El
colectivo artístico orientado por el maestro Harold Tenorio Quiñones, presenta
su nueva y enriquecedora propuesta musical, proyectada a la reivindicación
social
Ricardo
Rondón Chamorro
Fotos: Rubén Darío Escobar y archivo particular
«En Tumaco todo puede estar bien, hasta que se meten con
alguien...»
La máxima es de Harold Tenorio Quiñones, cuarenta y cinco
años, antropólogo de la Universidad de los Andes, profesor de música y danza
africana tradicional y contemporánea, egresado de la escuela Sankofa
("volver a la raíz"), del maestro Rafael Palacios, con una maestría
de la Sorbona de París en ingeniería social y musicología.
La casa de Tenorio, que es la casa paterna de toda la
vida, sede de la Fundación Escuela del Pacífico Surtuma, sembrada en Pantano de
Vargas, barrio popular de Tumaco, huele a corteza de chonta, chimbusa, baba,
cedro, entre otras maderas de selva húmeda tropical, materia prima de los
instrumentos musicales que con esmero fabrica don Francisco Tenorio, su padre.
En esa estancia, macerada por el paso del tiempo y el
vapor salitroso de los puertos, hay arrumes de leños secos, troncos que no
llegaron a ser balsas, pero como en el verso de William Ospina, su
"follaje de sonidos enardece al guerrero", las maderas transmutan en
cununos, bombos, tamboras, guasás y marimbas, esos bien llamados pianos de la
jungla, entre otros instrumentos autóctonos de San Andrés de Tumaco, y de los
pueblos que circundan la exuberante línea costera del Pacífico colombiano.
El inspirador Pacífico tumaqueño con sus talentos e instrumentos autóctonos
En la morada de los Tenorio Quiñones pervive el espíritu
ancestral, los saberes, sabores y haberes de sus antepasados, como la partería,
la educación sentimental afrodescendiente impartida por el amor al entorno, su
gastronomía, el sentido de pertenencia por la tierra madre, la música y sus
bailes tradicionales, lumbre inagotable de libertad y resistencia en uno de los
territorios más azotados por la violencia, la criminalidad, la pobreza y el
desplazamiento.
Cuando Harold Tenorio Quiñones habla de que «en Tumaco
todo puede estar bien hasta que se meten con alguien», se remite al paisaje de
marcados contrastes en el que ha trasegado su pueblo: la supervivencia a
ultranza -valga el oxímoron-, en un espacio en constante lucha y tensión como
grupo étnico vulnerable ante el flagelo armado y sus prolíficas ramificaciones.
«El acecho, la persecución y la muerte, han sido
constantes en Tumaco. Nuestra actitud ante esas fuerzas oscuras y depredadoras
es poner la frente en alto con la música, la danza y nuestras tradiciones. El
arte y la creación como simbología, estética y lenguaje: un acto de fe y
dignidad», explica el músico, maestro de danza, gestor cultural, y director y
bajista del colectivo raizal Plu con Pla.
Leyendas
y juglares
John Jairo Cortés, maestro del piano de la selva
Fiel al legado del viejo luthier, por sus manos han
pasado las maderas con las que ha elaborado bombos y cununos, esos tambores
cilíndricos parecidos a las congas, forrados con piel de venado y tatabra, un
puerco salvaje similar al jabalí.
De la marimba de chonta, Tenorio argumenta que es uno de
los instrumentos más difíciles de construir, comenzando por la palma del
chontaduro amarillo, que es de las maderas más ásperas de trabajar, por su dura
corteza, «y por sus espinas como de erizo, de hasta tres pulgadas, que hay que
cortar con machete, porque a fuerza de pulir, es la vara indicada en virtud de
su sonoridad».
En esta Perla del Pacífico que vio nacer y crecer a
consagrados deportistas como Willington Ortiz, Silvio Salazar y Leider
Preciado, el acervo musical de Tenorio Quiñones ha estado retroalimentado desde
la infancia por la riqueza de su folclor ancestral, mayorazgo de sus primeros
pobladores afrodescendientes.
Pero también por la salsa, la timba, el reggae, el blues, la herencia africana,
el bossa nova, la salsa Tumaco adentro de los maestros Mario Mar y Caballito
Garcés, la rumba cubana, el rap, el flow,
el dancehall, la salsa choque, el
bolero en todas sus vertientes, la de Faustino Arias Reinel y sus 'Noches de
Bocagrande', y la del mentor insigne de la tierra, el inolvidable Tito Cortés y
su precioso himno 'Alma tumaqueña': «sueño con la angustiosa / sensación
emotiva/ de buscar en la vida / algo que no se alcanza».
Veladas
de antología
Plu con Pla: talento, raza y confraternidad musical
«El Pantano de Vargas ha sido testigo de una enorme
transformación social y cultural. Cuando éramos niños, habían lotes y baldíos
que se habilitaban para jugar fútbol, o para secar pescado, porque esta ha sido
una comunidad de pescadores», relata Tenorio.
«Los fines de semana, en las noches, los vecinos sacaban
al andén los taburetes para la tertulia, que se prolongaba hasta la madrugada,
y viejos y muchachos armábamos un fiestón de pincha discos que daba cuenta de
nuestro sincretismo musical y de las novedades que emitía la radio, sobre todo
en diciembre: Fruko y sus tesos, Wilson Manyoma, Joe Arroyo, la época dorada
del bolero, la Sonora Matancera, la música tropical y sus grandes intérpretes».
«Hoy, la música de nuestro arraigo sigue primando:
chirimía, currulao, bunde y bambuco tradicionales, aguabajo, alabao, makerule,
levantapolvo, mapalé, contradanza, que contrasta con los gustos de la juventud:
salsa choque, hip hop, rap, entre otras variaciones de la cultura urbana,
lenguaje vivencial y contestatario de los grupos emergentes».
Pescado
de pobre
El profesor Harold Tenorio Quiñones, bajista y director de Plu con Pla
Las plazas de mercado de Tumaco, como la del Centro y la
Platanera, de mayor acopio, reflejan por qué este distrito esquinero del
departamento de Nariño, ubicado a 300 kilómetros de su capital San Juan de
Pasto, tiene como patrimonio a uno de los mercados más abundantes de pescados y
mariscos de Colombia.
El penetrante olor salobre conduce a congeladores y
vitrinas con bloques de hielo, donde se aprecia una tumultuosa y variopinta
gama de corvinas, meros, alguaciles, bagres, abundancias, pianguas, conchas,
camarones, langostinos, cardumas y plumudas, entre otras especies; irresistible
espectáculo para deleite de los sentidos, la fotografía, el paladar y la
imaginación.
La plumuda es un pez de mar, pelágico (pequeño, similar a
la sardina), de alto potencial nutritivo, pero con muchas espinas, y por ende
de dificultoso consumo, sobre todo para el foráneo.
«Siendo un pez de un alimento poderoso, a la plumuda se
le conoce en Tumaco como 'pescado de pobre'. En una época prometedora, los
pescadores la regalaban, pero hoy, a precio cómodo, continúa como la proteína
infaltable en la canasta de las clases populares y emergentes», confirma
Tenorio Quiñones.
«No obstante la abundancia de productos agrícolas como
yuca, chilma (tubérculo parecido a la papa), plátano, coco y el infaltable
chontaduro, en comedores precarios la plumuda se sirve con plátano verde, y se
acompaña con aguadepanela, limonada o zumo de borojó».
«Para nosotros, creadores artísticos y gestores
culturales, y por mi visión como antropólogo, la plumuda con plátano es una
metáfora del poder y la resistencia de nuestros pueblos, del arraigo y de la
pureza de nuestra raza, y del combate diario por la supervivencia, traducido en
el músculo firme y la esperanza que no nos deja vencer».
A
ritmo de Plu con Pla
Pese a las dificultades y los grandes desafíos, siempre hay un motivo para sonreír
La fusión de los acrónimos de plumuda y plátano, Plu con
Pla, encendió la chispa para que el profesor Harold Tenorio Quiñones y un grupo
de virtuosos músicos y creadores, la mayoría raizales, construyeran un
laboratorio de cultura musical y social, con bases sólidas en ancestralidad, folclor
y tradiciones de su pueblo, en confabulación con ritmos urbanos como rap, reggae, folk, dancehall, entre
otros.
El proyecto Plu con Pla tuvo forma y contenido hace cinco
años, cuando Tenorio regresó de un viaje mochilero de estudio, aventura y
descubrimiento por Europa, luego de aplicar a la maestría de ingeniería social
y musicología en la Sorbona, y de un itinerario por varios países, hasta llegar
a África.
«Además de Francia, estuve en España, Alemania, Letonia,
Lituania. Me detuve en Burkina Faso, donde bailé danza africana contemporánea.
Volví a París, trabajé en un restaurante de comidas rápidas, y como artista
pasé el sombrero en el metro y en espacios públicos, tocando el bongó con
músicos emergentes de Brasil, México, Costa de Marfil, y hasta con un colectivo
del pacifico colombiano».
«La experiencia fue extraordinaria y formadora, pero
suficiente, cuando el alma y el cuerpo me reclamaron Tumaco. Regresé por el
amor a mi tierra, con todos sus contrastes: la buena onda del tumaqueño, el
entorno natural, mi familia, mis padres docentes, mi hija Layli, las maderas y
herramientas de trabajo, el caos cotidiano, todo está en el ADN», recuerda el
profe Harold.
«Cuando aterricé en Tumaco, ya traía claro el proyecto
musical que iba orientar. Me reuní con talentos calificados, vecinos de barrio,
familiares, alumnos de la fundación, gente que desde el principio despertó
expectativas y se comprometió a fondo con esta iniciativa».
«Así fueron madurando las ideas a través de los vasos
comunicantes de este laboratorio musical llamado Plu con Pla, inspirados en la
energía que nos transmite nuestro pueblo, en sus sueños y frustraciones, en los
sabedores, botánicos, narradores orales, artesanos, luthiers como mi padre; y
en la magia de la naturaleza que nos rodea, un paraíso de la biodiversidad que
lleva años clamando por un acto redención».
'Pura
actitud'
El primer álbum de Plu con Pla, testimonio de vida, libertad y esperanza
«Cinco años atrás grabamos por nuestra cuenta un EP
(extended play) de cinco canciones, con un primer objetivo: 'No más velorio',
que pegó de entrada, nos fue muy bien, al punto que el sello disquero 'Galletas
calientes', se interesó por la distribución y nos imprimió un vinilo de
remixes».
«Vinilo también tendrá nuestro primer álbum 'Pura
actitud' (gracias a ADA Warner), lanzado en Tumaco a finales de marzo, gracias
a la Corporación Manos Visibles. 'Pura actitud', como su nombre lo indica, fue
concebido para proyectar nuestra conexión con el territorio, y de cómo asumimos
y sentimos nuestro rol como portadores y difusores de arte musical ante la
sociedad».
«Creemos, crecemos, trabajamos y nos nutrimos en la
confianza por una nación posible, en donde todos quepamos sin distingos de
credos, ideologías, género y razas».
«El gran potencial es nuestro pueblo, nosotros, los
olvidados de la periferia, que soñamos y aspiramos a contradecir el ultimátum
de Cien años de soledad, por una segunda oportunidad sobre la tierra», expresa
Tenorio.
En 'Pura actitud', que ya está en plataformas, hay una
versión Plu con Pla del himno nacional titulada 'Somos inmarcesibles', una
suerte de oración, según su director, inspirada en la vida simple, en el
cuidado y protección del territorio, la medicina tradicional, la negación ante
el consumismo, la espiritualidad.
'La visita', otro de los nueve temas, habla del poder y de las fuerzas misteriosas
de la naturaleza: el mar, los terremotos, como los devastadores de Tumaco en
1906 y en 1957.
'Agua', es un clamor urgente de la fuente de vida que
peligra y se agota ante la mirada indiferente de los poderosos. «Aquí
expresamos los errores que se están cometiendo por el egoísmo y la mezquindad
humanas, y los riesgos y consecuencias irreparables».
'Pura actitud', título de la publicación musical, es una
alegoría al voltaje de energía que irradia y contagia la agrupación, para no
permitir que las dificultades y las durezas de la vida los agobie. «Hay que
persistir, pese a todo, y continuar la marcha, el camino es largo».
El profe Harold se enorgullece en presentar a su familia
artística. Compañeros de entrega y compromiso en este arduo y no menos
satisfactorio viaje de creación e
interpretación:
John Jairo Cortés, marimba. Luis Quiñones, bombo.
Fernanda Tenorio y Lina Alejandra Macuacé, vocalistas. Jair Angulo, guitarra y
voz. Kevin Cortés, batería. Invitados a participar en este álbum: Alexis Play,
de Chocó, y la intérprete ecuatoriana Melissa Mourelle, y en el bajo y la
dirección general, Harold Tenorio Quiñones, con todos los hierros.
El
Morro
El "follaje de sonidos enardece al guerrero" (Wiiliam Ospina)
Entre el fragor y el intenso flujo húmedo y salobre, las
calles de Tumaco son de cinemascope. Una vía larga une las tres islas que
integran el distrito, flanqueado por locales, vendedores informales,
restaurantes y bares.
No hay cómo librarse del trepidar y la estridencia de los
mototaxis con sus pitos y bocinas: ese caos sin remedio que el profesor Tenorio
Quiñones relaciona con el ADN tumaqueño.
Sobre el puente, un moderno bulevar es el punto de
encuentro de los lugareños: una plazoleta a modo de 'media torta', otra con
quioscos y terrazas, y a lo largo y ancho racimos de niños y jóvenes que
aprovechan el crepúsculo para jugar con las crestas del mar, mientras los
mayores aseguran en sus cordeles las sartas de pescado para la merienda.
Le pregunto al profe Harold cuáles son los bares más
frecuentados por los tumaqueños.
«Está El Baúl de los Recuerdos, que queda en Pantano de
Vargas. Allí ponen música en vinilo, y es como la sede del bolero y de la
melodía de antaño. También está Canalete y La Casa del Curao, que botan
Pacífico puro».
-Y
su rumba personal.
«La música cubana y sus grandes intérpretes: Issac
Delgado, Los Van Van, Manolito y su Trabuco, la Orquesta Aragón, la Original de
Manzanillo, Polo Montañez, entre otros, y por supuesto Fania, Héctor Lavoe,
Rubén Blades, la salsa de mi tierra».
-¿Y
de frescos y frascos?
«El viche, bebida ancestral del Pacífico, no puede
faltar, y en guardadas porciones, Ron Viejo de Caldas».
Cámara al hombro y con la frente perlada de sudor, el
fotoperiodista Rubén Darío Escobar sugiere el colofón de las gráficas en El
Morro, playa emblemática de Tumaco, objetivo paradisíaco de turistas del mundo.
En la ensenada, bajo el primoroso plafondo de un azul
mineral, posa el maestro Harold Tenorio Quiñones con un retazo de guadua que
simula su bajo. Luce bluejean y camiseta negra, con una inscripción en blanco:
"Verdades que vos sabes", y en su cabeza, como mitra identitaria de
su raza, el promontorio de rastas sujetas por una tela gris.
-¿Cuánto
hace que no se las corta?
«Uff, desde 2009».
-¿Cada
cuánto las lava?
«Cada ocho días, primero las enjuago con jabón Rey, para
quitarles el polvo, y luego aplico champú. Eso le da textura compacta».
-¿Y
cuánto pueden pesar?
«Por lo menos tres kilos. Me sirven de almohada».
Imagino al profe Harold en las azarosas bregas de
mantenimiento de sus dreadlocks, como
las conocen los rastas insulares, como quien lava y seca con devoción y
paciencia un telar primitivo de lianas y fibras de bejucos, raíces, semillas y
saturadas flores carnívoras, adquirido en algún anticuario de Ankara.
Ahí está impresa la simbología de su quehacer en el arte,
como credo y praxis, razón de ser en el albedrío de sus motivaciones y
quimeras.
En el prodigioso preámbulo de la noche en El Morro, y con el rumor de las aguas, se oye el dum dum de cununos, bombos y guasás, cadencia sensual que incita al goce, y que el cronista fascinado acompaña con las palmas: ¡Plu con Pla, Plu con Pla, Plu con Pla...!
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