lunes, 8 de septiembre de 2025

Luces y sombras del viejo torero bogotano que dio la vuelta al ruedo con Gabriel García Márquez, en la Santamaría

 

A sus 74 años, y aquejado de una dolorosa enfermedad, Leonidas Manrique revive su niñez como despresador de reses en el Matadero Central, donde brotó su ilusión de ser figura del toreo Foto: Ricardo Rondón

 Ricardo Rondón Chamorro 

 José Leonidas Manrique Muñoz brega para sacar el atado de llaves del bolsillo delantero de su pantalón. Intenta una y otra vez. Por fin. Ahora la dificultad está en abrir la puerta metálica de su casa: introduce la llave en la cerradura. Se esfuerza en darle giro a la llave, pero no puede. Un vecino le ayuda.

Cualquiera pensaría que Manrique está ebrio. Para nada. El torero bogotano que se dio el privilegio de dar la vuelta al ruedo con Gabriel García Márquez en la Plaza de Toros de Santamaría, padece de hace más de treinta años de una artrosis gotosa degenerativa, un mal que causa rigidez, inflamación, deformación y un dolor intenso en las articulaciones. Empezó con sus manos, y con los años le viene afectando rodillas y pies.

El portón de su casa lote. ubicada en el barrio San Gabriel, es a la vez puerta abierta a la memoria de uno de los sectores más antiguos y populares de Bogotá, localidad de Puente Aranda que, según Manrique, dio origen a los barrios San Rafael, Trinidad y Galán. "El San Gabriel fue primero", recalca el veterano torero, que se adentra a la morada física de su nacencia, donde hoy solo funciona una cancha de tejo.

Octubre de 1976. Corrida de Crotaurinos. Leonidas Manrique da la vuelta al ruedo de la Santamaría, acompañado de Gabriel García Márquez y del ganadero Ernesto Gutiérrez Arango. (Foto: Manuel H. Rodríguez)

Esto, alrededor -señala Leonidas-, eran cebadales (plantíos de cebada) y eucaliptos. En esta casa funcionó hace más de 70 años la famosa tienda piqueteadero Los Curubos, por mi madre Lucía Muñoz, que era chiquita y gordita como una curuba. Se vendía de todo, velas de sebo, carbón de leña, granos, víveres, arepas, manteca, cerveza y fritanga".

"Mi padre Leonidas fue despresador del Matadero Central (carrera 30 con calle 13, (donde hoy hay una sede de la Universidad Distrital). Vecina del Matadero estaba la plaza de mercado, hoy Plaza de Paloquemao, que era como las de los pueblos cundiboyacenses, con marchantas de pañolón y sombrero. Los domingos vendían fritanga con chicha y cerveza Cabrito, la preferida del proletariado. El antiguo Matadero fue la cuna de donde yo salí torero".

-¿Por qué, el Matadero?-, le pregunto, mientras Leonidas desplega un capote para tomarle las primeras fotos.

"Soy el hijo de don Leonidas, humilde despresador del Matadero Central, y de doña Lucía, la de la tienda Los Curubos", sentencia Manrique (Foto: Ricardo Rondón)

-Porque de niño acompañaba a mi padre al Matadero para aprender del oficio, que empezaba a media noche y se prolongaba hasta las tres o cuatro de la tarde. Con los hijos de los matarifes nos íbamos a los corrales a intentar torear toros criollos con ruanas y blusas de carnicería. 

Cuando un toro se fugaba de corrales, mi padre salía corriendo con la blusa a rescatarlo. Pegaba buenos lances para recogerlo. Recuerdo cuando cargaban ganado en los vagones del ferrocarril que venían de La Dorada. A los 11 años me le enfrenté a un toro, en el corralón. Don Julio Murcia, ganadero de la finca Macorita, me vio y le gustó. Y por ojímetro me apartaba toros a escondidas para que me luciera.

-Y del estudio, ¿qué?

En los corrales del Matadero surgió la ilusión de Manrique de ser figura del toreo (Foto Ricardo Rondón)

-Cursé la primaria en dos escuelas: la del barrio Ricaurte, y la Rafael Pombo, del Trinidad, donde las onces eran leche pura de vaca, banano y bocadillo, por cuenta del gobierno de Rojas Pinilla. Hice dos años de bachillerato en el Colegio Cristóbal Colón, en el Galán. Hasta ahí llegué con los cuadernos, porque me picó definitivamente la ilusión de ser figura del toreo.

-Cómo inició ese ciclo.

-En la Plaza La Sevillana, predios de la calle 12 con carrera 30. Una plaza portátil donde también presentaban boxeo y lucha libre. De ahí surgieron toreros como Pepe Cáceres, Julio Marín, Enrique Trujillo, Isaías Moqui el 'Carevaca'. De la Sevillana, pasé a la Plaza de Santamaría, como novillero, lidiando toros entre criollos y de casta que criaba la comunidad de los Jesuítas.

Eso fue a mediados de los años 60. Yo tendría unos trece años. Entrenábamos en el Parque Nacional. Mi hermano Jorge intentó con el toro, pero a la final se decidió por el fútbol, y como sabía de contabilidad, asesoraba a los matarifes. En cambio su hijo Pepe Manrique sí se vistió de luces, y dejó huella en los ruedos colombianos.

Soñar no cuesta nada 

La historia de Manrique también es la historia de uno de los barrios más antiguos y populares de la capital, el San Gabriel, localidad de Puente Aranda (Foto: Ricardo Rondón)

En el planeta taurino no solo hay que tener cojones y talento para enfrentar un astado, promedio de 500 kilos. Se necesita suerte. Si en Literatura, cada 100 años se da un Nobel como el de García Márquez, o en artes plásticas un Fernando Botero; en tauromaquia irrumpe cada siglo un figurón de barriada como César Rincón, el único torero del mundo en tocar el cielo de Madrid, luego de salir a hombros cuatro veces consecutivas por la puerta grande de Las Ventas.

Leonidas Manrique, de 74 años, en su cancha de tejo, asido al capote, se adorna en lances a la Verónica y por delantales; compone la figura, se arquea, da un paso adelante y tira del percal como simulando un desplante. De esta manera, el veterano del redondel firma la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue, como en la ranchera de Mélida Londoño, La Patrona del Despecho.

Manrique afirma que en su arduo camino del torero, le faltó apoderado. (Foto: Ricardo Rondón)

-Leonidas, es lugar común en Colombia decir que siempre nos queda faltando cinco centavos para completar el peso. ¿Ese también fue su caso?

-Me faltó suerte y apoderado. Siempre me la he jugado solo. Tuve lucimientos en Bogotá y en la provincia, y por mis propios medios la fortuna de torear en España y tomar la alternativa el 11 de septiembre de 1977, en la plaza de Cercedilla, provincia de Madrid, con Miguel Márquez como padrino, y Antonio José Galán, de testigo, y toros de Cesáreo Sánchez, el Cura de Valverde. Una corrida dura, con un promedio de 600 kilos. Estuve sintonizado con ambos astados y me concedieron la vuelta al ruedo.

Ya tenía 25 años. Esa hazaña era imposible para un colombiano de estrato popular como yo, pero la conseguí: el hijo de un despresador de reses y de una señora de tienda de barrio. Eso me llena orgullo. Y de nada me arrepiento porque lo disfruté. Me sobraron cojones, pero me faltaron oportunidades.

Leonidas en la puerta de su casa paterna, que hoy es la cancha de tejo 'Los Curubos'. (Foto: Ricardo  Rondón) 

De regreso a Colombia, figuré en carteles de las temporadas de Cali, Medellín, Armenia, Cartagena y Bogotá, y en muchas corridas de provincia. Fui instructor en la Santamaría. Guardo gratos recuerdos de pupilos destacados como José Luis Robayo, Cristóbal Pardo (hijo), Luis Castro, Héctor Jiménez, entre otros.

-Cómo recuerda aquella tarde en la que dio la vuelta al ruedo de la Santamaría con Gabriel García Márquez.

-Inolvidable. Fue en octubre de 1976, un festival de Crotaurinos. Alternaba con los españoles Andrés Vásquez y Jaime Ostos. Toros de don Ernesto Gutiérrez Arango. Le corté las dos orejas al cuarto toro, y emocionado corrí al tendido donde estaba García Márquez. Lo invité a dar la vuelta al ruedo. Él, generoso, me acompañó con el ganadero. La foto es del legendario Manuel H, quien me la regaló. La conservo como un trofeo.

Atardecer Torero 

Algunos de los veteranos de la fiesta brava favorecidos por los comedores solidarios de Atardecer Torero, noble causa que promueve desde España el matador colombiano José Porras, y en Bogotá coordina Leonidas Manrique (Foto: Ricardo Rondón)

"A mi edad, y con esta enfermedad, sigo siendo el torero de San Gabriel y sus alrededores. No me quedo quieto. Comercio con carnes de las plazas de provincia que vendo a famas y salsamentarias, y en la cancha de tejo, en esta casa que fue nuestro hogar de crianza, gracias a Dios y a la ayuda de mi mujer Janeth Lagos, madre de María del Pilar, que vive en Atlanta, y nos dio tres lindos nietos: Angie Vanessa, Tommy y Juan David", menciona Manrique.

-¿Qué le han dicho los médicos de su enfermedad?

-Estoy en tránsito de una operación que ya está autorizada, pero se cruzaron unos exámenes delicados que demandan espera.

Manrique sufre de hace más de treinta años de un dolorosa artrosis gotosa degenerativa, que empezó en las manos y viene afectando sus rodillas y pies (Foto: Ricardo Rondón)

-¿Los toros le han roto la piel?

-Salvo uno que otro varetazo, nunca tuve heridas de consideración. El sufrimiento ha sido por el mal que me aqueja. Los dolores de artrosis gotosa degenerativa, sobre todo cuando el frío arrecia, son como si me pincharan con agujas las articulaciones.

Pese a sus dolencias, Manrique asume estoico y paciente el trajinar de la vida. Le duele que los políticos de turno hayan acabado con la fiesta de los toros en Bogotá, que ha dejado a cientos de familias sin empleo ni recursos, y a la deriva.

Por eso Leonidas se vinculó, sin ánimo de lucro, como representante de la naciente Corporación Atardecer Torero, promovida desde Madrid, España, por el empresario y matador de toros tolimense José Porras, que ha hecho posible la instalación de comedores solidarios en Bogotá e Ibagué, en beneficio de adultos mayores relacionados con la tauromaquia, para que, en el ocaso de sus desolados días, tengan un alimento seguro.

De izquierda a derecha; John Jairo Suaza 'Chiricuto', el empresario José Porras y el maestro José Ortega Cano (Archivo particular)

El comedor solidario de la capital funciona en el barrio El Progreso, localidad de Los Mártires. Allí desayunan y almuerzan veteranos que entregaron sus vidas al servicio de la fiesta brava, y hoy, por torceduras del destino, acusan tropiezos económicos. 

El proyecto en marcha inició con la consecución de donaciones de pinturas, capotes y muletas que José Porras logró con maestros consagrados del toreo, quienes cambiaron sus trastos toricidas por lienzos y pinceles para crear obras de exposición y subasta, con el propósito de recaudar fondos para los comedores solidarios.

Entre los contribuyentes se cuentan: Sebastián Reiter (hijo de Luis Reiter, torero colombiano de descendencia alemana), los españoles David Mora, José Antonio Campuzano, Francisco Ruiz Miguel, Javier Vásquez, Pepín Liria, Paco Ureña, Emilio de Justo, José Ignacio Uceda Leal, Pablo Hermoso de Mendoza, José Ortega Cano, Alejandro Talavante y José Antonio Morante de la Puebla.

Porras y Manrique se sostienen en que, la noble causa, a futuro, se reafirme como una sólida corporación que no solo aporte la alimentación de los necesitados, sino que les garantice techo y abrigo en un albergue. Para ellos, Atardecer Torero es compensar en algo la indiferencia, la soledad y el desamparo, en la edad crítica y vulnerable de la vejez.

El final de la tarde tiñe de mandarina el cielo del barrio San Gabriel. En la cancha de tejo Los Curubos se oye el estruendo de las primeras mechas, y la rocola en forma de acordeón despacha la melodía que enciende los ánimos en estos corrales de greda pisada y bocines, donde la tradición del turmequé se mantiene viva con las asaduras, la infaltable cerveza a pico de botella y el grito jubiloso de las moñonas.

Manrique hace de su capote un cartucho y lo instala con elegancia en el hombro izquierdo, como en los tiempos, cuando vigoroso y soñador, hacía el paseíllo en los redondeles de Colombia y España, al compás de los pasodobles toreros. Janeth Lagos, su mujer, atina las argollas de estaño en la jeta garosa del juego de rana. 

El viejo torero dice que una siesta le caería bien. A paso cansino avanza hacia su domicilio, ubicado a cinco metros de la cancha. Leonidas insiste en que aún le quedan sueños por cumplir.  

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