viernes, 3 de junio de 2022

'Chucho Bonbonbum', el legendario bailador de Salsa que prendió la rumba en Bogotá

Jesús María Solarte, también conocido como El Rey del Picado, cuenta su fascinante historia por los bailaderos capitalinos de antaño

Ricardo Rondón Chamorro

Fotos: David Rondón Arévalo

Chucho Bonbonbum queda perplejo frente al espejo ámbar de sus zapatos, en el remate de la lustrada 'americana' que ha firmado con bayetilla el embellecedor de calzado José Antonio Borda, en su puesto vitalicio de la Avenida Diecinueve con Séptima.

Si los zapatos de Manacho son de cartón, los de Chucho son unas piezas de patrimonio que acreditan a su dueño como uno de los más grandes bailadores de todos los tiempos, no solo de Salsa, sino de un variopinto abanico de ritmos afroantillanos, con más de cincuenta años de trayectoria profesional y aún en activo, "por la gracia del Santísimo".

-¿Cuánto te debo, Toñito?-, le pregunta al veterano lustrador.

-Deje así, maestro, hasta el próximo aguacero.

-¡Ve, nooo!, qué tal, Toño, por lo menos toma lo de la cuota moderadora- Y le extiende un billete de $2.000.

El calzado, para Chucho, el calzado fino, por supuesto, ocupa un lugar especial en su guardarropa: es su principal herramienta de trabajo, es en lo que más ha invertido, igual que en su elegante indumentaria de espectáculo dancístico, "por respeto al público, para que pinta y calzado destellen bajo las luces robóticas de las discotecas, las pistas multicolores, los reflectores, las cámaras de televisión. El caché, profe, que es el sello del artista", afirma el negro Chucho abriendo sus ojos de hechicero hutu.

Estamos en la esquina del movimiento, en el ombligo de Bogotá, en este tramo que en el florecer de la década de los 70 se fueron instalando las primeras casetas de música, que por la Diecinueve se extendieron hasta la Décima, y cuyos parlantes no cesaban de arrojar descargas de guaguancó y bogaloo (también sonaba rock, chucuchuco, vallenato), réplicas de esa fiebre telúrica que estremeció a Cali cuando fue bautizada como la Capital Mundial de la Salsa, mucho antes de la epidemia de Niche y su Cali pachanguero.

Chuchín, el caleño bravo de las pistas, a sus 72 años, vigente y en su salsa

Estaba en su furor el Sonido Bestial de Richie Ray y Bobby Cruz, y en el viejo edificio de Caracol Radio, de la Diecinueve con Octava, Jaime Ortiz Alvear tenía más convocatoria que el pastor Enrique Gómez de la iglesia Bethesda, cuando los sábados, a las ocho de la noche, despachaba desde su cabina Salsa con estilo, el único show que no tiene cover.

Por esas fechas llegó Chucho Bonbonbum a Bogotá, procedente de su natal Cali. Un veinteañero de cuerpo enjuto al que se le contaban las costillas a través de una camisa jaspeada de seda, de puños bombachos, pantalones bota campana, zapatos dos colores, y un afro imponente, punto de curiosidad de los cachacos cariacontecidos, en esa época acostumbrados a ver a los foráneos como extraterrestres.

Chucho ya venía afilado como bailador, con un álbum de fotografías bajo el brazo, registro de sus correrías por las pistas y tarimas de esa Cali febril, desenfrenada y salsera, y aunque en su cédula figuraba como José María Solarte, en el concierto discotequero de la capital sabían que había llegado un bravo, un rumbero de cuerpo endiablado al que llamaban El Rey del Picado.

La vida nocturna de Bogotá era una fiesta desde que caía la tarde hasta que a los borrachines los sorprendían las primeras luces del día en los caldoparados ambulantes, con sendas tazas de consomé de pollo y huevo cocinado, aguadepanela con queso, y un sanguinolento repertorio de vísceras dispuestas en braseros de atice.

En un tiempo récord, El Rey del Picado se hizo célebre y cotizado en los mejores bailaderos capitalinos, que abundaron sin restricciones en el centro, Chapinero, el Restrepo, El 7 de Agosto, La Estrada, cuando el soberbio espectáculo del tacón aglutinaba a iniciados y profesionales de distintas latitudes y pelambres, los más solícitos y aclamados, hombres y mujeres, que llegaban del Pacífico y la Sultana del Valle.

Cómo no la iba a romper de entrada Chucho Bonbonbum en Bogotá si venía de ser pareja de baile de Amparo Ramos, la Amparo Arrebato que inmortalizaron Richie Ray y Bobby Cruz en ese imperio sacrosanto de los bailadores de Salsa llamado Juanchito, y de la escuela empírica de los antiguos maestros de la danza ancestral, inspiradores del Primer Ballet de Salsa de Cali, María Magdalena Solarte, su abuela, "la sabia, la dura, la única mujer que tuve de crianza", y el gran Jimmy Bogaloo. 


Solarte con don José Antonio Borda, su lustrador de cabecera, en la 19 con Séptima

La abuela Solarte y Bogaloo, crestas prístinas del olimpo salsero y modelo a seguir de una cofradía de místicos bailadores, hombres y mujeres, que quedaron grabados en los anaqueles como los supremos del ritmo, tocados por el don, la magia y la gracia que solo un cuerpo ejercitado y moldeado a fuego de Salsa pudo brindarle a la raza para orgullo y posteridad. La lista es larga en nombres de pila y exóticos remoquetes:

Watusi, Telembikin, Félix Veintemillas, Evelio Carabalí, el Profe Benigno, El Negro Caravana, Denis, Bataclán, Diosides, el Príncipe Torres, Orlando, El Conde; Catacolí, Damaniel, Chanlipó, Cachuclán, Guaracho, Nelson, Efraín, Galleguín, Carlos Paz, la Ribambaramba, Hada, La Peluda, María y La Nena (Las Tovar), Ofelia, Cristina, Esmeralda (Ramírez), La Cobriza, Amparo Caicedo, Amparo Ramos (La Arrebato), las bailadoras de El Troncal, de El Picapiedra, de El Pedregal, de El Estambul, de El Aguacatal, de La Escalinata, de El Séptimo Cielo, de Terrón Colorado, de Juanchito, del San Nicolás, de El Obrero, de San Fernando, de San Antonio, del Santa Librada, y pare de contar que El Rey del Picado pide pista:

"Watusi era lustrador y se hizo bailador en El Picapiedra. En el Séptimo Cielo no dejaban entrar negros. Los únicos niches autorizados eran Radio Bemba y Catacolí, que vendía flores en el cementerio. A Piper Pimienta le negaron el ingreso, pero cuando se hizo famoso con Latin Brother's lo llamaron para contratarlo y él mandó a decir que no. El Club Latino era de lo más selecto. Allí se hizo la generación a go-gó: Óscar Golden, Harold, Vicky, Hernando Casanova. A esa discoteca fue Daniel Santos a cantar y allí conoció a la caleña que le robó el corazón. En La Calle del Pecado, decía mi abuela que las mujeres se exhibían viringas como en Ámsterdam y New Orleans. Hay anécdotas para un libro, o para la película que en los próximos días van a rodar sobre mi vida".

"Todos los bailadores éramos bajo mundo, a la suerte de Dios, otros a la del diablo. Hijos del desamparo, la orfandad y la pobreza. El Negro Caravana, por ejemplo, era lavador de carros. Un día se ganó el mayor de la lotería y pasó de ser el negro brilla capós de trapo a la cintura a Mister Caravana. Qué suerte la del grone. No repetía pinta, embambado de oro hasta las orejas y acompañado de pomposas hembras. La vida es una ruleta, profe".


El Rey del Picado, patrimonio de la Salsa, con más de 50 años de trayectoria

En Bogotá, Chucho Bonbonbum (por el comercial que en los 70 grabó en Cali para la primera chupeta rellena de chicle), hizo historia en salones de bailes de postín, en discotecas de renombre, pero también en griles y amanecederos de barriada donde se empollaban al calor de luces mortecinas los futuros Carlitos Way, los Tony Montana, los Pedro Navaja, porque el artista de Salsa no está negado para nadie, porque la Salsa como el Candombe y el Tango nacieron en los empedrados de los patios viejos, entre ruinas y lamentos que resumen todo el dolor de la vida.

Chucho rebobina esos recuerdos con el parafraseo de la jerigonza que de niño, al cuidado de su abuela, aprendió en las calles polvorientas de Quinamayor, en las afueras de Cali, y en los entresijos de esa Cali caliente y caleidoscópica (de Caicedo, Mayolo, Ospina y la Rata Carvajal), cuando mamá Solarte le ajustaba en el brazo un canastico con postas de pescado frito, empanadas de cambrai (masa dulce y queso), rellena de poleo, pasteles de yuca y panochas, y todas esa delicias de las sabias matronas de fogones de leña.

Y así se fue moldeando Chucho, con las durezas de la errancia y la precariedad, ventaneando por bares, quioscos y prostíbulos que frecuentaba "la gallada de los duros del baile, del vacile, la batahola, el amague, el aguijoso, el aleteador, el chicanero, la corrompisiña, el ñeñe, la musaraña y todas las mañas, porque bailador que se respete es tramador, buen vago, canalero y elegante", lo firma Chucho que creció y se formó artista en la pepa del caprulaje, de los malvividos, pero no cayó en los oscuros fondos del crimen y el vicio, a pesar de haber jalado gallinas con pita de sebo.

Con esa parla ingeniosa de buhonero calidoso de semáforo que estalla en su bemba, Chucho también sedujo a la fanaticada salsera cuando la noche bogotana era una pirotecnia de luces de neón en bailaderos y discotecas: Palladium, La Jirafa Roja, El Scondite, El Tunjo de Oro, La Negra Esperanza, La Antillana, La Montaña del Oso, Caño 53, Mozambique, Las Catacumbas, El Abuelo Pachanguero, El Corso, La Esquina de los Recuerdos, Palladium (del Restrepo), y hasta el Salón Rojo del Hotel Tequendama, donde se dio el caché de alternar con Roberto Carlos, Celia Cruz, la cantante palestina Yaffa Yarconi, entre tantos escenarios donde brilló a todas luces su calzado.


Chucho con los cerebros del juego ciencia de la avenida Séptima, en Bogotá

En esos años dorados de la rumba bogotana, Chucho vivía entre la capital y Cali, cumpliendo a compromisos artísticos. El fin de año, entregado a la Sultana en tiempo de feria, pasando de largo en los bailaderos de Juanchito y sus alrededores, y en la caseta internacional Matecaña con Sady Rojas, su animador estrella, hasta que decidió radicarse en Bogotá. Ya con familia residió en Chapinero, La Perseverancia, el Gustavo Restrepo, el Santa Fe, el Inglés, y ahora en el 20 de Julio, donde a sus 72 años asiste al maestro de ritmos afroantillanos John Arnelys Racero, en la Fundación para el Desarrollo del Talento Artístico y Social (Fundarttes).

En 2013, en el marco de Salsa al Parque, El Rey del Picado recibió de la Alcaldía de Bogotá el homenaje a una vida dedicada a la cultura de la danza ancestral, que en el repertorio de Solarte comprende dieciocho bailes con puesta en escena: charleston, rocanrol, twist, guaracha, pachanga, charanga, fox, pasodoble, bosanova, mambo, bogaloo, chachachá, son, montuno, y de su autoría, el mío, el aguaje y el vacilón.

"Mis tres hijos, mis dos nietos, mi música, mi baile, mi testimonio, los escasos amigos que me quedan, eso es lo que tengo por fortuna. La riqueza no es la que se mohosea en las bóvedas de los bancos. La riqueza es lo que se vive", refrenda el veterano bailador.

-¡Vaya!, Chucho, si has llevado una vida sabrosa, y te pagan por gozártela. ¿De qué porrazos o sufrimientos te quejas?

"Ay, profe, caras vemos, corazones no sabemos. Estuve casi diez años parado por una fuerte maluquera en los huesos que los médicos diagnosticaron como osteoporosis degenerativa, ¡válgame, Chuchito, qué susto!, pero acudí a la medicina alternativa y a los rituales santeros del negro Lucumí. Me hicieron el curado, un amarre con pita de seis nudos en el vientre, riegos y rezos durante siete noches, que pagué con las treinta monedas de Judas. Y aquí estoy otra vez, como me ve, sano y listo, y pa' las que sea".

-Chucho, ¡de dónde sacas tanto cuento, hombre! Ponte a escribir que la tienes clara en ese oficio.

Chucho estalla en estrepitosa carcajada, simula a boca de jarro el introito frenético del Jalajala, crispa los dedos, se despatarra; con la punta del zapato traza lento una media luna sobre el pavimento, como tentando una guaca; levanta los hombros, arquea las cejas, abre los ojos de hechicero hutu, descarga un grito tenebroso y a la vez una palmada que espanta a un desprevenido indigente conectado a una bolsa de pegante, y Chucho explota otra vez en risotadas, y se burla y se jacta: “¡Agúzate, brother, que te están velando!”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario