Toyita Chiguachía es la gracia artística de Custodia Barreto Barreto, una campesina hecha a pulso y fuera de serie. Foto: La Pluma & La Herida |
Ricardo
Rondón Chamorro
De días anteriores a la cuarentena no tenía noticias de Toyita Chiguachía, a quien llevo fija por
años en el afecto y la memoria.
Toyita, la
mera humildad, detrás del mostrador, afinando su guitarra, limpiando los
corotos de promoción de su tienda de ropa y zapatos Huellas en la arena (barrio Pío XII, localidad de Kennedy), cuando
no embebida en Los Salmos, El Cantar de los Cantares o el Libro de Job, de una Biblia gorda, canónica,
forrada en cuero, con ribetes dorados.
La última vez que la visité estaba pegada a su
instrumento, improvisando las notas de una nueva melodía para honrar al Señor, me dijo, ella que desde la muerte, hace
treinta y nueve años de su marido y padre de sus cinco hijos, Rafael Martínez,
yuntero y criador de cerdos de su pueblo (Choachí, Cundinamarca), no ha tenido
más ojos que para el crucificado.
Toyita
Chiguachía es la gracia artística de Custodia Barreto Barreto,
sesenta y dos años, descendiente de las antiguas campesinas de pañolón,
sombrero y alpargatas de la vereda Chatasugá, de Choachí, que a las tres de la
madrugada, con la luz prendida o apagada ya está desgranando las cuentas
perladas del rosario, recitando conmovida gozosos, dolorosos y luminosos, con
sus respectivos padrenuestros, glorias y avemarías.
Desde que aclara hasta que anoche, 'Toyita' está concentrada con el trabajo de casa, su almacén y la inspiración. Foto: La Pluma & La Herida |
No he sabido de devociones inquebrantables como la de Toyita, pese a la cadena de sufrimientos
y de imborrables episodios luctuosos que sus ojos achinados han visto desde que
estaba niña, cuando apenas podía sostener un cántaro para llevar agua de la
quebrada a la casa sin que aclarara el día, a tientas por el empedrado y el
rastrojo, cuidándome que las espinas de
las zarzamoras no me hicieran sangrar las quimbas.
Sus manos cuadradas, fuertes, rugosas, dan cuenta de los
trajines del campo, del temple del arreo de ganado, el ordeño, la crianza de
porcinos, la labranza con sus quiebres de espinazo, pero también de la
paciencia y la nobleza que inspira el oficio bíblico del pastoreo de ovejas.
En los albores de su infancia, cuenta Toyita, soñaba con ser una Libertad
Lamarque, una Sarita Montiel, o una estrella colombiana de época como Lolita
Torres, con su éxito inolvidable Qué
será, será… que oía en el transistor jornalero de su padre, marca Sanyo,
única conexión con el mundo en las noches rumorosas de La Hora Phillips, con los pestañeos de los románticos en ciernes.
Con esa canción se ganó en la escuela un concurso de
canto convocado por la maestra Julia Díaz, que prometía como premio una
certificación para estudiar en el Colegio Ignacio Pescador de Choachí.
'Toyita' ha grabado tres álbumes de música campesina: le canta a su tierra, a la mujer, a las experiencias de la vida. Está preparando su cuarta producción. Foto: La Pluma & La Herida |
Fue tal la alegría que la embargó, que salió corriendo a
contárselo a su padre, pero don Julio Barreto, un labriego analfabeta, la dejó
con un palmo de narices cuando le dijo que el
estudio era pa’ los dotores, y que él la necesitaba junto con sus hermanos
para las faenas del campo. Doña Magdalena Barreto, su mamá, no chistó nada,
porque en ese tiempo las mujeres no opinaban: solo estaban destinadas a la
crianza y los oficios de casa.
Toyita
quedó anclada en el tercer grado de primaria, y esa fue su primera frustración,
de tantas que le ha tocado paladear en su pedregosa vida: una infancia y parte
de su juventud entregada al rigor y a las ordenanzas de su progenitor, hasta cuando
llegó el hombre de su vida y le propuso matrimonio a los diecinueve años.
Bajo la responsabilidad de cinco hijos quedó Toyita cuando su cónyuge perdió la vida
en un accidente de trabajo. Apenas contaba cuarenta y un años: Fue mi primer y único amor terrenal, porque el otro, el Jesús de los cielos, está
próximo en hacer su segunda venida para cuadrar cuentas con esta humanidad que
está patas arriba, sostiene enérgica la dependiente de Huellas en la Arena, como reza el aviso de su tienda, ilustrado por
un nazareno de báculo sembrado en el desierto.
Toyita
Chiguachía, que en lengua muisca traduce puerta del sol y de la luna, ha hecho de tripas corazón para ganar
el sustento de su prole. Levantar cinco hijos, de buenas a primeras, con
tercero de primaria, le significó una hazaña titánica en un tiempo donde las de
trenzas y faldones eran relegadas a fogones, la crianza de guámbitos, y el refriegue de montañas de ropa de la casa y de la
peonada, en una sociedad machista y patriarcal que sometía a las mujeres como
esclavas.
'Toyita' con la Virgen de la Giralda, motivo permanente de su devoción y compañera en el trajín de sus días. Foto: La Pluma & La Herida |
Yo,
gracias a Dios, no me he varado porque soy honesta y sé trabajar. Si me decían
que había que atender una cochera, pues a quien le dijeron si soy experta en
marranos. Que hay que limpiar rastrojo para abrir surcos y sembrar habichuela,
caña, tomate, cebolla, papa, maíz, frijol y remolacha, pues aquí está Toyita
que empezó con la hoz y el azadón a labrar la tierra desde que estaba
chirriquitica. Que hay que maniatar ganado pa’l ordeño, aquí me tienen…
De todo eso hizo Toyita
para usufructuar el pan de sus críos. Hasta una cancha de tejo con venta de
chicha y cerveza tuvo en la vereda Chatasugá,
pero la maldita envidia y las habladurías del vecindario la hicieron desistir
de lo que prometía un negocio próspero.
Eso
me inventaron cualquier cantidad de mozos, y me amenazaron con la pelona si no
me largaba, y yo por la protección de mis parvulitos me tocó abandonar mi
terruño, vender vacas, gallinas, ovejas, caribajitos y arrancar pa’Bogotá.
Decían por esa época que
más perdida que una alpargatuda en la paramuna capital, donde a las de
provincia les planteaban dos opciones: empleadas del servicio doméstico, de ciento, que llamaban, es decir
internas en las casas de familia, con dormitorio en el cuarto de los chécheres;
o curtidas de hollín y manteca en las cocinas de los sancochaderos pelando papas al por mayor y desplumando ponedoras
con agua hirviendo.
'Toyita' exhibe el retrato de su padre Julio Barreto, campesino analfabeta, yuntero y criador de marranos. Foto: La Pluma & La Herida |
Pero no, Toyita
traía sus ahorros de toda la vida y partió con la parvada a probar suerte. No
fue sino llegar a Bogotá, por los territorios que hoy son del Portal de
Banderas, y un paisano le pintó un negocio para ganarse unos buenos pesos en un
negocio de ropa y zapatos en Ecuador, y para allá despegó. En esas estuvo,
entre Quito e Ibarra, por seis años, hasta que le picó la nostalgia y el retorno
no se hizo esperar.
Y allí, después de muchas vueltas, como de piedras en
despeñadero, se resiste Toyita como
una roca de acantilado al frente de su almacén en Pío XII, cerrado en estos
días por inventario de cuarentena, pero en la cotidianidad,
ustedes la vieran, trajinando desde que abre hasta que anochece, con ese
carácter cerril de la campesina que no se deja vencer por la adversidad por más
que pasen los días y no asome un cristiano ni para preguntar la hora o para
pedir que le cambie un billete, ¡cuidado Toyita!
que le pueden meter uno falso, pero ella se encabrita y se le erizan las
pestañas ante los avivatos y timadores, que en estos años le han hecho más de
una marranada.
-Y por qué Toyita
no entrega el local o cambia de negocio, otro que le produzca, de comidas
rápidas, de arepas, de empanadas…
De tajo interrumpe, afincada en su recia terquedad:
Yo
no voy a entregar el local ni a cambiar nada, así como está al que le guste, se
venda o no se venda, que Cristo bendito a mí no me desampara.
Y toma a dos manos la Biblia, la levanta como el cura
párroco que ofrece el cáliz en la eucaristía, la lleva al pecho, la besa, la
abraza…Dios no me desampara, repite y
se va a buscar la guitarra, y con los acordes de introito alza la mirada y
blanquea los ojos como las gallinas cuando abrevan agua:
Hoy
vengo a cantarte a ti / Señor de la vida mía / Mi voz te proclamará / y cantará
de alegría…
Los derrotes y tragedias de la vida la han hecho fuerte, emprendedora y creativa. Foto: La Pluma & La Herida |
Toyita
Chiguachía tiene un cuaderno cuadriculado repleto con letras de su
autoría. Dice que tiene más de 200 composiciones, que escribe todos los sagrados días, que la
inspiración le fluye con la tristeza y la alegría, porque no hay amor sin dolor ni muerte sin agonía.
Le ha escrito a Dios, al amor de sus amores, al mar de
siete colores de San Andrés (que vino a conocer a los 52 años), a las
experiencias de su vida sufrida y fracturada, al Papa Francisco, que en su
visita al Parque Simón Bolívar, recibió de ella un libro con sus canciones,
oraciones y poemas.
Pero Toyita también
le ha dedicado líneas a la verde campiña que la vio nacer, crecer y hacerse
mujer, mujer campesina, de las corajudas
y aguantadoras, a mucho honor, con
este sombrero que solo me quito pa’dormir, echá pa’lante, trabajadora y pujante,
fuerte como la palma a pesar de los quebrantos, de las desilusiones de la vida
y de las heridas que jamás cicatrizan cuando se pierde inexplicablemente lo que
más se quiere.
Es que a Toyita,
hace cuatro años, le mataron un hijo (Rafael Martínez Barreto, de 34 años) en
Bosa, uno de los sectores más peligrosos de Bogotá: Mi chino estaba atendiendo su local de frutas cuando llegaron unos bandidos
en moto y le dispararon para robarlo. Le
estaba yendo bien a mi muchacho con su negocio, contento con su mujer y sus dos
niñas, y en cuestión de segundos le acabaron su vida, sus ilusiones. Yo casi me
enloquezco. Un golpe de esos lo marca a uno para toda la vida.
Ni ante la adversidad y la pandemia, 'Toyita Chiguachía' jamas se dará por vencida. Foto: La Pluma & La Herida |
Por eso canta Toyita,
canta para menguar el dolor, para hacer
más blandito el padecer, para pedirle todos los días a Dios que se apiade de mí
y de los míos, que me los cuide y me los proteja, pero también le canto a las
cosas lindas y sencillas de la vida, a la naturaleza, a mi pueblo, a su gente
honrada y trabajadora como yo, a Nairo Quintana, a la Selección Colombia, a Colombia
entera, porque esto tiene que cambiar para bien.
No tenía noticias de Toyita
y me dio por marcarle en estos días de aislamiento, y dice que está bien porque así lo quiere Jesús, en compañía
de su hija Sonia, de 36 años, dependiente de un fruver en el barrio El Lucero, y de su nieto Santiago, piloso
adolescente que cursa bachillerato; que está concentrada en su música,
produciendo su cuarto trabajo musical, y que le dan las luces del alba
escribiendo y sacándole notas a su guitarra, el ropaje de cada melodía, y a la
vez compartiendo mensajes, coplas, refranes en redes sociales, y atareada desde
la virtualidad con su grupo de catequesis.
-Y qué es lo más reciente que ha escrito, Toyita-, le pregunto.
Responde que la espere un segundo que va a arrimar la guitarra para que le pare
bolas al abrebocas de lo que ya tiene traje de bambuco. Y al rato, con los
primeros arpegios, se oye su voz de calandria mañanera:
Qué
tristeza que me da / ver las calles desoladas / ver a la gente sufriendo / sin
amor, sin esperanza.
-Vaya, Toyita,
que está campeón el comienzo.
-¡¿Cierto que está
bonitico?! Gracias por creer en mí.
Cuando pase esta pandemia lo espero por el almacén para que compartamos un
cafecito-, riposta emocionada.
-¿Y será que salimos de esta, Toyita?
-Sumercé no más agárrese de la fe del Señor, que Él, y
solo Él, es el que nos salva de todas las tormentas.
Que lo diga Toyita
Chiguachía…
'Toyita Chiguachía' en su canal YouTube: bit.ly/3dsBm5v
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