Diego Campos Cardona llegó de veinte años como celador, y a lo largo de cuatro décadas hizo carrera como tramoyista, hasta alcanzar el puesto de jefe de escenario
Ricardo Rondón Chamorro
En la parte trasera (punto de embarque, lo llaman) del amplio escenario del Teatro Jorge Eliécer Gaitán, se erige cual custodio en penumbras, de hace veintitrés años, la imagen en tríplex, con brazos articulados, del Cristo de las Fiestas de San Pacho.
El nazareno llegó de Quibdó para quedarse en Bogotá, porque fue un regalo que los organizadores de las celebraciones chocoanas le hicieron al teatro, luego de la aclamada presentación de las tradicionales alegorías al santo de Asís en el año 2.000.
De esa época, el crucificado pachuno ha sido motivo de fe y devoción entre operarios y auxiliares del proscenio, incluido el jefe de equipo entre bambalinas, que antes de cada función, le oran para que todo salga de maravilla.
Fijar los pies en las tablas del Jorge Eliécer Gaitán, y desde allí hacer un paneo en cámara lenta a su imponente auditorio de herradura, con capacidad para 1.745 espectadores, su platea, los balcones, el cielo estrellado que es la iluminada techumbre, la obra de arte en fina madera de su infraestructura acústica, es un privilegio que compromete los sentidos y agudiza la imaginación.
En el escenario se percibe una poderosa carga energética de perfumados besos de trágicas Julietas a Romeos desdichados, partículas de sublimes arias incrustadas como diamantes en las pilastras, la erótica radiación de los tu tus de las libélulas de La bella durmiente, el triunfal do de pecho de Nessun Dorma del príncipe Calaf transmutado en un encaje de filigrana, y la condensada sal del llanto de las habaneras de Carmen que se derrama como la niebla.
Es que, en medio siglo de actividades, por el tablado del Jorge Eliécer Gaitán, de dieciocho metros por veintiuno de diámetro, se ha subido el gran telón innumerables veces para dar paso a cientos de espectáculos y figuras estelares de Colombia, América, y del otro lado del Atlántico, que han dejado un residuo de su alma, y el recuerdo imborrable de sus actuaciones entre risas, sollozos y fervorosos aplausos.
Por citar uno, la temporada del musical Evita, con Paloma San Basilio, a principios de los 80, de boletería agotada, con público que se quedó esperando afuera, y la española sublime y arrolladora con su voz y su fuerza histriónica, provocando el lagrimeo y el agite de pañuelos blancos, como vuelo de palomas.
En el escenario y su tramoya de cuerdas de astillero, telón mayor, trasfondos, barra de luces, efectos y sonido, personal técnico y de utilería que se desplaza veloz y en puntillas detrás de las telas, se siente la potencia de la onda electromagnética acumulada.
Que lo testimonie el señor Campos con su experiencia de cuarenta años en estas lides de tramoya, jefe operativo de escenario del Teatro Jorge Eliécer Gaitán, de lo que ocurre entre bastidores, ese espacio secreto y entre sombras, donde se produce parte de la magia: «Es como si nosotros estuviéramos desarrollando una puesta en escena alterna, de la que no se entera el público».
Entre telones
Diego Campos Cardona tenía veinte años cuando llegó como celador al Teatro Jorge Eliécer Gaitán, donde supo por primera qué era un tramoyista.
Modelo 62, un metro y ochenta y siete centímetros de estatura, noventa kilos de peso, tez blanca, hechuras de maquinista de carga pesada, nacido en el barrio Salesiano de Tuluá, Valle, el maestro Campos dice tener material como para un libro sobre el aprendizaje y el recorrido de cuatro décadas, «¡una vida!», al frente de la tramoya de uno de los escenarios más bellos y relevantes de Colombia y Latinoamérica.
Asido a las cuerdas de fique, Campos explica el mecanismo artesanal con el que sube y baja el enorme fondo de terciopelo vino tinto, símbolo mayestático del proscenio que, en guardadas proporciones, sugiere un ejercicio similar al del grumete que leva las velas de un galeón. De hecho, dice, que antes las cuerdas del telón estaban marcadas con nudos, como las que se utilizan en los navíos.
Arriba, la barra de iluminación y micrófonos de ambiente (tan sensibles que captan hasta la respiración), y el sistema de poleas y contrapesos de equilibrio que hace posible subir y bajar el telón mayor de veintiún metros de ancho por diez de alto, con sus respectivos fondos, cinco en total, de acuerdo al espectáculo que los demande: ciclorama (para efectos cinematográficos o teatrales), comodín, negro y blanco (ideal para sombras chinas).
Todo, “a puro brazo", como se ha operado de tiempos idos en los grandes escenarios del mundo. «Subir el telón para dar paso a una función, y oír el murmullo y el aplauso del público, es una gran emoción para uno como tramoyista. La primera vez que lo hice, en 1995, ha sido, como el nacimiento de mis siete hijos, uno de los momentos inolvidables de mi vida, mezcla de nervios y de inmensa alegría», argumenta don Diego.
Cuando Campos habla de la "puesta en escena" entre bambalinas, se refiere al libreto técnico previamente estudiado y calculado, igual que la parafernalia que se utiliza en el proceso de una función, llámese ópera, concierto sinfónico, mega representación teatral (como las del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá), solistas, orquestas, circo, montajes infantiles, revistas folclóricas, etcétera.
Días antes de una función, el jefe de escenario se reúne con su equipo para plantear el contenido de la obra, y los elementos que se necesitan:
"Se trata de un trabajo técnico y logístico, acorde con los requerimientos y las conclusiones que salgan de la reunión con directores y productores escénicos o musicales. Uno expone el instrumental con el que cuenta el teatro. Ellos, a su vez, aportan ideas y equipos: luces, sonido, escenografía, previa inspección de escenario y tramoya".
En su periplo de cuarenta años de curtido tramoyista, Campos acumula satisfacciones de grandes producciones que, en distintas épocas, se han presentado en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán.
De los montajes de más trabajo y concentración, don Diego rememora 'Sugar', su primer musical tras la cortina (con María Cecilia Botero, Pacheco y un elenco estelar); el andamiaje de Carmina Burana, con la Orquesta Filarmónica de Bogotá y el Coro Santa Fe; la monumental puesta en escena sobre agua de 'El infierno', inspirado en el pasaje de La Divina Comedia, del recordado director esloveno Tomâz Pandur; y el súper montaje operático de 'Turandot', de Puccini, a cargo de la Ópera de Colombia.
De celador a tramoyista
El jefe operativo de escenario, en pleno trabajo, horas antes de la función
Horas antes de la función, Campos y su personal se preparan física y mentalmente «como si fuera la final de un torneo de fútbol». A las seis de la tarde, se citan en la cafetería para despejar dudas y ultimar detalles sobre el libreto técnico.
A las siete y treinta de la noche, operarios y auxiliares regresan a escenario y se ubican en puntos estratégicos de la tras-escena. Radioteléfono en mano, y a través de un cifrado de claves, Campos coordina el desarrollo técnico de tramoya, y en un lapso de aproximadamente treinta minutos, entre el primer y último llamado, se sube el telón.
Al tiempo que inicia la función, comienza el “corre corre invisible" del personal de tramoya para los respectivos cambios: escenografía, decorados, mobiliario, vestuario, o lo que se necesite en el desarrollo de grandes producciones: teatro, musicales, ópera, zarzuela, entre otros divertimentos que requieren de considerable soporte técnico y logístico.
Don Diego, en los cuarenta años que lleva como tramoyista senior del Teatro Jorge Eliécer Gaitán, dice que cada día hay algo por aprender, máxima derivada de la gran escuela empírica, al subrayar que «es la experiencia la que hace al maestro».
Lo corrobora Campos, quien llegó joven de Tuluá, Valle, a Bogotá, con sus padres y hermanos, huyendo de la cruenta violencia bipartidista, a levantar un rancho con tela de parói, esterilla y techo de zinc, en un peladero del barrio Lucero Bajo, localidad Ciudad Bolívar, a merced de las faenas agropecuarias de su progenitor y de las arepas que hacía su señora madre para vender en tiendas y asaderos.
«Al principio fue tan dramática la pobreza, que nos tocaba caminar horas para encontrar a los repartidores de agua que distribuían en canecas transportadas por burros. También recuerdo que en las tiendas vendían a veinte centavos la bolsa de boronas de chocorramo, y con ellas mi madrecita nos hacía chocolate, que servía con arepas, y nos despachaba al colegio».
Entre pupitres, mientras el profesor llenaba el tablero con sesudas ecuaciones algebraicas y logaritmos infinitesimales, Campos anhelaba ser un crack del fútbol como el 'Tigre' Gareca o Hugo Gottardi, sus ídolos, pero la ilusión solo le alcanzó para brillar con el número 9 en los torneos intercolegiados organizados por la alcaldía de Ciudad Bolívar.
No fue en vano, porque gracias a su destreza con el balón, y en el afán de buscar trabajo, un alto funcionario de la Secretaría de Gobierno lo contactó con el entonces concejal Telésforo Pedraza, y este lo recomendó, tarjeta firmada, con Alberto Upegui Acevedo, promotor y mecenas del arte lírico y la música colombiana en Bogotá, director del Instituto Distrital de Cultura y Turismo (hoy Idartes).
-Bueno, ¿y tú qué sabes hacer?-, le preguntó Upegui, mirando de arriba a abajo al veinteañero Campos.
-Doctor, yo lo único que sé, es hacer caso-, le contestó respetuoso.
En el teatro, Campos ha forjado una selecta escuela de tramoyistas
Y esa respuesta del aspirante fue suficiente para que le dieran un puesto de celaduría en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Un día se enfermó Guillermo Cadena, 'El Camello', uno de los técnicos de tramoya, y el administrador, viendo el porte macanudo de Campos, lo asignó como reemplazo.
"Eso fue en mayo de 1983. Yo tenía veinte años, y gracias al 'Camello', que fue mi gran maestro, me quedé en el escenario. Este bello oficio de la tramoya no se aprende sentado en un pupitre sino viendo a los que saben, y en la práctica. Añoro con gratitud a todos los que me enseñaron: Marcos Alarcón, pensionado, y Germán Velandia, fallecido en un accidente de moto. El 'Camello', alma bendita, se fue hace cuatro años».
En estas cuatro décadas de trabajo en el Jorge Eliécer, Diego Campos Cardona también ha forjado su propia escuela de tramoyistas. Pupilos como Idelfonso Díaz, Robinson Cisneros, Nelson Acosta, Olga Castillo, Yuvernei Salcedo, Miguel Lasprilla, Bryan Campos (su sobrino), Alex Martínez, Miller Torres y John Chará hacen parte de su staff. Visualiza, en unos diez años, que cualquiera de ellos, el más aventajado, será elegido como su digno reemplazo.
El ritual del telón
Simultáneo a su rol de tramoyista, Campos Cardona se ha enriquecido de cultura y conocimiento de las artes, gracias al permanente contacto con directores, productores, diseñadores, elencos, y de primera mano, con el caudal de representaciones artísticas que suceden en el escenario, cada vez que sube el terciopelo.
Honor para él haber subido el telón de consagrados artistas como Carmiña Gallo, Marta Senn, Alfredo Sadel, Alberto Cortés, Mercedes Sosa, Facundo Cabral, Silvio Rodríguez, el Trío Los Panchos, o de colectivos musicales de envergadura como la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, con la batuta de Gustavo Dudamel, la Filarmónica de Bogotá, y de música tropical, las orquestas de Pacho Galán y Lucho Bermúdez, o espectáculos sorprendentes como el Ballet Beriozka, el Bolshoi, Los Niños de Kiev, de una interminable lista.
Por estas fechas de celebraciones de los 50 años del Teatro Jorge Eliecer Gaitán, con una programación cultural digna de un aniversario de campanillas, su directora Maura Achury y el maestro Campos atienden recorridos de grupos, la mayoría estudiantes, llevados por la curiosidad que inspira el majestuoso edificio art déco, de la Carrera 7ª con calle 22, su historia, el auditorio, el escenario, el foso, los camerinos, y demás laberintos y recovecos insospechados que lo componen.
Campos responde a los interrogantes de los interesados, los ilustra sobre el mecanismo artesanal con que sube y baja el telón, les explica la composición y utilización del engranaje de la barra de tramoya, y los invita a las cuerdas para que prueben, como él lo hizo hace años, el placer de subir el telón vino tinto.
-Maestro, a propósito de las sofisticadas herramientas tecnológicas, ¿qué llegaría a pasar si al telón le ajustan un dispositivo digital para subir y bajarlo?
El jefe de escenario mira con extrañeza y responde.
“El día que eso llegue a pasar, se borraría un ritual de muchos años, y me afectaría profundamente. Ni pensarlo”.
-Qué hace usted en sus días libres, señor Campos.
«Compartir con mi esposa y mis hijos. Salir a pasear, ir a almorzar a algún lado. Si me quedo en casa, descansar, leer, oír música clásica».
-¿Y cuáles son los compositores de su predilección?
«Beethoven, Mozart, Vivaldi, Mahler y Strauss».
A sus sesenta y un años, Diego Campos Cardona afirma sentirse como un roble, y por carrera administrativa, aspira continuar hasta los setenta en el escenario que lo vio nacer tramoyista: el del Jorge Eliécer Gaitán.
Todavía quedan muchas lunas de por medio para su última función.
¡Aplausos!
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