Wilson Saoko, la elegancia de un indestronable de la salsa. Foto: Archivo particular |
Ricardo
Rondón Chamorro
Como el grueso de los niños de escasos recursos de los
barrios populares de Cali en la década de los 60, Wilson Manyoma Gil soñaba ser
un crack del fútbol de los kilates de Pelé o Garrincha; o un figurón de la
música como el Benny Moré, o Daniel Santos.
Negro y pobre era un asunto muy jodido en aquella época
en que la calle, la esquina, la barriada, eran los referentes del mundo, y la
única escuela, en la medida de las premuras y las necesidades, para graduarse
como un hombre de bien o como el más temible de los rufianes.
Y, al negrito Wilson, un pelado de mediana estatura, pelo
afro y hechuras de boxeador, le jalaba más la calle que la escuela, y en las
noches los griles donde se percataba entre visillos y a hurtadillas de las
andanzas de los malevos que dejaban los restos de la tumbada del día en botellas de ron, y en el amacice lujurioso de la
pista de baile con pomposas mujerucas de turno.
Eran los tiempos de la bonanza marimbera que seducía a
los muchachos a meterse de cabeza en el negocio sucio para comprarse la moto o
el automóvil último modelo, y la casa lote para la viejita, si antes no se
interponía la parca disfrazada de gatillero de parilla, o la redada de la
policía que enviaba a los malandros directamente a la guandoca.
No fue esa la suerte de Manyoma, que pese a las
dificultades y a la fractura matrimonial de sus padres que sufrió junto con sus
dos hermanos a temprana edad, se enderezó con el coraje de una madre ejemplar,
doña Esneda Gil, una mujer que se echó al hombro la casa y la crianza con sus
labores de cocinera (de las mejores de la gastronomía valluna), y fregando en
el lavadero bultos de ropa de dotación de la empresa Propal. La casa propia,
años más tarde, correría por cuenta de la música y del talento de Wilson, el
popular Saoko de la salsa, su vástago mayor.
El álbum de la graduación de Saoko con 'El Preso', de Álvaro Velásquez. Foto: Discos Fuentes
-¿Vive
doña Esneda Gil?-, le preguntó al crooner caleño que hoy frisa
69 años (cumplidos el pasado 30 de agosto), y al otro lado de la línea, desde
Barranquilla, responde la voz intacta y lustrosa, como recién estrenada; una
voz similar a la del recordado narrador de béisbol Mike Schmulson en la cabina
de transmisión del legendario estadio Tomás Arrieta, de Barranquilla; o la del argentino
Gonzalo Amor, El rey de la fusta, que
llegó limpio a Colombia con visa de cantor de tangos, y se convirtió en el mandacallar de los narradores hípicos
del viejo Hipódromo de Techo.
-Sí señor, está vivita mi santa madre, con 91 años, por
la gracia de Dios. Mi padre, José Rufino Manyoma sí falleció hace siete meses
en Tumaco y dejó dieciocho hijos. De mi vieja, tres: Henry, melómano y contador
público; Hermes, compositor y cantante; y Wilson, su servidor, el mayor.
Wilson soñó de niño ser un crack del fútbol, pero la vida le tenía destinado un estrellato en la música. Foto: Discos Fuentes
Wilson Manyoma Gil, o Saoko,
para la fanaticada salsera, celebrará en mayo próximo 50 años de carrera
artística, con más de 300 canciones grabadas, desde la primera Tú sufrirás, de su autoría, que grabó en
Medellín, en 1973, con Julio Estrada Fruko para el álbum Fruko ayunando, donde comparte voces con Álvaro José Arroyo, y tres
años más tarde, en 1976, cuando la sacó del diamante con El preso, de Álvaro Velásquez (fallecido a los 69 años, en
Medellín, en 2014), incluida en el álbum Fruko
El Grande, de ese mismo año, declarada como la canción más sonada en la
historia de la música tropical en Colombia, con múltiples versiones, himno de
los presidiarios del mundo que inspiró a su autor a escribir un libro con el
título La canción de mi vida, y que
registra un récord de treinta veces interpretada en una misma noche, en 1976, en
la voz de Saoko, en una presentación
en Lima, Perú.
-En
esa época la gente creía que Saoko era
su apellido y Manyoma su nombre artístico.
“No, al revés. Fui registrado en la parroquia del barrio
obrero como Wilson Manyoma Gil. El Saoko,
que en lengua africana significa ritmo, sabor, alegría, también es una bebida
cubana que hizo famoso al Benny Moré, que se prepara con ron, limón y guarapo
de caña. Y así me rebautizó mi hermano Henry”.
-¿Cómo
es que conserva intacta esa voz que con sobrados méritos le dio la oportunidad
para grabar y ponerse en tarima con los grandes de la salsa.
“Eso de tanto trajín se forma una callosidad que es la
que protege las cuerdas vocales. Pero hablando en serio, he procurado cuidarme
con ejercicios de técnica vocal, que es lo esencial del cantante. En los 70
hubo mucha rumba y desgaste, pero suficiente para aprender la lección y
entender que si uno quería llegar lejos en una carrera tan bonita como la
música, había que aplicar juicio y disciplina”.
-En
qué barrio de Cali nació Wilson.
“En el barrio Alameda, al sur de la Sultana”.
-¿Cómo
fue su vida de niño?
“Fui un peladito muy inquieto, me jaló más la aventura
que el estudio. A la edad de 13 años, cuando me le escapé a mi mamá, fui a
parar a Buenaventura en un tren. Llegué al barrio La Pilota, a la zona de
tolerancia, refugio de marineros, malandrines y rebuscadores. Allí les hacía
mandados a las prostitutas y me encargaba de hacer el aseo de los griles por la
comida y la dormida. Ahí se me fue pegando la salsa en el cuerpo y en el
corazón, gracias a un coleccionista llamado Próspero, que traía salsa de Nueva
York, empezando por Fania, que estaba en su furor en ese momento”.
-¿Y
quién le enseñó a bailar salsa?
“No creo en los profesores ni en las academias de salsa.
Este ritmo endemoniado te posee y no te suelta nunca. Yo aprendí viendo en esos
bailaderos de marineros y fufurufas de Buenaventura, y más tarde perfilé los
pasos y la elegancia en los griles de Juanchito”.
Saoko con Charlie Aponte, cantante estrella del Gran Combo de Puerto Rico. Foto: Archivo particular
-¿Cuánto
tiempo duró en ese plan de aventurero?
“No más de siete meses, hasta que la familia de mi mamá,
que residía en Buenaventura, se dio cuenta de que yo estaba en esos pasos, y me
rescató. Me regresaron a mi casa, mi mamá me recibió con tremenda pela, y no me
quedaron más ganas de salir a otra parte”.
-¿En
qué momento descubre el tesoro de su voz?
“En la escuela República de Paraguay, en el barrio El
Jardín, de Cali, todavía existe. El que me descubrió fue el profesor Rincón. Había
una hora cultural en la que los alumnos demostraban su talento. Yo cantaba
boleros a capela de Roberto Ledesma y de Rolando Laserie, y el guaguancó de
Ismael Rivera. Maelo, para los muchachos de aquellos años, era el santo patrono
de la calle”.
-¿Alcanzó
a terminar bachillerato?
“He dado más vueltas que un trompo. Hice hasta tercero de
bachillerato en Popayán, en el Instituto Industrial. Pero años más tarde
reanudé en un proyecto para exfutbolistas, en el barrio La Campiña, de Cali.
Allí fue que recibí el cartón”.
-¿Soñó
ser crack?
“Claro, esa era la ilusión, como todos los niños de esa
época, pero no alcancé a lograr el objetivo. Enfilé en la primera escuela del América
de Cali, que entrenaba en las canchas Horizonte, del barrio Meléndez. Mi
hermano Henry hizo una conexión con Bogotá para aspirar a Millonarios. Pero
cuando empecé a ganar dinero con la Sonora Juventud, el balón quedó debajo de
la cama”.
-¿La
Sonora Juventud fue su primer enlace
como vocalista profesional?
“Yo llegué a la Sonora Juventud (especialista en la
Sonora Matancera), de Leonardo Osorio, a los 17 años, como utilero, en la
comuna 8 de Cali. Un barrio de mucha cultura y grupos musicales Y ahí me
enganché, porque el cantante oficial se enfermó, y esa semana estaban buscando
el reemplazo. Ahí funcionaba el gril Nuevo
Mundo y el Teatro El Troncal (calle 34 con Octava, esquina), y ahí aterrizaba mi mamá con un bulto de ropa, los
uniformes de la empresa Propal. Era el punto de encuentro para irnos a la casa”.
-¿Qué
tal la experiencia en los griles?
“En ese gril, el Nuevo
mundo, los fines de semana tocaban Peregoyo y su Combo Vacana, con su
cantante estrella el gran Marquitos Nicolta (todavía vive). Pura salsa melao. Grabaron para el sello
Fuentes. Y, así, escuchando, fue que aprendí. Yo le dije al maestro Osorio que
me sabía de memoria varios de los temas de repertorio. Así que me vieron las
ganas y me dieron la oportunidad. También sonaba la orquesta de los Hermanos
Ospino, músicos de Barranquilla radicados en el barrio Saavedra Galindo. Los
Ospino exigían saco leva, camisa blanca de cuello almidonado y corbatín, porque
tocaban en clubes y tocaban de todo. Ahí hice un reemplazo y me quedé poco
tiempo, porque gracias a don Dagoberto Gil, un amigo melómano del barrio que
seguía atento mi talento, le pidió permiso a mi mamá para que me dejara ir a
Medellín a probar con Fruko y sus Tesos, en 1973”.
-¿Ya
era mayor de edad?
“Estaba en los 19 años, pero todavía era el ‘hijito de
mamá’”.
¿Joe
era el vocalista de planta de Fruko?
“No. El primer vocalista que tuvo Fruko se llamó Juango, con
el que el maestro grabó el álbum Tesura,
disco experimental. Luego vino Edulfamid Molina Díaz, Piper Pimienta. Después
Joe Arroyo, a finales de 1972, con Cara
de payaso, la primera canción que grabó para Fruko. Y ahí es cuando ingresa
Wilson Saoko a terciar en esa legendaria orquesta”.
-¿Qué
es lo primero que graba con Fruko?
“Un tema de mi autoría que se llama Tú sufrirás, del álbum Fruko
ayunando. Ahí participo también con Mosaico Santero y Lamento del Campesino”.
Saoko, uno de los grandes de la salsa con una voz poderosa, inconfundible. Foto: Archivo particular
-Pero
el rompe fue con El Preso, en 1976,
¿verdad?
“Fue la graduación de Saoko. Dios me tenía reservada esa
canción del maestro Álvaro Velásquez, que está registrado como el éxito más
sonado en la historia de la música tropical en Colombia, y del que se derivaron
otros como Los charcos y El patillero, de Roberto Solano; El son del tren, de Rita Fernández; Distancia,
de Mike Char, quien nos nutría de mucha música y nosotros les grabábamos los jingles de la emisora en Barranquilla,.y
El preso II y Mi libertad, del gran sonero Saulo Sánchez, respuestas al original
de El preso, entre otros”.
-¿Cuéntenos
Wilson de ese infierno que le tocó vivir con los excesos que suelen derivar por
no saber administrar el éxito y la fama? Cuando Saoko se rompía el coco…
“Fue una época dura, dolorosa para mí y para mi familia,
porque del licor y de las drogas no se puede esperar nada bueno”.
-¿Cuánto
tiempo duró en esas?
“Fue mucho tiempo, porque iba a la par de la fama, del
reconocimiento, de ese tren desbocado
que enloquece a los artistas”.
-¿Quién
lo rescató de ese abismo?
“Un espejo, en un hotel, en Barranquilla, donde una noche
me miré y lo que vi fue un monstruo. Era la voz del subconsciente: ‘mírate, Wilson,
tú eres un grande y fíjate en lo que estás quedando’. Entonces cogí todo el
vicio que tenía y lo arrojé al sanitario, en medio de lágrimas. Lloré mucho. Y
desde ese momento, por Dios te lo juro, hace más de 40 años que dejé de probar
esa porquería”.
-¿Quién
era el monstruo del teclado en esa época dorada de Fruko y sus Tesos?
“Hernán Gutiérrez, conocido como el Niño de las monjas, ibaguereño, ya fallecido, que grabó El Preso, Los charcos y Si yo encontrara un amor. Fue
reemplazado por Jorge Guarín, huilense, que recién partió”.
Los años afortunados de Saoko con Europa a sus pies. Foto: Archivo particular
-Fruko
le da el pasaporte al mundo…
“Primero fue Colombia, que la recorrimos a lo largo y
ancho con la Caseta Matecaña, de don Gregorio Hernández, y el mejor animador de
la rumba, Sady Rojas. Era el furor de la salsa y teníamos hasta tres y cuatro
salidas en la noche”.
-¿Y
por dónde iniciaron giras internacionales?
“Por Ecuador, Perú y Estados Unidos. Después fue una gira por
Europa en 1994, con más de treinta presentaciones que terminó en París. Entonces
el sello Fuentes propone otro musical, ya no como Fruko y sus Tesos sino como
Fruko y su Orquesta, en formato big band. Ahí fue que grabamos Son de la loma, de Miguel Matamoros,
acompañado de un video filmado en las afueras de Medellín. Después de un tiempo
tomo la decisión de retirarme para irme en solitario. Y así es como he podido
seguir mi liderazgo, ahora como productor, compositor, director y cantante de
mi propia marca WMG Producciones. He tenido la oportunidad de grabar más de 300
temas con distintas orquestas y agrupaciones”.
-¿Qué
es lo más reciente de Saoko?
“¡Una bomba! Un homenaje a mi tierra, al Pacífico: Soy Pacífico, se llama, con músicos de
alto nivel, La eminencia perfecta,
peritos en instrumentos autóctonos como cununos y marimba de chonta, y a la vez
clarinetes, trombones y saxofones. Cinco temas de mi autoría en tiempo de
currulao, con arreglos, producción y dirección musical del maestro Jorge
Herrera. Pacífico canta es la canción
bandera. Muy pronto en plataformas. Te lo recomiendo”.
-¿Cómo
lo ha tratado la pandemia, maestro?
“Ha sido todo un aprendizaje, más para bien que para mal.
No se puede ocultar que la industria artística y musical ha sido una de las más
damnificadas. Se perdieron contactos. Se extraña profundamente la tarima, el
público, el aplauso de la gente, que es primordial. Pero seguimos trabajando,
sin bajar la guardia, con la vibra y la disciplina de siempre”.
Saoko y su orquesta para un concierto virtual en el año de la pandemia. Foto: Archivo particular
-¿Por
qué decidió radicarse en Barranquilla?
“Yo he vivido entre Cali y Barranquilla, pero tras el
fallecimiento de Álvaro José (el Joe), cumplí la promesa de quedarme en La
Arenosa. Él, antes de morir, me pidió que no abandonara Curramba, que
continuáramos el legado. Y así se está cumpliendo”.
-Cómo
se encuentra a sus 69 años.
“Me encuentro estupendo. Disfruto al máximo de la
profesión que elegí y que ha contado con la bendición de Dios. Me quiero mucho,
me valoro, hago ejercicio y cuido mi voz, que es el instrumento con el que he
agradado al público y me da para vivir”.
Por
no alborotar el avispero, uno guarda prudencias al no indagar por las mujeres
que llevan en secreto los músicos de época. Pero permítame preguntarle cuántos
hijos tiene…
“Ocho, la menor, mi niña Salomé, de 8 años, que es mi
adoración. Y, Christian Manyoma, de 32, ambos nacidos en Barranquilla”.
-¡¿Ocho?!
“Hombre, no te asombres, que mi papá dejó dieciocho”.
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