del uno por el otro, para capotear la tragedia: un pacto incondicional en aras de menguar la soledad,
el dolor, el desarraigo.
Carolina Sanín, a manera de epígrafe, hace un homenaje a
Cassavetes con el diálogo que sintetiza el argumento de ‘Gloria’, en su nueva
obra, Los Niños (Laguna libros), un cuento largo de 142 páginas, un relato de
terror psicológico -que pide a gritos una película- a partir una cadena de
interrogantes de la autora, traductora y catedrática bogotana alrededor de los
niños: “¿quiénes son los niños?, ¿cuáles son las relaciones de los niños con
los adultos?, cuando todos fuimos niños y existen cualquier cantidad de
razones, ontológicas, sociales, literarias, psicológicas, en fin, para
asociarlas y explorarlas”.
Este ambicioso análisis se ve reflejado en los
múltiples rostros y lecturas que tiene el cuento, en sus “distintas capas”, al
decir de ella, con la intención de diseccionar esas preguntas que han estado
navegando en su inconsciente durante largo tiempo, y con mayor razón en un país
como Colombia, donde la población infantil ha sentido el azote permanente de la
indiferencia, el desamparo, el abuso y la violencia.
Fotograma de 'Gloria', película de John Cassavets (1980), protagonizada por Gena Rowlands y John Adames |
El escenario donde se debaten los personajes de Los Niños no
puede ser más próximo a la cotidianidad donde nos debatimos a diario los
adultos: el supermercado, la entrada de los supermercados, con sus habitantes
anónimos, suplicantes, alertas a la amenaza: la mujer que ofrece cuidarte el
automóvil, el hombre que vende su perro, o la misma guardiana de autos que de
repente se cruza en el andén, antes de que abordes a la salida el carro, para
replicar entre murmullos: “Le tengo el niño”.
El cuento, a groso modo, es el siguiente: Laura Romero vive
con su perro Brus. Un sábado a media noche aparece bajo su balcón un niño de
seis años, que no dice de dónde viene ni por qué se encuentra allí, y que
parece ignorar los usos del mundo. Mientras se define cuál debe ser el hogar
del niño, Laura lo acoge e intenta asignarle significado a su presencia.
La carta de navegación ofrece una rica gama de posibilidades
en este viaje por el mundo misterioso de los niños, de los niños de nadie, de
aquellos niños que, como fantasmas a la deriva, no están en ninguna parte. O
sí: en lo más profundo de los sueños, en escalofriantes pesadillas, en nuestra
pesadillas o en las de ellos.
La escritora sostiene su relato en una metáfora enorme, la
de una ballena, como una salvedad para que ambos protagonistas, mujer y niño, puedan
llegar a esa isla que ellos en su imaginación han creado, o lo contrario,
termine llevándolos a ninguna parte. O quizás, esa isla de los náufragos, no
sea otra que la misma ballena, “la superficie de su vida misteriosa”. Tributo a
Moby Dick, de Herman Melville.
La Pluma & La Herida en conversación con Carolina Sanín.
En primera instancia, existe la paradoja del supermercado a
donde siempre va Laura Romero, la protagonista: en el interior, la sociedad de
consumo; afuera, la feria de la mendicidad, de la limosna, del ‘le tengo’, ‘le
cuido’. Ese supermercado, en tu caso, ¿es real?
“Ese supermercado del cuento -porque es más un cuento que
una novela- es el que queda a pocas cuadras de mi antigua casa, en el tiempo en
que escribí Los Niños. Todas esas relaciones tan bogotanas entre la limosna, la
culpa, el ofrecimiento, me interesaron. Pero hay también una anécdota real que
sirve de piedra de toque y es que a mí me pasó lo que le pasa a Laura, la
protagonista, que es cuando el niño aparece una noche debajo de su ventana,
solo que a mí me sucedió con un perro. Un perro en mal estado, que ladraba
desesperado, que llevé a la
veterinaria y que terminó adoptando una señora. Un destino trazado. El relato
está lleno de referencias autobiográficas”.
Queda demostrado que ahí no se sabe quién está más
desamparado: si Fidel, el niño, que aparece una noche en la casa de Laura
Romero, o ella, que lleva a cuestas un conflicto existencial, de soledad, de
vacío, de frustración con la vida.
“Sí, ella es igual de desamparada que él, y no es que el
niño esté buscando una madre ni ella un hijo. Ella también está buscando una
madre, todos de alguna madre estamos buscando una madre, nadie busca un hijo.
No creo que ningún ser humano tenga la capacidad de la maternidad. Eso es algo
que pasa en la reproducción…”.
Perdóname, pero puede suceder con una mujer que nunca ha
tenido hijos, que grite en su vientre esa necesidad de protección, ese espíritu
maternal por esencia.
“Pues en el mío, no. Lo que quiero decir es que todos
buscamos una madre. Y lo que nadie tiene es una madre. La orfandad de todos es
esa. Y en parte el amor es la búsqueda de una madre, pero no como la que tú
tuviste o la que yo tuve, sino como esa hospitalidad, algo mayor en lo que uno puede refugiarse.
Entonces tienes razón en que Laura está igual de desamparada que el pequeño. Lo
cual reproduce un encuentro de dos conflictos, de dos orfandades”.
Hospitalidad y maternidad, los dos vaivenes en los que se
mueve el cuento.
“Que están ilustrados en la relación entre ellos, pero
también en las referencias que hay al nacimiento de Jesús, con el pesebre que
ellos arman, el estudio de la anunciación y la natividad. También la
hospitalidad se trata a través de eso como inspiración literaria. La inmaculada
concepción traducida en la realidad de cualquier concepción, que también se puede ver
como la concepción de una obra de arte, el momento en que un autor se
hace hospitalario al concebir una obra. Quería dejar presente esa metáfora”.
“Cuando no se viene de ninguna parte, no se llega a ninguna
parte”, reflexionas entre líneas. Esa frase me hizo evocar la máxima de Rubén
Blades cuando habla de que “no se pude rehabilitar lo que nunca ha sido
habilitado”. El desamparo de muchas madres con sus hijos, producto de la
ignorancia, la miseria, el deterioro del tejido social, en todas las épocas, y
hoy con una evidencia aterradora.
“Si, en Los Niños Fidel no viene de ninguna madre, y la
novela no puede tener un final en el que el niño crece o no crece; todo lo
contrario, va evolucionando a un ritmo fantasmal porque no viene de ningún
sitio. Y yo creo que esa es la condición de la gran mayoría. La relación con la
madre, por buena que haya sido, es una relación de pérdida: a todos nos
destetaron en un momento dado. La madre siempre es una madre perdida. Peor aun
cuando no hay una tenencia responsable con respecto a los hijos. Creo que no es
algo particular de nuestra sociedad sino de todas las sociedades. Los niños son
las víctimas del mundo, y no sólo los niños pobres, los niños de la violencia; es que el mundo
es cruel con ellos porque nadie entiende
qué es un niño”.
Pero bueno, hay niños bien que son perversos...
“Desde luego, pero es que en parte ese es otro elemento que
no entendemos del todo y la gente corriente no se preocupa por entender. Yo sí
creo que en la sociedad hay un mundo de los niños y un mundo de los adultos. El
terror que me da ese tema es que todos fuimos niños y realmente no sabemos quiénes
fuimos. Un niño no pude decir quién es porque no tiene el lenguaje, y nadie lo
oiría, y sería monstruoso que un niño pudiera articular qué es ser un niño. Los
niños son los grandes desconocidos y el gran misterio de donde surge la
civilización. Y a mí eso me parece un cuento de terror”.
A la par del contenido, bello trabajo de ilustración |
Un cuento de terror y de aventura que viaja a través de una
ballena, esa metáfora de Moby Dick, que incluso hace parte de la bella e
inteligente ilustración del libro como tal.
“La constante de la ballena. Con eso quería decir varias
cosas: Una, el enigma del animal más grande que existe. Un animal frente al
cual se pierde la dimensión: (yo cabría dentro de ese animal, pero mi casa
también y toda mi familia). Además que la maternidad de las ballenas es muy
interesante, las ballenas están con sus crías un montón de tiempo, es el que
más se consagra a la maternidad. Fue importante para mí que esa síntesis entre
hospitalidad y maternidad se pudiera representar con la ballena, que
por ser tan grande en su volumen, es como una tierra, una isla, y pueden pasar muchas
cosas. Como en la historia de un santo medieval que se llama San Brandán, un navegante
irlandés, que cuenta como desembarcaron unos viajeros en una ballena creyendo
que era una isla y solo se dieron cuenta hasta cuando se empezó a mover, que es
una imagen que utilizo en el cuento. Ver ballenas me gusta mucho. Me parecen bellas y misteriosas”.
Hay un párrafo que rescaté como un poema, el de la página 70: “La tierra está en el fondo de
todo,/ incluso el mar./ No sé dónde está el ojo./ ¿Está siempre arriba?/ ¿Es la
superficie?/ ¿Está encima y ve desde el aire la caída de su propio cuerpo?/ ¿El
ojo es el hijo del cuerpo?”. ¿Fue escrito con esa intención?
“No sé si fue con esa intención, pero salió así. A mí me
impresionan los ojos de los animales. Me parece milagroso cuando siento que un
animal me mira, porque además no sé qué está viendo o si me está mirando. Pero
cuando ves el ojo de una ballena es lo más increíble que puedas ver y yo nunca
he visto uno, porque las he visto pero a la distancia y siempre he pensado que en el momento en que me mirara
ese ojo, iba a entender algo. Además los ojos de la ballena tienen eso, que
viene primero esa bocota y el ojo está por allá atrás, como en
el centro del cuerpo. Entonces sí es válida esa contemplación del ojo del
animal enorme, bíblico, literario”.
También resuenan citas sobre la fantasmagoría de los niños
de nadie, de los niños que deambulan sin rumbo por las calles, en lo que atañe
a Fidel: “Él había vuelto atrás para ver quién había esperado su llegada al
mundo, y al no encontrar a nadie, había sido hallado por todos los extraños”.
Este país, Colombia, es el de los extraños, ¿verdad?
“Pues este y todos. Yo realmente no escribí este cuento pensando
en particularidades de Colombia. Y ese párrafo se refiere a tratar de
comprender o descifrar el pasado de ese niño, labor bien difícil, cuando no se sabe
de dónde viene. Por eso, al perderse de su realidad en una especie de
embrujamiento, la pregunta es quién lo había reclamado en esos sueños. Es una
pregunta sobre el origen y las distintas voces que lo conforman a uno de gente
de su pasado”.
El capítulo XV es el más escalofriante de Los Niños, con una
atmósfera que sentí próxima a la de Los Otros, de Alejandro Amenábar. ¿Cómo logras
esa alucinación del niño cuando queda con su amigo y su perro, y llega Leonor
del supermercado y ya no encuentra al amigo sino a Fidel en un diálogo brutal
con el perro?
“A mí me asustó también escribir eso, porque durante el
relato se percibe una relación del niño más discursiva, de adultos, o de estar
en dos lugares a la vez. Entonces irrumpe la fantasía: la de estar al frente de
una situación y reproducirla en otros lugares y en otras circunstancias, como
en un juego de espejos”.
La autora con Mauricio Lleras, propietario de la librería Prólogo. Foto: La Pluma & La Herida |
¿Eso es lo que tú enmarcas como “la otra dimensión a través
del lenguaje”?
“Digamos que sí. Ahora que estoy hablando contigo tú puedes
ser otras personas en mi imaginación. Y esta conversación puede estar teniendo
lugar en otra parte. Sólo que en el caso de Fidel asusta porque lo hace un
niño, lo hace explícito y descarado. Está hablando con el perro alrededor de
unas carretas miedosas, de la verdadera madre del perro y cómo la
desollaron, y otros cuentos terroríficos de animales, y de ahí en adelante, lo
que pasa es que el niño va a estar en dos lugares, por las noches, cuando se pierde
en sus sueños: está hablando con Laura, pero al mismo tiempo en esa sala,
o ‘sala’, como la nombra él, la sala de belleza, que es como su infierno”.
Una sala de belleza, lo más parecido a un anexo
psiquiátrico.
“Total, pero también a un templo. ¿Quién se puede embellecer?
Eso no se puede hacer en una sala de belleza a no ser que uno sea demasiado
supersticioso. Y el niño se obsesiona con este sitio entre nefasto y sagrado. Si
me preguntas de dónde salió todo esto, pues no sabría responderte, porque yo
toda la vida he sufrido mucho de pesadillas, tengo muchos sueños cada noche,
desde muy niña. Y he tenido siempre viva esa sensación de vivir en dos sitios
al mismo tiempo”.
El sufrimiento compartido entre Laura y el niño llega a un
punto emergente en el que ella no encuentra otra alternativa, en el contexto
popular, que la de consultar una vidente, Martiza, la tarotista, que de entrada
sacude a su clienta con una sentencia rotunda: “Él tiene que sufrir lo que todos tenemos que
sufrir” Una verdad de a puño.
“Sí, es tremendo, porque en el sufrimiento de los niños
siempre hay eso. Es la vida de él. Es desconsolador, pero al mismo tiempo ese
sufrimiento es la base de la construcción de su vida y de las vidas de todos”.
También sacas a relucir el drama, la negligencia y la
burocracia del Instituto de Bienestar Familiar, donde van a parar los niños de
nadie, los niños perdidos, no tanto en el sentido territorial, como extraviados
en el conflicto familiar. Ese personaje de la asistente mitómana del instituto,
es genial. ¿Cómo fue el ejercicio de reportería en esa entidad?
“No hubo un trabajo
de campo para ese capítulo. Ese es un episodio muy imaginable”.
No puedo preguntarte qué hacer por los niños, porque sonaría
ridículo. Tú no eres la directora de Bienestar Familiar, ni la ministra de
educación. Tu eres una escritora y te limitas a cumplir tu oficio, pero no más.
“Pues yo sí tengo una solución y es que la gente empiece a
tomar conciencia de la procreación. Que
ponga límites en su afán de traer niños al mundo. Esa necesidad de llenarse de
hijos, es una realidad que no alcanzo a comprender. Yo no tengo hijos y no ha
sido siquiera una decisión, habría podido tener tal vez uno, pero en el mundo existe
una obsesión de procrear como si fuera el fin de la vida humana. Eso por un
lado, y por el otro, pienso que hay que cuestionar los modelos familiares. No
creo que necesariamente las familias nucleares deban educar a los hijos. Visualizo
unos sistemas más utópicos en los que la sociedad o el Estado debería educar a
los niños y no los padres necesariamente. Es que no se deberían reproducir ni
los ricos ni los pobres. Y, aunque suene autoritario, pienso que ya es hora de que
el Estado intervenga en el derecho a reproducirse”.
Es innegable que este cuento de terror merece una película.
Tiene los elementos, la pulsión, la tensión para reproducirse en pantalla. ¿Lo
has pensado?
“De pronto, sería chévere, no se me había ocurrido, pero
oyéndote, creo que podría lograrse”.
¿Y a quién visualizas como el director de la película?
“No, sería muy pretencioso adelantarme. En este momento no
sé quién podría ser”.
Es de imaginar que después de Los Niños tomarás un tiempo considerable para luego retomar otras naves.
“Es un tiempo largo, porque después de publicar Los Niños no
consigo sentarme a hacer lo que en realidad quiero. Está muy prematuro. Hay un
libro en el que vengo trabajando de hace un par de años, un libro de ensayos
mezclados con narrativa y con autobiografía, son como ensayos literarios, y
espero poderlo terminar, pero justo ahora, cuando salió Los Niños, me cuesta
mucho pensar en otro libro”.
¿Y un libro de poemas?
“¡Huy!, no sé, me gustaría. Yo escribí poesía en mi
juventud. Fue lo primero que escribí, pero no lo hago desde hace como quince
años. No volví a escribir un solo poema. Pero cada rato tengo la fantasía de
hacerlo, Ojalá pueda”.
Carolina Sanín es licenciada en Filosofía y Letras de la
Universidad de los Andes (donde hoy es catedrática), con un doctorado en literatura
española y portuguesa de la Universidad de Yale. Fue profesora del Purchase
College de la Universidad de Nueva York. Vivió en Barcelona (España) donde se
desempeñó como traductora. Ha sido columnista de El Espectador y en la
actualidad lo es de la revista Arcadia. Ha escrito los libros: Todo en otra
parte (novela, Planeta, 2005), Alfonso X (biografía, Panamericana, 2009), Dalia
(cuento, Norma, 2010), Ponqué y otros cuentos (Norma, 2010), Yosoyu (relatos,
Destiempo, 2013) y Los Niños (cuento, Laguna libros, 2014).
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